Por Javier Lozano
Artículo publicado en la edición número 68 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.
1. Marca tú el ejemplo
Que los hermanos tengan una relación que perdure hasta la vejez comienza desde que son niños y, concretamente, se da al ver cómo se cuidan y se respetan sus padres. Si sus progenitores tienen entre sí detalles de cariño, los hijos los imitan y buscan emular ese ejemplo en la relación con sus hermanos.
2. Mantén los ojos muy abiertos
Las heridas afectivas pueden quedar en los hijos por muchos motivos, como sentir que han sido desplazados ante el nacimiento de un nuevo hermano. Estas heridas son subjetivas y, por lo tanto, difíciles de evitar. Sin embargo, conviene estar atentos a los hijos, mirarles continuamente para intentar ver lo que les ocurre, y hacerles sentir siempre únicos e irrepetibles. Que no tengan que competir por el afecto con sus hermanos.
3. Crea ambiente de fraternidad
Cultivar la fraternidad entre los propios hijos requiere dedicación, esfuerzo y compromiso. Este ambiente propicio para educar hermanos unidos se consigue fomentando la empatía entre los hijos, evitando compararles, pasando momentos agradables en familia y asignando tareas que les hagan cooperar y convivir entre ellos.
4. Cuida a tus propios hermanos
Los hermanos tienen deberes entre sí por el mero hecho de serlo: mantenerse unidos, apoyarse en los momentos de dificultad o cuidar juntos de sus padres. Además, existe la obligación de amar a los miembros de la propia familia sobre el resto de las personas. Si se aman, la obra de sus padres se perpetúa entre los propios hermanos.
5. Empújales hacia arriba
Es bien sabido que los hermanos pueden ser un referente y un ejemplo a seguir entre ellos. Y puede darse tanto para lo bueno como para lo malo. Esta fraternidad en las familias puede ser determinante para que los hermanos tengan un buen ambiente e incluso para que puedan descubrir su vocación y responder a ella.
6. Ayúdales a alcanzar la santidad
La unión entre los hermanos puede dar frutos que trascienden. Si en la familia se vive un profundo amor por Cristo, se convierte en un lugar privilegiado para alcanzar la santidad. En la historia de la Iglesia hay muchos y preciosos casos de hermanos que han sido declarados santos, como santa Inés y santa Clara de Asís, san Benito y santa Escolástica, santa Jacinta y san Francisco Marto o san Cosme y san Damián.
7. Haz nuevos hermanos por la fe
La fraternidad va más allá del vínculo de la sangre gracias a la fe. Unidos por Cristo y por la gracia del bautismo, personas muy distintas pueden amarse como hermanos, hasta llegar a dar la vida unos por otros. La edad o la procedencia de cada uno quedan relegadas a un segundo plano en una relación de hermandad en la que se ríe con los que ríen, y se llora con los que lloran.
Artículo publicado en la edición número 68 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.