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Medalla milagrosa

La Virgen Milagrosa, por qué es milagrosa su medalla

Las visiones de Catalina Labouré siguen de actualidad 145 años después de su muerte.

Por Belén Huertas y José Antonio Méndez

Artículo publicado en la edición número 65 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

No es un amuleto, ni un objeto religioso al uso. La medalla de la Virgen Milagrosa es una de las devociones más extendidas en el mundo por algo que la hace única: su modelo y difusión fueron iniciativa de la  Virgen, según lo reveló a santa Catalina Labouré.   

Catalina era campesina. Acababa de entrar en el noviciado, con 24 años, para ser Hija de la Caridad, y se ocupaba de barrer, limpiar… Con sigilo guardaba para su confesor una serie de visiones místicas que había tenido, de san Vicente de Paúl y de Jesús crucificado, en varias misas. En 1830, la Virgen se le apareció tres veces. La primera, cuando una noche se despertó y vio a un niño de blanco, que la guio a la capilla de la rue du Bac. Ella se arrodilló y el niño le dijo:  “Aquí viene la  Virgen”. La Señora se sentó en un sillón y habló con Catalina durante dos horas. Le advirtió de que el mundo atravesaría grandes penalidades, pero Ella invitaba a todos a acercarse al altar. Catalina no podía imaginar que esos males no tardarían en llegar: las belicosas revoluciones liberales que vivió Europa desde aquel mismo 1830 hasta 1848; una terrible epidemia de cólera en Europa y Asia en 1832; los sangrientos modos del colonialismo británico y francés; el esclavismo norteamericano que acabaría en la guerra civil de Estados Unidos en 1860; las injusticias del proceso de industrialización y el movimiento obrero…

En la segunda aparición, en torno a la Virgen se formó un óvalo. En el interior, se leía:  María, sin pecado concebida, ruega por nosotros, que acudimos a ti. Catalina oyó la petición de hacer acuñar una medalla según ese modelo: “Los que la lleven recibirán grandes gracias, que serán más abundantes para los que la lleven con confianza”. 

Tras las apariciones, llevó una vida sigilosa y no sin desplantes de sus hermanas de comunidad. Cuando se conocieron las visiones, la capilla se volvió centro de peregrinación y la medalla y su mensaje se difundieron por el mundo. Sin embargo, nadie supo, ni siquiera las religiosas de su orden, que ella era quien había recibido el mensaje. Destacaba, eso sí, por su ternura con los pobres. Puso por escrito las palabras de la  Virgen antes de morir a los 70 años, en 1876, hace 145 años, y fue canonizada por Pío XII en 1947. 

El anverso. La Inmaculada (20 años antes de la proclamación del dogma) pisa la serpiente pues ella vence a Satanás. Los rayos son la gracia de Dios que llega por la Virgen. Santa Catalina contó: “Sus dedos se llenaban de anillos con piedras preciosas, a cuál más bella. Emitían rayos que salían de las perlas mayores en haces más grandes, y se extendían cada vez más. De las pequeñas salían rayos más finos hacia abajo”. Y la Señora lo explicó así: “Los rayos son símbolo de las gracias abundantes que derramo a quienes me las piden. Estas piedras de las que no salen rayos son las gracias que algunos olvidan pedirme”.

El reverso. El Corazón de Jesús, encendido en el fuego de su amor y coronado de espinas, recuerda su Pasión y Muerte por nosotros. El corazón traspasado con una espada es el de María, según la profecía de Simeón. Ambos sufren por quienes no reciben su amor. Las doce estrellas, como las de la Mujer del Apocalipsis, representan a las 12 tribus de Israel y a los 12 apóstoles: Antiguo y Nuevo Testamento. La M de María y la Cruz quedan enlazados por un altar: la Eucaristía, en la que Jesús se hace presente, actualiza el sacrificio de Cristo en la cruz, a cuyos pies estuvo, y está siempre, su Madre.

¿De dónde viene el nombre? Ni la Virgen ni santa Catalina la llamaron así. Las primeras medallas se distribuyeron en mayo de 1832. Los parisinos, que sufrían epidemias y penurias, empezaron a encomendarse a la Virgen llevando la medalla. Hubo tantas conversiones y curaciones que se empezó a correr la voz: “¡Esa medalla es milagrosa!”. Pero, lógicamente, los milagros no procedían de la medalla, sino de Dios a través de María. Hoy, al conocer sus símbolos, podemos vivir lo que María transmitió a Catalina. Al distribuirla, transmitimos el mensaje de fidelidad y amor de Dios. 

Artículo publicado en la edición número 65 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

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