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Ansiedad: la “compañera” de Occidente

La ansiedad se ha convertido en la gran enfermedad del siglo XXI en Occidente. El vertiginoso ritmo de vida, la falta de desconexión y una sociedad más frágil son un caldo de cultivo para un problema serio y muy extendido, pero del que se puede salir.

Por Almudena Collado

Artículo publicado en la edición número 67 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

“Ay, no hay que llorar, que la vida es un carnaval”, como cantaba Celia Cruz, refleja muy bien el pensamiento posmoderno de la sociedad actual. Y aquí encaja regular la ansiedad. Parece que la persona tiene que ser feliz y el sufrimiento es un signo de debilidad, pero lo cierto es que eliminarlo anularía parte de la identidad del ser humano. 

La ansiedad es una respuesta fisiológica natural ante un elemento estresor que genera un aumento en los niveles de la hormona cortisol en el cerebro. En sí no es un fenómeno patológico, lo que resulta tóxico para el organismo es su mantenimiento a medio y largo plazo. Biológicamente, estamos preparados para evadir situaciones que nos ponen en peligro.

En otras etapas del desarrollo humano ha tenido sentido cuando había que -escapar de un depredador, por ejemplo. Sin embargo, ahora la vida no está en peligro constante y de manera artificial nos exponemos a situaciones que generan mucha activación o estrés. 

Los síntomas

Disminución de la concentración y la memoria, taquicardia, sudoración, dolor de pecho, falta de aire, preocupación excesiva… Estos síntomas confeccionan un traje conocido que acaba por convertirse en una camisa de fuerza. Además, según cada persona se establece una forma distinta de pensar, sentir y actuar, por lo que la ansiedad varía en intensidad y -duración.

La profesora de Anatomía en la Universidad Francisco de Vitoria, Ángela Osuna Benavides, pide no considerar la ansiedad de forma reduccionista:  “En el momento de ‘me quiero morir, socorro’ quizá no somos capaces de poner en marcha ciertas estrategias porque esos mismos pensamientos impiden activarlas, pero hay que ser conscientes de que la persona se monta una película sobre lo que va a pasar, y esos pensamientos generan un malestar que la incapacita en su día a día”. 

Esta profesora explica que  “pasar por la vida ‘ji, ji, jo, jo’ no nos beneficia, pues la madurez y el crecimiento personal pasan por superar las dificultades”. Considera que el sufrimiento forma parte de la vida. El objetivo, por tanto, es ayudar a las personas a abordarlo mejor.

El sufrimiento forma parte de la vida y el objetivo pasa por ayudar a abordarlo de mejor manera

Álvaro Fernández Moreno, profesor de Psicología Social de la UFV,  añade que  “si ante una situación fomentamos ideas repetitivas de riesgo y peligro, la ansiedad aumenta, pero si ante un reto el enfoque es positivo, como oportunidad y desafío, la -ansiedad mengua”. También la profesora de Psicometría y Personalidad en la misma universidad, Patricia López Frutos, señala que la sociedad occidental genera demasiadas demandas que somos incapaces de digerir:  “No tenemos tiempo ni herramientas para resolverlas. Tenemos demasiadas preocupaciones”.

¿Hay más casos ahora?

Entonces, ¿hay más casos o se diagnostica más? El neuropsiquiatra José Miguel Gaona, que conduce en COPE el programa “Poderosa Mente”, declara para Misión que están subiendo las peticiones de ayuda entre las nuevas generaciones, denominadas de cristal. Primero, por el ritmo de vida; segundo, por la falta de retiro psicológico y desconexión; y tercero, por la falta de resiliencia y aguante ante las adversidades. “Cualquier cosa nos pone de los nervios y nos desborda”, lamenta. Junto a ello, está convencido de que también “se tiende mucho a hiperdiagnosticar y hay que tener cuidado con ponerle etiquetas a todo”. 

Una ayuda necesaria

La figura del psicólogo está mucho mejor vista y ya no es tabú acudir a él para solicitar ayuda. La psicología aporta estrategias concretas para rebajar los niveles de ansiedad que generan los estresores cotidianos y así tener una mayor calidad de vida laboral, familiar y de relación con el entorno. Son procesos de aprendizaje y la ciencia arroja evidencias empíricas sobre su efectividad. Ahora bien, dejando claro que afrontar es siempre un primer paso imprescindible, puede resultar una solución insuficiente para muchos. 

El psicólogo es una gran ayuda, pero solo es un acompañante. Como revela el profesor Fernández Moreno, “la ansiedad solo es la punta de un iceberg que sustenta la falta de sentido”. Este es el quid de la cuestión.  Y añade:  “Cuando aprendemos a dar un sentido al sufrimiento somos capaces de dar un punto de superación a la ansiedad”.

La logoterapia trabaja así, de manera integral, transmitiendo la esperanza en un cambio de vida y buscando un sentido suficientemente sólido como para sustentar toda vida humana. Y los beneficios no son solo emocionales. Un nuevo estudio de la Universidad de Boston muestra que tener un objetivo en la vida y darle un sentido puede estar relacionado con una mejor protección de la salud,  un mejor funcionamiento físico y, por tanto, un menor riesgo de mortalidad o deterioro cognitivo. 

El caso de Julián

Julián es uno de los millones de personas que ha sufrido episodios severos de ansiedad. Y logró sanarlo acudiendo a la Psicología, y en su caso gracias también a la fe, elementos complementarios y no excluyentes en esta lucha. Se pasaba las noches sin poder respirar y con fuertes dolores en el estómago. En realidad, no le pasaba nada físico, solo era miedo. No tenía muy claro a qué: soledad, dolor… En el fondo se resumía en una falta de ganas de vivir la vida. ¿Alguien sabe lo mal que se pasa cuando se tiene ansiedad tanto tiempo?, se preguntaba.

Estuvo varios años en terapia con una psicóloga a la que estaba agradecido, pero ese  “monstruo” no terminaba de irse. En su caso, la fe consiguió eliminar definitivamente esta ansiedad, aunque Dios también permite que personas con mucha fe convivan con este problema. Un día Julián se puso a rezar, y tal y como le había sugerido un sacerdote amigo, con una sola invocación: “Dios mío, quítame la ansiedad, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

60 veces cada minuto, 360 cada hora, miles de súplicas aquella noche.  Y al día siguiente, su ansiedad desapareció. El aprendizaje consistió en entender que su vida no dependía de sí mismo y cuando fue capaz de entregar toda la carga que llevaba a Dios ese humilde acto de confianza verdadera trajo su sanación. 

Artículo publicado en la edición número 67 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

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