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Carlo Acutis: una adolescencia santa

Hablamos con Antonia Salzano, la madre de Carlo. ¿Qué hizo para tener un hijo así? ¿Qué recomienda a los padres de adolescentes?

Por Marta Peñalver / Fotografías cortesía de la familia de Carlo Acutis

En medio de la rebeldía adolescente también hay jóvenes excepcionales como Carlo Acutis (1991-2006). El joven italianao que fue beatificado el 10 de octubre de 2020, tiene muchas papeletas para ser nombrado patrono de Internet. Misión habló con su madre, Antonia Salzano: “Normalmente son los padres quienes transmiten la fe a sus hijos, pero en nuestro caso fue al revés y no me lo merezco”.

¿Carlo recibió la fe en su familia?

Nuestra familia era cristiana, pero no muy practicante. Yo recibí una enseñanza de la fe muy superficial, así que su fe nació de manera espontánea, como sucede con algunas almas especiales. Él sentía atracción hacia lo divino. Cuando veía una iglesia, me pedía entrar para saludar a Jesús o encender una vela a la Virgen. Mi hijo fue un regalo para nosotros, pues Jesús actuó en nuestra familia a través de él.

¿Cuándo comenzó Carlo a mostrar esa fe que lo caracterizaba?

A los 4 años, Carlo ya sabía leer y escribir. Era un niño muy inteligente. Desde que pudo leer, quiso leer la Biblia, los salmos, el Catecismo… Tenía un sensus fidei y una habilidad para comprender. ¡Era tan lindo, tan sabio!… Y el Señor se lo llevó tan joven… Tenía gran capacidad introspectiva y de razonamiento. Por ejemplo, miraba una planta de cerca, se admiraba y decía: “¡Es imposible que no haya un Creador!”.

“¿Cómo es que hacen filas para ir a un concierto de rock o al fútbol y no para visitar al Santísimo? Significa que no han entendido nada de nada”

¿Cómo fue su adolescencia?

Carlo tenía una vida normal: amigos, escuela, algo de deporte… Pero tenía un encuentro diario con Jesús en la misa y después dedicaba unos minutos a la adoración. Si hacía algún viaje, lo primero que le preocupaba era encontrar una iglesia para ir a misa. Decía que hoy en día somos más afortunados que aquellos que vivieron en tiempos de Jesús y lo vieron con sus ojos, pues ellos estaban limitados por el tiempo y el espacio, mientras que nosotros lo tenemos en cada Sagrario; tenemos Jerusalén a unos pasos, nada más salir de casa. Según Carlo, cada Sagrario debería ser tan visitado como los santos lugares.

¿Qué recuerda de los días previos a la muerte de Carlo?

Murió a los 15 años, ofreciendo su vida por el Papa, por la Iglesia. Ofreció el sufrimiento de su enfermedad de esos días para saltarse el Purgatorio e ir directamente al Cielo. Presentía que moriría de repente, aunque no sabía cómo, y aceptó ese momento con gran serenidad, y como Francisco de Asís, llamaba a la muerte “hermana muerte”. Era muy consciente de la existencia del infierno y el purgatorio, y hablaba de ellos con normalidad. Decía: “Cada minuto que pasa es un minuto menos para santificarnos”. Y antes de morir comentaba: “Estoy contento porque no he vivido ni un minuto haciendo cosas que no le gustan a Dios”. Carlo vivió cosas extraordinarias, pero no les dio importancia. Su fe fue a lo esencial: Jesús y los sacramentos.

«Era muy goloso, pero como sabía que la glotonería es un vicio, se ponía límites. También era un poco parlanchín. Entonces se iba esforzando, poco a poco, por ser menos hablador».

Pero tendría defectos, claro…

La suya fue una vida proyectada hacia la eternidad. Su existencia, aunque cotidiana, la vivió en presencia de Dios. Todos los días buscaba mejorar y se preguntaba: ¿Cómo me comporto como hijo, con mis profesores, con mis amigos? Fue un evangelizador, comenzando con su familia. Y también con los empleados de casa, que se convirtieron gracias a él. En el colegio se portaba estupendamente. Pero sí tenía defectos. Un ejemplo es que era muy goloso, pero como sabía que la glotonería es un vicio, se ponía límites. También era un poco parlanchín. Entonces se iba esforzando, poco a poco, por ser menos hablador.

¿Cómo vivió Carlo los avatares de la adolescencia: hormonas, ocio…?

En temas de castidad era inflexible gracias a su relación con Dios. A sus compañeros de clase les llamaba la atención sobre la pornografía o las relaciones antes del matrimonio. Les reprendía. Era como un padre para sus amigos. No como los padres de hoy, que están felices si su hijo tiene muchas novias. Les decía que no se debe ofender a Dios. Les ayudaba a apartarse del pecado. También en cuanto a las drogas: él sabía que todo esto era pecado y le dolía. Ofrecía esa pena por la Iglesia. No es que viviera en el hemisferio celestial o que fuera una especie de extraterrestre… Pero en su vida no había nada de esas pequeñeces absurdas.

¿Recuerda qué leía Carlo, aparte de la Biblia y del Catecismo?

A San Ignacio, a San Francisco, al Padre Pío…

¿Llegó a pensar alguna vez que su hijo sería santo?

No me cabía duda de que tenía algo especial. Pensé que llegaría a ser sacerdote. Él hablaba del alma como un globo aerostático: si quieres subir alto, tienes que soltar peso. Cuanto más alto, más cosas hay que quitar. Se refería a los pecados veniales. Así actúan los santos: luchan contra las ofensas que no son graves, pero que les impiden estar más cerca de Dios. Lo vemos en el Padre Pío, en san Josemaría Escrivá, y en tantos otros.

«Carlo decía que los padres deben rezar por sus hijos, como hizo santa Mónica, pero sobre todo deben dar buen ejemplo y vivir las obras de misericordia en la familia»

¿Qué hizo para tener un hijo así?

Normalmente son los padres quienes transmiten la fe a sus hijos, pero en nuestro caso fue al revés y no me lo merezco. Soy indigna. Pero Dios utiliza herramientas desproporcionadas para actuar. Piense en san Francisco de Asís, cuyo padre era un avaro. O en el padre de santa Teresa de Jesús, que le hizo sufrir porque no entendía las cosas de Dios. El santo no nace de padres santos.

¿Qué le dirías a unos padres que hacen lo mejor que pueden, pero no ven resultados?

Carlo decía que los padres deben rezar, como hizo santa Mónica, pero sobre todo deben dar buen ejemplo y vivir las obras de misericordia en la familia… No se puede esperar que el niño siga el mismo camino de fe que los padres, pero los padres pueden rezar con sus hijos desde la infancia y ser auténticos testigos. Si un padre acerca a su hijo a Dios a través de la oración, del sacrificio, antes o después, la gracia de Dios actúa.

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