Por Javier Lozano
Artículo publicado en la edición número 69 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.
Francisco vivió durante años –igual que muchos católicos hoy– más preocupado por las cosas de este mundo que por la vida eterna: llegar a lo más alto, atesorar amistades, cultivar aficiones… Hasta que un día san Ignacio le hizo una pregunta que le traspasó el alma: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?” (Mt 16, 26). A partir de ahí, Francisco vació su vida de lo superfluo y se decidió a prender el mundo con el fuego del Evangelio. Aquel joven era san Francisco Javier, patrono de las misiones, pero, sobre todo, ejemplo de que no se puede ser católico a tiempo parcial.
Hoy, al igual que en su tiempo, hay multitudes que no conocen a Dios y necesitan de un Ignacio o de un Javier. Esta “revolución” urge en el mundo.
¿Alguna vez te has sentido solo en el trabajo defendiendo tu fe? ¿Has creído ser un ‘bicho raro’ porque no encuentras otros católicos entre tus compañeros o vecinos? No eres el único. Muchos creyentes se preguntan a diario dónde están los católicos. Sin embargo, cerca de nueve millones de españoles acuden todavía a misa los domingos, lo que debería traducirse en que en la oficina o entre los vecinos se viera una presencia, no mayoritaria, pero sí significativa, de católicos. Pero fuera de los ámbitos más eclesiales, esto no se da, o al menos no se percibe. Y así es como en espacios como la cultura, la política o la empresa se nota especialmente ese vacío.
Nuestras incoherencias
“El influjo del mundo es muy superior a lo que podemos suponer. Tenemos auténtico pavor a ser señalados, etiquetados, ridiculizados o despreciados”, señala a Misión monseñor José Ignacio Munilla, obispo de Orihuela-Alicante. A su juicio, “el problema de fondo está en que nos hemos hecho enemigos de la cruz, y queremos quedar bien con el mundo. Pero bien sabemos que esto último es imposible, ya que, como dice el adagio: ‘¡Roma no paga a traidores!’”. Por ello, advierte de que “si nuestras incoherencias y contradicciones no se afrontan de forma pronta y decidida, terminarán revolviéndose inexorablemente en la dirección incorrecta, tal y como dice el refrán: ‘Si no vives como piensas, acabarás pensando como vives’”.
José María Torralba, catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universidad de Navarra, añade que cuesta encontrar a los creyentes en un país de tradición católica como España porque se vive un “cristianismo burgués”, que él define como “una forma de entender la fe en la que una persona cumple con sus obligaciones religiosas, pero tiene como principal meta en la vida conseguir seguridad y estabilidad (sea económica, social, etc.). Esta mentalidad se traduce en una espiritualidad intimista, donde parece que lo único importante es salvar la propia alma, olvidando la llamada a transformar la realidad”. Sin embargo, este estilo de vida choca frontalmente con el espíritu del Evangelio, que implica comprometerse a correr riesgos y a ‘revolucionar’ el mundo.
Frente a estas contradicciones que se dan en los creyentes, el prelado vasco señala dos vías de reparación: en primer lugar, una buena formación en la fe para “detectar las incoherencias” y, por otra parte, recurrir con frecuencia al sacramento de la confesión para “no pactar con nuestro pecado”.
“Tenemos auténtico pavor a ser señalados, etiquetados o despreciados”
Sin miedo a la santidad
La “secularización interna”, como denomina Munilla a la tibieza y mundanización de los católicos, la deficiente formación cristiana que se ha dado en las familias y en numerosas instituciones cristianas, unida a la férrea imposición del pensamiento único, ha propiciado esta situación de irrelevancia y falta de católicos en sectores decisivos de la sociedad.
Uno de ellos es el de los intelectuales, el del debate de las ideas. “En el mundo católico se ha descuidado la formación intelectual. Faltan voces porque falta discurso. La fe necesita hacerse cultura”, advierte el profesor Torralba.
La respuesta a una situación complicada en la sociedad y en la -propia Iglesia pasa, según Javier de Cendra, decano de la Facultad de Derecho, Empresa y Gobierno de la Universidad Francisco de Vitoria, por que cada católico asuma de verdad su llamada a la santidad. “Es ahora cuando podemos contribuir a extender el señorío de Cristo sobre el mundo o renunciar a ello. No sirve de nada excusarse con que la Iglesia no hace lo suficiente, sin que ello suponga ignorar la enorme responsabilidad que el mismo Cristo asignó a los apóstoles”. Ahí ve la piedra angular de este debate: “Experimentar esto en primera persona basta para dejarse de pusilanimidades y medias tintas, y para decidirse a anunciar el Evangelio en medio del mundo, sin temer críticas, incomprensiones o incluso ataques. Esta es la clave para perder los complejos: ser fieles a la llamada del Espíritu Santo ahora”.
“No hay sino una tristeza, la de no ser santos”, escribió el genial escritor Léon Bloy en su obra La mujer pobre (1897), una cita que puede resultar de lo más útil a los católicos para ver si aspiran con verdadero deseo a la santidad, con todo lo que ello conlleva también en esta vida.
“Gran cantidad de heridos tocan a la puerta de la Iglesia tras haber sido destrozados”
Un refugio de libertad
Los católicos no pueden replegarse sobre sí mismos. No ahora. Es el momento de que esta llamada a la santidad salga a relucir ante unas ideologías perversas que están dejando multitud de víctimas. Hay ya, y aún habrá más, “gran cantidad de heridos que tocan la puerta de la Iglesia después de haber sido destrozados” por estas corrientes antihumanas, alerta el obispo de Orihuela-Alicante.
En este momento de la historia los católicos deben ser coches escoba que recojan a todas estas personas rotas por las ideologías dominantes. Tienen que hacerlo con misericordia, pero desde la firmeza de sus convicciones y sin ceder ni un ápice a la defensa de la verdad, para no ser ellos mismos devorados. Monseñor Munilla insiste en que ahora hay sectores culturales no católicos que “miran a la Iglesia con simpatía y esperanza, esperando encontrar en nosotros un refugio de libertad”. Los católicos deben ser un faro que ilumine en medio de la oscuridad. Pero para ello no pueden mimetizarse. ¡Tienen que dejarse ver!

El Cristianismo, la forma más auténtica del humanismo
En España hay 2.558 colegios católicos, en los que se forman cada año más de 1,5 millones de alumnos. Existen también 17 universidades vinculadas a la Iglesia, con más de 130.000 personas recibiendo estudios superiores. Los datos de la Conferencia Episcopal Española muestran una estructura potente del catolicismo en el ámbito educativo, aunque esto no ha evitado una apostasía en la sociedad española. ¿Para qué ha servido que millones de alumnos hayan pasado por estos centros? ¿Han sido instrumentos para construir personas íntegras y con virtudes? La introducción de ideologías anticristianas en los colegios, la traición al ideario de los centros y a los principios de quienes los fundaron y la secularización de una parte importante del personal docente han provocado que muchos colegios católicos lo sean en la teoría, pero no en la práctica.
“Hay un problema con la transmisión de la fe en la educación”, alerta a Misión José María Torralba, catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universidad de Navarra: “La fe es una semilla que necesita de un terreno adecuado para germinar”. Este terreno no es otro que el interior de la persona, que se cultiva a través de las humanidades. Es precisamente aquí donde cree que se ha dado la ruptura. “Las instituciones educativas de ideario católico deberían distinguirse por la calidad de su formación humanística. No como algo instrumental, sino por la certeza de que el cristianismo es la forma más radical de humanismo”, recalca. No es algo imposible de realizar. En países como EE.UU., cualquier universidad o colegio de identidad cristiana tiene programas de formación humanística fuertes. Y esto en España no está tan presente. El objetivo –incide Torralba– es tener claro que “la finalidad de los centros educativos católicos tiene que ser abrir el camino a la verdad, al bien y a la belleza para que Dios pueda actuar”. Con unos cimientos bien puestos y con la mirada fijada en lo importante, el resto vendrá –como dice el Evangelio– por añadidura.
Una visión global de la Iglesia
¿Vivimos un tiempo de apostasía? En 2022, en Alemania medio millón de católicos abandonaron oficialmente la Iglesia. En Francia apenas se ordenaron 59 sacerdotes diocesanos el pasado curso, un tercio de los ordenados dos décadas antes. No sale mejor parada España, cuyo número de seminaristas ha caído por primera vez por debajo de los 1.000 y se han ordenado apenas 97 sacerdotes. En el año 2.000 había 1.800 seminaristas y hubo 238 ordenaciones. Estos datos llevan al desánimo, pero una visión universal de la Iglesia pone de manifiesto que Dios no abandona a su pueblo. Las cifras globales muestran una realidad algo más esperanzadora: la Iglesia crece, al menos al mismo ritmo que aumenta la población mundial. Hay en estos momentos, según el Annuarium Statisticum Ecclesiae, 1.378 millones de -católicos. Al inicio del tercer milenio había 1.050 millones. Dos décadas después la Iglesia tiene 328 millones más de fieles, y todo ello a pesar de la gran secularización de Occidente.
“Deberíamos reflexionar sobre nuestra responsabilidad en este devenir histórico del catolicismo. Si nos dejamos llevar por los dinamismos de la secularización, el árbol se seca y deja de dar frutos. La Iglesia católica hoy manifiesta su dinamismo, pero no precisamente en España, sino en el África subsahariana, en países de Asia y, en menor medida, en Latinoamérica”, recuerda Javier de Cendra, decano de la Facultad de Derecho, Empresa y Gobierno de la Universidad Francisco de Vitoria.
África aporta, al igual que Asia, cada vez más sacerdotes y seminaristas. Como muestra: en 1910 los -africanos apenas representaban el 1 % del total de los católicos. Hoy son casi el 20 %. “La globalización es un hecho, y la Iglesia lo experimenta también. Es más, diría que es parte del plan de Dios: la acción del Espíritu Santo impulsa a la Iglesia para que el Evangelio llegue hasta los confines de la tierra”, añade.
Occidente, con todas las comodidades y privilegios del primer mundo, pierde la fe, mientras que en lugares donde se vive día a día, la fe va en aumento. En España, según De Cendra, “hemos acallado al Espíritu Santo en muchas ocasiones y en muchos lugares”. Ante esto, hay dos salidas: o el católico acoge la llamada de Cristo y se deja llevar por el Espíritu Santo, o la rechaza favoreciendo la situación que ya se ve: caída de vocaciones, iglesias vacías e irrelevancia de los católicos en la vida pública.
Artículo publicado en la edición número 69 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.