Por Javier Lozano
Artículo publicado en la edición número 69 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.
Llevar una cruz colgada al cuello o un crucifijo en el bolsillo es un signo distintivo del cristiano, que además de hacer pública su fe recuerda, con tan sólo una mirada, el gran amor con el que Cristo se entregó por él. Pero, además, es un potente sacramental. Portar una cruz previamente bendecida conlleva importantes gracias.
Los sacramentales son –según recuerda el Catecismo– “signos sagrados con los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales”. Y aunque no confieren la gracia del Espíritu Santo como los sacramentos, “preparan a recibirla y disponen a cooperar con ella”.
Conviene recordar que el crucifijo no puede ser utilizado como un amuleto. Este sacramental únicamente tiene validez si el que lo porta lleva una vida coherente con el Evangelio y busca vivir en gracia de Dios.
El demonio odia la cruz
El demonio odia la cruz porque representa la victoria de Jesús en el Calvario y la derrota total de Satanás. La fuerza protectora de este sacramental se hace patente en la lucha de los exorcistas contra el diablo.
Agarrar el crucifijo en un momento difícil recuerda que Cristo está ahí presente
Agarrar el crucifijo, besarlo o mirarlo fijamente en un momento difícil de la jornada es un poderoso recordatorio de que en esa circunstancia Jesús está presente. No hay victoria sin cruz. También infunde fortaleza al que lo porta ya que, al igual que Cristo en la Vía Dolorosa, la del cristiano no es una vida fácil o sin problemas. La cruz no es para pusilánimes ni para cómodos. Por ello, el crucifijo otorga el arrojo y la determinación para vivir a contracorriente y para amar según la dimensión de la cruz, es decir, sin medida.
Tipos de crucifijos
Existen numerosos crucifijos en el catolicismo. Los hay vinculados a santos (cruz de San Damián), a distintas espiritualidades en la Iglesia (cruz de Tau), o incluso relacionados con lugares (cruz de Jerusalén) o tradiciones históricas (cruz de Santiago). Cada uno puede elegir aquel al que está más unido o el que mejor le ayude a recordar que la cruz es el camino a la vida eterna.
ORACIÓN ANTE EL CRUCIFIJO
Mírame, ¡oh, mi amado y buen Jesús!, postrado en tu presencia; te ruego con el mayor fervor que imprimas en mi corazón vivos sentimientos de fe, esperanza y caridad, verdadero dolor de mis pecados y propósito de jamás ofenderte, mientras que yo, con el mayor afecto y compasión de que soy capaz, voy considerando tus cinco llagas, teniendo presente lo que de Ti dijo el santo Profeta David: Han taladrado mis manos y mis pies y se pueden contar todos mis huesos. Amén.
Artículo publicado en la edición número 69 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.