Por Marta Peñalver
Artículo publicado en la edición número 66 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.
Virginia es médico y alumni de la UFV. Viene a la entrevista directa desde una guardia y no ha dormido, pero asegura que hay dos cosas a las que nunca dice que no: “A mi madre y a la UFV”. Y es que esta especialista en medicina de familia conoció a Dios gracias a la que fue su universidad, y fue por la UFV que se reencontró con Jesús.
El pasado verano fue de misiones a Tánger con la universidad. “No sé cómo acabé yendo; fue todo muy providencial”. Virginia tenía enormes ganas de ayudar; sin embargo, los dos primeros días las Hermanas de la Caridad y los Hermanos de la Cruz Blanca, las dos congregaciones a las que habían ido a apoyar, les dijeron que no había trabajo y que se fueran a rezar. “Yo no entendía nada, había ido a ayudar, yo ya rezaba en Madrid…”. En una adoración Virginia le gritó a Jesús: “¡Dime qué hago aquí!”. Y la respuesta no tardó en llegar…

“El tercer día estuvimos con discapacitados en casa de los Hermanos de la Cruz Blanca. Tenían solo un cuidador para 15 personas y a nosotros nos tenían jugando con ellos, y encima nos daban las gracias. ¡Pero si no habíamos hecho nada! Ahí empecé a ver un poco el sentido de mi misión en Tánger…”. Pero fue en la casa de las Hermanas de la Caridad donde Virginia descubrió la verdadera razón por la que había caído en esa misión. Allí tres hermanas atienden a mujeres embarazadas y reciben dos veces por semana a niños de la calle, muchos de ellos adictos al pegamento. Los lavan, les dan ropa limpia, les dan de comer y -juegan un rato. “El objetivo principal es que pasen al menos un día a la semana sin consumir”, explica. “Yo era la única médico del grupo, así que me ofrecí para atender a los niños que tuvieran alguna herida o lesión, pero una hermana me dijo: ‘No, tú hoy vas a abrazar a Jesús’, y me puso con ella en la puerta”. Cogieron una toalla y jabón para limpiar las manos de los niños que entraban. “Un gesto superbonito, pero que tiene un sentido muy duro; y es que algunos entran con pegamento en las manos para poder consumir allí”.
Al ver al primer niño Virginia se derrumbó. “Era un niño pequeño, de unos 10 años; pero estaba sucio, tenía la ropa rota, olía a indigente… Lo primero que hizo fue besar la cabeza de la hermana. Después se giró hacia mí y me abrazó. Ese momento me impactó muchísimo”.
Después de dos días allí, en una adoración en la capilla, Virginia entendió todo. “Cuando empecé la residencia iba al hospital feliz porque veía a Jesús en los enfermos que atendía. Y entonces llegó la pandemia y para mí fue como si me cayese un velo. Empecé a ser muy metódica, muy fría… Atendía a los pacientes lo mejor que podía, pero no veía a Jesús en ellos. En Tánger volví a ver a Jesús en esos niños. Y me di cuenta de que necesité ir hasta allí para volver a encontrarme con Jesús y llevarlo de nuevo a mi día a día. Eso fue lo más importante del viaje. Y como ya me había pasado durante la carrera, mi universidad, la UFV, ha sido el puente que me pone la oportunidad de encontrarme con Jesús”.

Artículo publicado en la edición número 66 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.