Por Miguel Sanmartín Fenollera
Ilustración: Pxfuel
Artículo publicado en la edición número 69 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.
Los niños viven al nivel de su imaginación y de sus emociones, lo que los hace fácilmente impresionables y crédulos. Platón y Aristóteles, que tenían buen conocimiento de ello, consideraron a la literatura un cauce adecuado para atraerlos hacia lo bueno y verdadero a través de la belleza. Pero, por la misma razón, también sabían que había que poner el máximo empeño en que sus primeras lecturas fueran las más hábilmente dispuestas para exhortarles a la virtud. Por otra parte, la fantasía, tan consustancial a los libros infantiles, podría llegar a ser confundida con la magia. Es más, en algunos libros se le da a esta última un destacado protagonismo.
Una alteración del mundo
Para diferenciar la magia de la simple fantasía en los libros, J. R. R. Tolkien estableció una primera distinción. Según él, la imaginación del literato produce un mundo secundario en el cual pueden entrar y salir libremente el autor y el lector. En cambio, la magia pretendería producir una alteración en el mundo primario, en nuestro mundo real. No es, por tanto, un arte, como la literatura, sino una técnica de control y dominio. Por su parte, G. K. Chesterton también proporcionó varios criterios de utilidad. Explicó que la magia sería un intento de normalizar lo anómalo alterando la naturaleza de las cosas, lo que conduce al hombre al endiosamiento. Por el contrario, la fantasía trataría de restaurar las cosas a su orden natural, liberando a la persona de sus errores y faltas.
En La Tierra Media, la acción se sitúa en un mundo claramente irreal
Fantasía vs. magia
Según el tratamiento dado a la magia en la literatura infantil, encontramos, a grandes rasgos, dos tipos de libros. A un lado, estarían las obras en las cuales no hay presencia de magia, o bien esta es muy marginal, y su práctica es calificada de peligrosa. Al otro, lecturas que la presentan como algo inofensivo o inocuo. Son ejemplos paradigmáticos del primer tipo El Hobbit y El señor de los anillos de J. R. R. Tolkien o las Crónicas de Narnia, de C. S. Lewis, y del segundo, la serie de Harry Potter, de J. K. Rowling.
De la lectura de estas obras de Tolkien y Lewis, o similares, los chicos extraen una triple lección: primera, que los hombres no deben usar la magia para lograr sus fines; segunda, que se trata de un don concedido por la divinidad a algunos elegidos y no una técnica que se pueda aprender; y, tercera, que su uso trae consigo malas consecuencias.
En contraste, en las novelas de Harry Potter o similares la magia es la esencia de los relatos. Además, se la presenta como una técnica que se puede aprender, y cuyo dominio depende de la voluntad del hombre. Por último, al contrario que en Narnia y en LaTierra Media, donde la acción se sitúa en un mundo distante y distinto al nuestro y claramente irreal, en la saga de Harry Potter las historias tratan sobre niños de la misma edad que los lectores, que viven en su mismo mundo real, en su época y en un país existente, como Gran Bretaña.
Un riesgo real
Algunos niños más fácilmente impresionables podrían correr el riesgo real de sucumbir a la tentación de la magia.Y el hecho de que este riesgo sea escaso no nos excusa de tomarlo en consideración. Por eso, los padres que elijan este tipo de libros para sus hijos habrán de tener en cuenta su edad, su madurez, su sensibilidad y su formación.Y andar con tiento, pues, aun después de la elección, deberán acompañar a los chicos con las explicaciones necesarias, incluyendo las contenidas en el Catecismo (n., 2115- 2117), ya que la Iglesia Católica condena, sin paliativos ni distingos, la práctica de la magia como la forma más grave de superstición.
Artículo publicado en la edición número 69 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.