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El cura que mete a Cristo en el basurero

El sacerdote francés Matthieu Dauchez recorre Manila para rescatar a los niños que vagan por sus calles: hoy cuida de 2.000 pequeños

Por José Antonio Méndez / Fotografía Fede Pérez Cameán y Ediciones Encuentro

“Lloro gritando bajo el casco, cuando voy en moto. Como las calles de Manila son muy ruidosas, nadie se da cuenta de que lo hago y me puedo desahogar esos días en que las injusticias son demasiado dolorosas. De esa forma los niños no se dan cuenta de cómo estoy, y yo aprovecho el tiempo de ir de un lado a otro para desahogarme y luego poder concentrarme en la oración. Aunque ese llanto también es oración…”.

La confesión que nos hace el padre Matthieu Dauchez viene acompañada de una sonrisa modesta y de una mirada profunda, hecha a ver y a implicarse en situaciones que al común de los mortales nos suenan a novela de terror. Situaciones como la de Ritchelle, una niña de siete años violada de forma reiterada por su abuelo ante la pasividad de su familia; o la de Jeremy, un pequeño al que su madre abrasó las manos por coger medio euro de casa para comprarse algo de comer; o la de Jimmy, abandonado en un descampado tras ser sodomizado por los mafiosos que lo habían recogido de la calle; o la de aquella juez que se dejó extorsionar y liberó a un pederasta acusado por el propio padre Dauchez, contra el testimonio incriminatorio de 14 niños.

Sin embargo, en las palabras de este joven sacerdote no hay un ápice de desaliento. “Viviendo con estos niños es imposible caer en la desesperanza. Ellos encuentran fuerza y alegría en medio de situaciones terribles. Y no es una falsa coraza ni un mecanismo de defensa, sino que lo hacen porque tienen fe de verdad; porque su identificación con Cristo es tan real que te das cuenta de que la acción de Dios es verdadera y es más fuerte que el mal”, explica.

De cobarde a misionero

El padre Dauchez llegó a Manila en 1995, cuando era seminarista. Y fue, como afirma riendo, “por no parecer cobarde”. “Nací y crecí en Versalles, y estaba acostumbrado a un entorno de mucho confort. Un día, un compañero me dijo que no aguantaría si me mandaban a una parroquia pobre. Me picó tanto que cuando surgió la ocasión de ayudar unos meses en Filipinas, no me lo pensé”, recuerda. Aquellos meses se han convertido ya en dos décadas, en las que el padre Dauchez ha sido ordenado sacerdote de la diócesis de Manila. Hoy dirige la fundación Tulay ng Kabataan (Puente para los niños), una red de casi treinta casas de acogida para más de 2.000 niños y enfermos mentales a los que, como a Ritchelle, Jeremy o Jimmy, recoge cuando vagan por los barrios de Manila y sus arrabales.

“Todo esto no va solo de sacar de la calle a los niños, sino de meter a Dios en su corazón destrozado”

“Recorremos las calles para conocer a estos pequeños, sus historias… Algunos tienen familia, pero no pueden o no quieren atenderlos; otros han huido de casa o los han echado. A veces viven en grupo para protegerse unos a otros, pero la mayoría están expuestos a la violencia, las mafias, la miseria y la explotación”, señala. “Y a los que no quieren venir a la fundación, les educamos en la calle, tratamos de alimentarlos y, sobre todo, les llevamos a Dios. Porque todo esto no va solo de ocuparme de los niños y sacarlos de la calle, sino de meter a Dios en su corazón destrozado”.

El padre Dauchez ha conseguido que cientos de mendigos puedan adorar semanalmente a Jesús Eucaristía en mitad de las smokey mountains, unas descomunales montañas de basura al aire libre donde viven cientos de familias en busca de chatarra y despojos. “¿Que por qué expongo ahí al Señor? –dice–. Dime tú: si hoy Cristo vuelve en su gloria a Manila, ¿dónde crees que iría? Yo no tengo duda: iría al basurero. Ahí están sus preferidos. Y ahí es donde yo quiero que lo encuentren”.

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