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Metaverso

El metaverso: una promesa de felicidad efímera e incompleta

El metaverso es la gran apuesta para introducir al ser humano en una vida virtual sin dificultades ni sufrimientos. Este proyecto del multimillonario Mark Zuckerberg va más allá del ocio, pretende crear un nuevo hombre que habite un nuevo entorno virtual. ¿Podrá una existencia impoluta ofrecernos la anhelada felicidad?

Por Javier Lozano

Artículo publicado en la edición número 68 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

Corría el año1992 cuando el escritor Neal Stephenson utilizó por primera vez el término “metaverso” en su novela Snow Crash. El protagonista era un joven que en la vida real trabajaba como repartidor de pizzas, pero que en una realidad virtual paralela era un samurái que luchaba contra una droga que arrebataba la creatividad a los humanos. Tres décadas después, Mark Zuckerberg, fundador de Facebook y uno de los hombres más ricos del mundo, ha recuperado este término para proponer que el ser humano salte a una vida virtual, que supere a la real, y en la que cada uno pueda ser lo que quiera y, como el protagonista de aquella novela, pasar de ser un simple trabajador a un héroe.

“En el metaverso, podrás hacer casi cualquier cosa que puedas imaginar”, explicaba Zuckerberg al presentar su gran proyecto. Este nuevo entorno rompe la barrera del espacio y del tiempo, para que la persona se pueda teletransportar virtualmente a cualquier lugar: ir a la oficina, de compras, a jugar al tenis o a tomar un café con un amigo, todo ello a través de su avatar. Hay ya miles de millones invertidos para lograr muchas cosas  “que en el mundo físico no son posibles”. 

Una vida en paralelo

¿Cómo se logra esto? “A esta realidad virtual se accede a través de un hardware en forma de gafas que permite experimentar una vida paralela donde se puede comprar, vender, hablar, asistir a conciertos…”, explica Marco Mariscal, abogado especialista en propiedad intelectual y profesor en la Universidad de Alcalá. Albert Cortina, también abogado y autor de Transhumanismo. La ideología que desafía a la fe cristiana (Palabra, 2022), alerta de que lo que pretenden los promotores del metaverso es  “construir una realidad mejor que la física en donde el ser humano, mediante su avatar, pueda tener control y dominio de las cosas, donde todo sea perfecto y sin defectos”.

Pero pese a su supuesta interconexión total, el metaverso supone una ruptura tajante con los vínculos humanos y muestra una realidad completamente descarnada. Siguiendo la corriente del deseo como fuente de realidad, el metaverso se presenta como una promesa de felicidad; el sustitutivo de una existencia con dificultades y problemas.

“El metaverso busca construir una realidad mejor que la física, donde el ser humano tenga perfecto control”

El valor de la presencia

Este planteamiento del metaverso choca con la antropología cristiana y supone un grave peligro para la civilización. Diviniza lo virtual y entierra la realidad. Monseñor Juan Antonio Reig Pla, obispo emérito de Alcalá, alertaba en la presentación del libro de Cortina del carácter materialista y gnóstico que representan estas tecnologías, pues rompen la unidad entre cuerpo y espíritu. El metaverso prescinde del cuerpo y de todo lo que implica el contacto físico, cuando lo cierto –agregaba el prelado– es que  “el cuerpo es la visibilización de la persona”, y no se puede romper esta unidad. Los cristianos viven una fe encarnada, una fe que aunque en ocasiones pueda encontrar un apoyo en el ámbito digital, necesita transmitirse físicamente y vivirse en familia y en comunidad. De ahí que Mariscal hable de que los cristianos están hoy ante una gran oportunidad en la historia. Sólo ellos pueden poner en valor la fuerza de la presencia y del contacto físico que ofrece la vida real. Porque sólo en la vida diaria es posible transmitir las virtudes, la belleza, dar respuesta a los grandes interrogantes, sacralizar la vida cotidiana y tener vida sacramental.  

Una huida hacia adelante

Ante una vida real en la que existen límites y frustraciones, esta nueva tecnología intenta ofrecer una huida hacia adelante, una “arcadia feliz”. En ella las personas supuestamente podrán ser lo que quieran, esconder sus problemas y vivir la que consideran su vida soñada. Una vida volátil y sin compromisos sólidos. Mariscal alerta de un grave problema cuando las personas “no sepan separar lo ‘virtual’ de lo ‘real’, máxime cuando pasen más horas en la primera que en la segunda”. Y, además, pone un ejemplo de lo que podrá ocurrir en el metaverso:  “Podríamos encontrar parejas que ‘tengan’ hijos sólo en el mundo virtual; o que ‘apaguen’ a su ‘hijo virtual’ cuando no les interese”. 

Por su parte, Cortina señala el problema de fondo, que es pretender construir una realidad de “perfecta paz, justicia, amor y gozo creciente, pero sin Dios”.

Monseñor Reig Pla afirma que la solución frente al dilema existencial que ofrece el metaverso es errónea. “La Iglesia desde el principio tiene una respuesta y es que Cristo asumió nuestro sufrimiento y lo estrelló en la cruz. Esta cruz es nuestra redención y el sufrimiento se puede vivir como una escuela de esperanza”, explicó. Por ello, intentar eliminar cualquier vestigio de sufrimiento, dolor o incomodidad es cerrar las puertas del Cielo.

Una religión de sustitución

Pese a que se presenta como una oferta de ocio y de entretenimiento, el metaverso es parte de la ideología transhumanista, y su propuesta va más allá. Cortina alerta que lo que se esconde de fondo es una “religión de sustitución del cristianismo” en su respuesta a la vulnerabilidad, la finitud, la muerte o el sufrimiento. 

“En el momento en que pretendamos  ‘alcanzar el cielo’ –como profetizan los impulsores del metaverso– siendo creadores de una nueva ‘creación’ virtual que prescinde del orden natural de la realidad y del cosmos, caeremos en el mismo pecado colectivo de orgullo de la humanidad en tiempos de la Torre de Babel. Será entonces cuando de nuevo constataremos el fracaso de construir un ‘paraíso virtual’ aquí en la tierra, en lugar de construir la civilización del amor que nos predispone para el Cielo”, concluye Cortina. 

“El peligro es crear una realidad de perfecta paz, justicia, gozo y amor, pero sin Dios”

La respuesta cristiana al metaverso

El metaverso va más allá de una alternativa de ocio. Se jacta de ofrecer una vida más perfecta, donde los sufrimientos, defectos e inconvenientes cotidianos desaparecen. Pero la antropología cristiana desmonta sus mitos.

Una vida sin sufrimiento
El metaverso ofrece una supuesta tabla de salvación para quienes sufren la vulnerabilidad propia de la condición humana (contradicciones, carencias, enfermedades, limitaciones…). Ofrece una supuesta “autorrealización” cortoplacista, con fecha de caducidad, y simula una que en realidad no existe. Evadir los problemas no los elimina, sino que los enquista. 
El cristianismo da sentido al sufrimiento a través de la cruz de Cristo, pues el ser humano vive para la eternidad y para quien carga su cruz la felicidad llegará resplandeciente y gloriosa tras este “valle de lágrimas”. 

Un entorno sin defectos
En el metaverso las personas pueden “recrear” su entorno, eliminar lo que no les gusta a su alrededor e introducir las cualidades de las que querrían disfrutar. Pero esta máscara virtual es un edificio sin cimientos: en cuanto sopla el viento se viene abajo porque no se sustenta en la verdad.
El cristianismo enseña al hombre a amar y a aceptar sus circunstancias, que han sido todas queridas por Dios, aunque a veces no lo parezca. Es precisamente en las carencias de cada situación donde se producen con mayor potencia los encuentros con Dios que dan sentido a la existencia. 

Un paraíso en la Tierra
El metaverso busca crear un nuevo Jardín del Edén, pero en realidad acaba construyendo una nueva Torre de Babel. Confunde la felicidad con el «superbienestar», para lo cual precisa separar el alma del cuerpo. Además, ofrece una esperanza secular, es decir, centrada en el aquí y el ahora.
El cristianismo vive otra esperanza, la que dirige la mirada al Cielo, donde se encuentra el único Paraíso. El cristiano no vive centrado en el bienestar presente, sino aspirando a los bienes celestiales.

Artículo publicado en la edición número 68 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

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