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Padre Doñoro: “Si mis niños no van al cielo, habré fracasado”

El Hogar de Nazaret acoge a 300 niños rescatados de abusos y tráfico. El misionero Ignacio María Doñoro cuenta cómo el amor cura sus almas

Por Margarita García

¿Qué es el Hogar Nazaret?

Es una gran institución situada en la prelatura de Moyobamba, en el Amazonas peruano. Hasta hace poco, en este territorio nunca se había celebrado la misa. Los niños varones están el Hogar Nazaret del Corazón Inmaculado de María, en Carhuapoma; los adolescentes y la escuela de fútbol, en otro hogar con el mismo nombre; y las niñas están en otro pueblo, Bellavista, en diferentes casas: adolescentes, niñas y bebés por nacer. Se me parte el corazón cuando, a los 15 años, me reclaman a los niños del Hogar. Por eso tenemos en marcha el Hogar Nazaret Santa Teresa de Calcuta para trabajar la tierra y darles formación en una escuela técnica. De esta forma, saldrán del Hogar a los 18 años con un título de técnico agropecuario que les cambiará su futuro.

¿Por qué dice que el Hogar Nazaret es un eterno Jueves Santo?

Porque hay mucho dolor. San Juan narra el lavatorio de los pies, un gesto que supuso un escándalo para los apóstoles, porque lo hacían los esclavos. Yo digo muchas veces que el Hogar Nazaret puede ser un escándalo para la Iglesia: “¡Un sacerdote cambiando pañales!”. El Hogar es coger a los últimos, a los que están rotos por fuera y por dentro, y ponerte a serviles. Y, tras estar todo el día sirviendo, celebro la Eucaristía. Como en el Jueves Santo.

¿A qué se refiere cuando dice que los niños son el octavo sacramento?

Si el sacramento es un signo visible y eficaz de la gracia, los más pobres son una oportunidad maravillosa de llevarnos a Dios.

¿El amor todo lo puede?

Sí. Transforma. El amor es capaz de curar las heridas físicas: es impresionante ver cómo se recuperan de enfermedades complicadas. Los médicos a veces me dicen que no saben qué hacer con algunos niños que traen heridas terribles y, tras 8 meses de estar en el Hogar, se han curado. El amor hace milagros. Cura sus almas. Los niños me dicen: “Papá, nunca soñé ser tan feliz. Soy recontrafeliz”. Además, tenemos un protocolo de recuperación del niño que hemos elaborado con la Orden de Malta, pediatras, psicólogos… Los niños rezan mucho y aquí se sienten amados, únicos, imprescindibles. No hay separación entre darles de comer y darles la Eucaristía, porque no somos cuerpo por un lado y alma por otro.

¿Qué lo llevó a esta locura?

El amor es capaz de llevarte a hacer locuras, por ejemplo, dejar hace 11 años el reconocimiento que tenía como capellán militar, para venir a Madre de Dios, donde estuve 6 años, en una realidad muy dura combatiendo el tráfico de personas. De ahí tuve que salir porque peligraba mi vida. Pude haber vuelto a España, pero veía que Dios tenía un gran empeño en el Hogar Nazaret, yo solo le tenía que dar mis panes y mis peces. Él hizo todo. Aquí soy un espectador, solo tengo que decirle a Dios qué necesito. En una ocasión se nos acabó el arroz y, ese día, llegó una persona con un saco. No estoy en Perú por solidaridad, sino porque estoy convencido de que en los niños está Jesús. Es por amor a Jesús, no por fraternidad universal. Estando en el seminario decía a Jesús: “Nadie te puede amar más que yo” . Pero de eso nada. Ese amor, por Su gracia, ha ido creciendo en mí y ahora que han pasado los años digo “qué poco te quería; ahora sí que te quiero”.

El fuego que tiene no se apaga. ¿Qué le hace mantener vivo este amor?

Celebrar la santa misa todos los días. Poder cristificarme, hacerme uno con Jesús, hasta el punto de que a menudo se me escapa el “nos” cuando hablo del Hogar: “Estamos haciendo, tenemos tal proyecto…”. Me preguntan que quién es el otro: es Jesús, que en la misa me da fuerzas. Me pongo hasta nervioso cuando se acerca la hora de celebrar la Eucaristía. La misa es lo máximo. Si viviéramos de verdad la santa misa, jamás nos separaríamos de Jesús.

¿Cuál es su respuesta ante la cruz?

Cuando cuento las historias de los niños, la gente siempre dice: “¿Dios cómo puede permitir eso?”. Para mí es el colmo de los cinismos, porque lo que hacen a ese niño al que han maltratado se lo están haciendo al niño Jesús.

¿Es usted feliz?

Jamás pensé ser tan feliz. Tengo la inmensa suerte de vivir en el corazón de Jesús. La gente se sorprende de que mis niños me quieran tanto, y el problema no es que me llamen papá, sino que realmente sienten que soy su papá. Ha habido incluso quejas al obispo: “Este es un escándalo, tiene un hijo, y usted le deja celebrar misa…”, le dicen. A lo que mi obispo contesta: “No tiene uno, tiene 300”.

Su libro termina con esta idea: “A los pobres debemos acercarnos de rodillas”. ¿Puede explicarlo?

A los pobres tenemos que pedirles permiso, tenemos que rogarles, casi con reverencia, que nos dejen seguirles. Son ellos los que nos van a llevar al cielo. Tenemos que pedirles que nos muestren su verdad para poder acompañarlos en el dolor.

¿Se le ha anestesiado el corazón?

En el libro cuento que había un niño con una situación terrible: todos los días su hermano mayor le llevaba a las tapias del cementerio para que le violaran. El niño estaba muy mal y yo no sabía qué hacer. El niño estaba muy apegado a mí y un compañero me dijo: “Llevas solo un mes en Puerto Maldonado. No puedes seguir. Tienes que distanciarte un poco porque te va a explotar el corazón”. Me fui a la capilla y le dije a Dios: “Si no te puedo amar así, me voy. Y si me explota el corazón, que me explote.”

¿Qué mensaje quiere transmitirle a nuestros lectores?

En este tiempo de la COVID-19 son muy importantes las medidas sanitarias, pero no podemos olvidar que tenemos un alma por salvar. Tratemos de vivir en gracia. De mis niños no me interesa que vayan a la universidad, sino que vayan al cielo. Si no van todos al cielo, habré fracasado. En la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón, Epulón no era malo. Era correcto, vestía bien, vivía bien. Y el pobre Lázaro solo esperaba las migajas de la mesa. Epulón se fue al infierno y el pobre, al cielo. Yo invito a que en este mundo en que podemos ver a los lázaros y es fácil localizar a un misionero para ayudarlo, desde tu sofá des amor real, no migajas. El Hogar Nazaret es una gran oportunidad para servir a los lázaros del mundo. Dios ha creado el Hogar para llevarnos al cielo.

Si quieres colaborar con el Hogar de Nazaret, visita su web o hazte socio: www.hogarnazaret.es/socios/

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