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Pablo Delgado de la Serna. Diario de un trasplantado

Pablo Delgado de la Serna, el enfermo de cáncer, amputado y con tres trasplantes fallidos que enseña a ser feliz

Estaban a punto de ingresarle para operarle de un tumor, pero de repente le subió la fiebre y los médicos tuvieron que aplazar la cirugía: tenía peritonitis. Aunque cambiaron el tubo de la diálisis a la yugular, aquellas décimas de más, que solo duraron hora y media, hicieron posible que hayamos tenido este encuentro. Es la enésima vez que Pablo Delgado de la Serna, profesor de fisioterapia de la UFV y autor de Diario de un trasplantado (Editorial Libros.com, 2021), esquiva la muerte y sale con una sonrisa.

Por Almudena Collado / Fotografía: Dani García

Artículo publicado en la edición número 63 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

Nos recibe con la misma mirada que si acabara de correr una maratón, y acoge las indicaciones del fotógrafo con la calidez de corazón que le caracteriza: “Parece que he nacido para posar”, se ríen juntos. La gente del bar lo mira como si fuera un famoso de Hollywood al que poder pedir un autógrafo. Y, probablemente, pocos en este país lo merezcan tanto como él.

Hace 27 años de su primer trasplante (lleva tres de riñón fallidos), y en estos últimos seis años ha tenido una media de siete ingresos hospitalarios. Además, ha recibido dos ciclos de quimioterapia, ha perdido un riñón, ha estado conectado a diálisis nueve horas al día y le han amputado una pierna (con la amenaza de que quizá perdería también la otra). Por si fuera poco, hace pocas semanas recibió el diagnóstico de que tenía cáncer. Reconoce que puede sonar irónico, pero asegura que, entre todos sus diagnósticos, nunca ha padecido los síntomas de la ansiedad: “Me da pereza operarme y enfrentarme al dolor, pero la sensación de miedo no la tengo, no soy consciente de haber tenido nunca ansiedad”, asegura.

“He tenido quimio, operaciones, diálisis… pero nunca he tenido ansiedad”

Aceptar el presente

Su teoría es que cuando se mira hacia delante, se buscan cosas materiales: una casa mejor, otro coche, un bolso, ser director de departamento… pero si se mira hacia atrás solo se ven personas, gestos, atardeceres… A su juicio, la ansiedad viene de vivir buscando lo que falta y no valorar lo que se tiene. Y en su caso, la enfermedad le ha quitado sueños, pero por estar en esa nada, sin fuerzas ni ganas, se percibe más rico que nunca, porque valora cualquier cosa pequeña.
Aun así, también él ha tenido que hacer las paces con su realidad porque no le gustaba verse con un tubo en la tripa, agotado y sin pierna. De hecho, reconoce que en su adolescencia ponía resistencia a mostrarse enfermo. La madurez le ha enseñado otra receta para garantizarse la felicidad, esencial para mantener la salud: “Te tiene que gustar lo que tienes, aunque no siempre sea bueno”, exclama.

Diario de un trasplantado

Aunque es profesor (de Fisioterapia en la Universidad Francisco de Vitoria), con su libro Diario de un trasplantado no pretende dar lecciones, sino “ayudar a los demás”. Al principio iban a ser trucos para enfermos renales, pero cuando empezó el confinamiento notó que sus amigos estaban nerviosos y les grabó unos vídeos con consejos más humanos, del tipo levantarse a la misma hora, vestirse y asearse… Tuvieron tanto éxito que grabó uno cada semana y así es como se fueron conformando los capítulos del Diario (con acceso a los vídeos a través de un Código QR): “Tenía tantas ideas que se escaparían sin un libro de consulta, y los capítulos son fáciles porque busqué la naturalidad: pensaba un tema, daba al play y me ponía a hablar, ¡sin guion!”.

Ahora espera que su difusión sirva para hacer apostolado. Porque igual que la Madre Teresa se consideraba un lápiz en las manos de Dios, el profesor Delgado de la Serna, en tiempos de Internet, se siente como “una tecla en el dedo de Dios”.

Pablo Delgado de la Serna. Diario de un trasplantado
Un santo que babea

En todas sus intervenciones destila fe en Cristo. El día exacto de su conversión fue el 4 de mayo de 2003 (y podría acordarse de la hora), en la visita a España de san Juan Pablo II, para canonizar, entre otros, a Maravillas de Jesús. No era para él cualquier santa: cuando Pablo tenía seis meses de vida se bebió un biberón de agua entero, y su padre, que detectó en aquello un síntoma de problemas severos de riñón, se puso a buscar médicos mientras su madre se iba a rezar a la Madre Maravillas. El día de la canonización, Pablo tenía 28 años y llevaba ya tres y medio en diálisis.

“Y de repente –explica–, llega un señor al que se le cae la baba, con un cuerpo débil y miserable por fuera, pero con una fuerza interior brutal, que decía que no tuviésemos miedo, que el amor vence siempre”. Y así empezó un camino que sigue cada día.

“Dos años antes de mi conversión me enfrenté a una operación que casi me mata”, nos cuenta. “Por eso, cuando digo a mis alumnos que, con un 81 % de minusvalía, a pesar de no ser alto, delgado, rico y con pelo, soy absolutamente feliz y me siento pleno… ¡se quedan muertos!”, bromea.

Llegó el día en que firmó un cheque en blanco a Dios y lo único que le pidió es saber llevar lo que le pasara. Cuando la gente le pregunta cómo Dios permite ciertas cosas, les contesta que es cuestión de libertad: “Si echo a Dios de mi vida, Dios se va, en cambio, si le traigo a mi vida Él me va a dar fuerza y capacidad”. Su lema es que una cruz abrazada pesa menos que arrastrada. Y ante una imagen de la cruz de Cristo exclama: “¡¿De qué me quejo yo?!”.

“Una cruz abrazada pesa menos que arrastrada” es su lema

Su mujer y su hija

A Pablo no le falta conciencia sobre la responsabilidad que tiene Sara, su mujer, como acompañante. “Hay un instinto animal de supervivencia, pero no de acompañamiento, y la mochila del acompañante pesa mucho; a mis padres les ha tocado, a mis hermanos también, pero ella lo elige… No sé si fue muy consciente cuando dijo ‘en la salud y en la enfermedad’”, dice entre risas, que no denotan una diversión fugaz, sino el amor del que te examinan al final de la vida.

Tampoco había llorado, hasta que nació su hija Amelia, hace tres años. Ahora no le da vergüenza decir que llora por nada: “Me estoy emocionando un poco… (hace una pausa para recuperar el tono de voz). Recuerdo cuando mi hija le preguntó a Sara: ‘Mamá, ¿por qué papá siempre está enfadado?’ . ‘No está enfadado, Amelia, está serio porque está cansado’, le respondió. Tengo que aceptarlo y no me puedo permitir el lujo de ser feliz solo cuando las cosas van bien; solo por estar vivo hay que dar gracias”, sonríe.

“Según entre en las puertas del Cielo comprenderé por qué ha pasado todo esto”, concluye. Y se despide con una mirada serena, espejo de una paz profunda: la de la persona madura que ha entendido su propósito en la vida… y es feliz, aunque sufra.

De la risa al llanto

Pablo recuerda el día que le dijeron que le tenían que cortar una pierna y que estaba bajo la amenaza de perder la otra. “Llegué a casa, se lo conté a mi mujer y nos dio un ataque de risa. A los minutos estábamos llorando… Nunca imaginé que llegaría un día en que me faltaría una pierna”.

Artículo publicado en la edición número 63 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

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