La revista más leída por las familias católicas de España

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Las hermanas que viven en la frontera más peligrosa del mundo: “Rezamos mirando a Corea del Norte, colocamos el Sagrario en esa dirección”

A escasos kilómetros de la frontera con Corea del Norte, en medio de bases militares, en una de las zonas de mayor tensión del planeta, hay un monasterio con diez religiosas con una gran misión: rezar por la paz y por la conversión de quienes no conocen a Dios.

Por Israel Remuiñán
Fotografía: Cortesía Hermanas de la Visitación

Artículo publicado en la edición número 69 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

Resulta difícil imaginarse un lugar en el mundo que acumule más tensión de forma permanente que la frontera entre las dos Coreas: Norte y Sur. Hermetismo y apertura. Dictadura y democracia. El paralelo 38 es la línea que divide estos dos países, que viven en una calma demasiado nerviosa desde mediados del siglo xx. De hecho, oficialmente siguen en guerra porque nunca firmaron un acuerdo de paz. “Las familias se rompieron, padre en el norte y madre en el sur, hermanos separados por un muro y una férrea línea militar. Algunos murieron así, sin poder verse de nuevo”, cuenta a Misión Ángela Mercedes. Es hermana de la Visitación y vive en este lugar, muy cerca de esa línea divisoria. 

“Estamos en territorio de Corea del Sur, pero a muy pocos minutos de Corea del Norte. Nuestro monasterio está rodeado de bases militares y los cables telefónicos del ejército pasan por encima de nuestra casa. Escuchamos los ensayos militares desde nuestras habitaciones, es una calma tensa, pero ya nos hemos acostumbrado. Vivimos en lo alto de una montaña y es un lugar privilegiado”, es la descripción de esta religiosa colombiana, natural de Manizales.

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En el mapa el puntero señala la localización del monasterio, muy cercano a la frontera  entre ambas Coreas
La providencia divina

Este convento nació de un deseo de san Juan Pablo ii, el Papa que marcó la juventud de estas hermanas, que había pedido llevar a Dios allá donde no hubiese amor y fe. Y esta religiosa llegó con cuatro hermanas más al país asiático en 2005, precisamente el año en el que el pontífice falleció. 

“Nadie sabe qué sucede dentro de ese país, por eso rezamos todos los días por ellos”

En los inicios, vivieron en la precariedad absoluta. El primer gran reto fue el idioma:  “Es muy complicado. Estuvimos yendo a la universidad para formarnos. Cuando te hablan todo en coreano, que es tan diferente al español, se te rompe la cabeza. Empecé escribiendo con garabatos ininteligibles y tuve una crisis interna muy fuerte”, relata la hermana Ángela. Pero las palabras de un padre franciscano le animaron a seguir adelante: “No hay misionero que no derrame lágrimas en algún momento”. Y a base de esfuerzo y algunas lágrimas aprendieron coreano. Pero la precariedad iba más allá del idioma. No podían pagar la calefacción ni el aire acondicionado. Así era su vida en Busan, al sur del país. “En una ocasión, un padre coreano vino a visitarnos y nos preguntó qué comíamos. Al no responderle fue a nuestra nevera, la abrió y vio que no había nada. Se quedó asustado y empezó a ayudarnos. Nos mandaba fruta, verduras y carne. Éramos muy pobres”, asegura la colombiana. Cuando por fin empezaban a adaptarse, les dijeron que tenían que salir de Busan, que el obispo no tenía pensado abrir nuevas comunidades. Fue un mazazo. 

En ese momento surgió la opción del norte. Pasaron del calor extremo de Busan al frío que congela cerca de la frontera. “Nos dijeron que había un obispo jesuita que podría acogernos allí, pero que era una diócesis muy pobre y no tendríamos prácticamente nada. A lo que yo respondí: ‘Si la diócesis es pobre y nosotras somos pobres, nos vamos a entender muy bien’. Y allá que nos fuimos”, cuenta Ángela.

En la frontera entre Corea del Norte y del Sur, en Panmunjeom, hay una franja fuertemente militarizada.
El ejemplo de los mártires

En ese momento comienza a gestarse el milagro de la frontera. Un monasterio ubicado en lo alto de una montaña, en Jeongo PUE. Una casa que ellas mismas empezaron a construir en 2014 y que aún sigue en obras. Pero esta hermana asegura que son felices allí, a un paso de la dictadura más hermética del mundo: “Nadie sabe lo que sucede dentro de ese país, por eso rezamos todos los días por ellos. Los relatos que llegan cuando alguien consigue salir son atroces. Nosotros hemos decidido colocar el sagrario mirando a Corea del Norte. Rezamos mirando directamente a Pyongyang. Le digo al Señor: ‘Dios mío, detrás de ti tienes a tus hijos norcoreanos, no les dejes solos, que tu luz invada los corazones de esos dirigentes’”.

“Dicen que es casi imposible la unidad, pero para Dios no hay nada imposible”

En el monasterio actualmente son diez hermanas –siete colombianas y tres coreanas– y todas tienen una devoción especial hacia siete mártires españolas, las beatas hermanas de la Visitación, fusiladas en 1936 por odio a la fe: “Ellas entregaron su vida de forma literal y nosotras estamos muy unidas a ellas. Nos trajimos sus reliquias a Corea y extendemos su veneración aquí. Ya hemos visto muchos milagros”. 

Aseguran que más de un niño ha nacido por intercesión de estas hermanas mártires y que también ha habido curaciones inexplicables: “Llegó un hombre con un cáncer terminal para el que ya no había cura. Le decían los médicos que ya no había solución. Estuvimos rezando por él y hasta le dimos una reliquia de las mártires para que se la llevase a su casa. Vimos que con el paso de los meses el hombre seguía aguantando, así que la oración también se hacía cada vez más intensa. Han pasado ya 18 años y el hombre sigue vivo”, confiesa Ángela.

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Las hermanas en su casa de Jeongo PUE reciben la visita del obispo Peter Lee Ki-Heon
Corea del Norte

Aun así y a pesar de su situación privilegiada, hay momentos complicados, sobre todo para las más jóvenes. Pero Ángela siempre sale al paso:  “Aquí al lado tenemos hermanos pasando grandes dificultades. Si pensamos en eso nuestras pequeñas dificultados no son nada” . Asegura que lo mejor es vivir así, sin acomodarse, en una búsqueda constante de la voluntad de Dios. 

Antes de terminar, le preguntamos si después de rezar durante tantos años por la amistad entre las dos Coreas ella se imagina pisando el norte algún día. “No me tientes”, ríe.  “Pisar Corea del Norte antes de morir es un sueño que tengo. Dicen que es casi imposible la unidad total, pero para Dios no hay nada imposible. Hay muchos mártires de ambos lados, y tarde o temprano la luz entrará en los corazones. Porque estas personas –se refiere a los dirigentes norcoreanos– están convencidas de que su mentira es la verdad. Ojalá descubran que la verdad es Jesús. Nosotros nos pasamos el día rezando por ellos. Es emocionante saber que estás entregando la vida por algo así”, sentencia.

Artículo publicado en la edición número 69 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

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