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Isabel la Católica

Alcanzar la santidad: La última gesta de Isabel la Católica

La sierva de Dios Isabel de Castilla (1451-1504) cambió la historia: culminó la Reconquista y descubrió América, pero sobre todo fue una mujer de una fe sincera, de la que dejó importantes muestras. Su causa de beatificación se ha relanzado y hoy la reina está más cerca de subir a los altares.

Por Javier Lozano

Artículo publicado en la edición número 69 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

“No conozco a nadie de su sexo, de la antigüedad o de hoy, cuyo nombre sea digno de ponerse junto al de esta mujer incomparable”. Con esta grandilocuencia definía a la reina Isabel la Católica el historiador, diplomático y humanista Pedro Mártir de Anglería, testigo ocular de un reinado que cambió la historia. Aunque en un primer momento no estaba llamada a reinar, cuando le llegó la corona, Isabel se demostró preparada para una misión que nunca habría logrado ni imaginar. Lanzó a Occidente hacia un nuevo mundo y lo hizo desde su triple condición: como reina, como mujer y, sobre todo, como católica.

“Nunca fue cristiana tibia, por eso es un gran ejemplo, aunque aún no esté en los altares”, señala a Misión el padre José Luis Rubio Willen, responsable de la Comisión para la Causa de Beatificación de Isabel la Católica. Y destaca ese  “aún” porque su causa está siendo, de nuevo, impulsada para al fin lograr que junto al título de “Católica”, que le otorgó la Iglesia, también esté el de santa.

Devoción creciente

Para ello es fundamental relanzar la devoción popular por la reina. Así lo ha pedido el arzobispo de Valladolid, monseñor Luis Argüello. Y lo que está sucediendo es significativo: la devoción se ha disparado a ambos lados del Atlántico y se está viendo una catarata de gracias por su intercesión.  “La beatificación de Isabel I está de moda, pues se percibe por una parte importante del pueblo de Dios y de la jerarquía la necesidad de hacer justicia con ella”, explica el profesor José Francisco Serrano Oceja, miembro igualmente de esta Comisión. Por su parte, el padre Willen confirma que recibe cada mes testimonios  de favores y posibles milagros, “algunos de ellos impresionantes, producidos en distintas naciones y en personas de diferentes estatus sociales”. Uno de ellos, y que podría hacer beata a la reina, es el de un sacerdote que estaba en coma debido a un cáncer de páncreas. Su familia rezó ante la tumba de la reina en Granada, y el religioso se recuperó de inmediato.

“Pese a sus grandes responsabilidades, su vida era más contemplativa que activa”

Una vida de piedad

Desde su infancia, Isabel tuvo una vida de profunda fe. Hasta los que se oponen a su beatificación admiten que su amor a Dios guio siempre sus decisiones como soberana de Castilla. Quién mejor para definir esta religiosidad que su capellán, Lucio Marineo Sículo:  “Absorbida por múltiples y graves asuntos de Gobierno, pero religiosísima, como un sacerdote entregado al culto de Dios, de la Virgen, de los santos […] Rezando las Horas Canónicas como los sacerdotes y otras muchas oraciones y devociones particulares, como devotísima cristiana que era […] Dada a las cosas divinas mucho más que a las humanas. La reina tenía licencia pontificia para entrar en los monasterios. Era su vida más contemplativa que activa”. 

Especialmente cercana a la espiritualidad franciscana y a su fundador, esta orden inculcó en la reina las virtudes que fomentaron su carácter cristiano, sobrio, recio y austero. Además, dominicos y jerónimos también moldearon su espíritu y le asistieron en sus problemas humanos y políticos. Los que la acompañaron la definían como una estatua orante que pasaba ratos interminables delante del Sagrario. Sabiendo a quién quería como guía, siempre estuvo acompañada de La Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis.

Reformadora de la Iglesia

Un aspecto más desconocido de Isabel, pero fundamental para entender su importancia en la historia, es la reforma de la Iglesia hispana que impulsó y que se adelantó más de medio siglo a lo que posteriormente se adoptaría en el Concilio de Trento. Esto generó un ardor renovado y arrollador en la evangelización, que se tradujo en cómo la llama del Evangelio prendió por toda América y cómo España aguantó el envite protestante. 

Para esta complicada labor, la reina contó con la colaboración de personajes de la talla del cardenal Mendoza, de fray Hernando de Talavera y, sobre todo, del cardenal Cisneros.

Isabel puso las bases para la creación de colegios mayores, anticipándose a los seminarios tridentinos, elevando el nivel espiritual y moral de los clérigos. Inspiró las reformas de las órdenes mendicantes y de los conventos, y también consiguió, no sin mucha lucha con Roma, que se nombraran obispos con probidad moral y espiritual, sin tener en cuenta su condición social.  “El resultado final fue una Iglesia española abierta a los pobres, misionera y con enorme arraigo popular, que pudo evitar con éxito los grandes y sangrientos conflictos religiosos que provocó la Reforma protestante en toda Europa. Una Iglesia que aportó santos, intelectuales y defensores de la dignidad de los indios”, comenta Serrano Oceja a Misión.

“Isabel fue una santa de la puerta de al lado para los que vivieron con ella, y para nosotros”

Madre de América

La reina no concibió el descubrimiento de América como una conquista, sino como una obra evangelizadora. Trató a los indios como hijos de Dios y súbditos de Castilla, como si habitaran en Toledo o en Segovia. En 1501, en una instrucción para el gobernador de las Indias, insistía en que los nativos eran hombres libres y dictaba:  “Es necesario informar a los indios sobre las cosas de nuestra fe para que lleguen a su conocimiento […] sin ejercer sobre ellos ninguna coacción”. Un espíritu que queda reflejado claramente en su testamento, donde recordaba que su intención fue  “atraer a los pueblos a la fe católica”  y  “enseñarles buenas costumbres”.  Y pedía a su marido Fernando y a su hija Juana: “No consientan ni den lugar a que los indios, vecinos y moradores de las Indias y Tierra Firme, ganadas y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas ni bienes, antes al contrario, que sean bien y justamente tratados”.

A falta de que la Iglesia se manifieste oficialmente, el profesor Serrano Oceja asegura que Isabel “fue una gobernante excepcional, además de una mujer piadosa, desprendida y abnegada, madre y esposa, pero sobre todo una santa de la puerta de al lado para los que vivieron con ella, y para nosotros”. Como defienden aquellos que promueven su causa, Isabel sigue siendo “un modelo para los adolescentes, las mujeres, las madres, los líderes y los jefes de Gobierno”.

Los santos de Isabel

El testamento y el codicilo de Isabel la Católica muestran a una mujer temerosa de Dios, que abre su alma e invoca a sus santos protectores. En primer lugar, pide la intercesión de “su abogada” la Virgen María, “Reina de los Cielos y Señora de los Ángeles”. No se olvida de los arcángeles san Miguel, “príncipe de la Iglesia y caballería angelical”, y san Gabriel, “mensajero celestial”.  Su vida y su reinado sólo se pueden entender con sus tres santos más queridos: san Juan Evangelista, al que cita como su “abogado especial en esta presente vida y así lo espero tener en la hora de muerte”; san Francisco, su “bien amado y especial abogado”; y santa María Magdalena, también su “abogada” Pero además, Isabel se acuerda del “santo precursor” san Juan Bautista; de los “muy bienaventurados príncipes de los apóstoles san Pedro y san Pablo”; y del “bienaventurado” Santiago, así como de los “gloriosos confesores y grandes amigos de Nuestro Señor”, san Jerónimo y santo Domingo. “Si es cierto que hemos de morir, es incierto cuándo y dónde moriremos, por ello debemos vivir y estar preparados como si en cualquier momento hubiésemos de morir”, escribe la reina.

Para consultar la oración para la devoción privada a Isabel la Católica visita: www.comisionisabellacatolica.com

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