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Niño familia artificial

La distopía de las familias artificiales

La familia natural es el último reducto contra el totalitarismo de las bioideologías. Por eso, los promotores de teorías como el transhumanismo, el ecologismo o el gender se afanan por desdibujar la identidad familiar. Pero ¿cómo lo hacen?

Por Isabel Molina y José Antonio Méndez

Artículo publicado en la edición número 61 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

Es mujer incluso desde antes de nacer. Sin embargo, varias intervenciones médicas y un acto administrativo le han servido para ser reconocido legalmente como varón, y ahora se llama Rubén Castro. A pesar de sostener que no se siente mujer, antes de concluir el tratamiento de cambio de sexo quiso interrumpirlo para “cumplir mi sueño”: quedarse embarazada (por inseminación artificial). El 1 de mayo dio a luz a Luar, de quien dijo en Instagram que es su “hije”. Luar no conocerá jamás a su padre biológico, ni por ahora será criado por la pareja de Rubén, que es single. Los medios generalistas afirmaron que se trata del primer varón embarazado de España, aunque eso, como la biología demuestra (y esos medios saben), es radicalmente imposible, porque un varón humano no tiene óvulos, ni útero, ni matriz, aunque tenga 22.000 seguidores en Instagram, como Rubén. Sin duda, su caso es un triunfo tecnológico, político y mediático de la bio­ideología gender.

No es anecdótico ni un hecho aislado. Los dardos que se lanzan desde las bioideologías contra la familia proceden de distintos flancos, tocan todas las etapas vitales, desde la concepción hasta la muerte, y todos los vínculos afectivos, especialmente el conyugal.

En todas las etapas

En la etapa embrionaria se plantean intervenciones, no solo para llevar a cabo fecundaciones in vitro, sino también para la selección de gametos con el ánimo de crear seres “perfectos” y “bebés medicamento” cuyas células puedan servir de base para tratamientos médicos de otros familiares, e incluso desarrollar alteraciones genéticas para crear híbridos de humano y animal, como los desarrollados en Japón entre humanos y monos.

En la etapa de gestación se habla de la posibilidad de que los fetos se desarrollen en úteros artificiales (ectogénesis), ajenos a todo tipo de vínculo con sus padres; o que sean abortados si se detectan posibles malformaciones. El biólogo Peter Singer, padre de la bioideología animalista, propone el infanticidio neonatal en caso de que sea más seguro para la madre.

Durante la infancia y la juventud, el objetivo es manipular la formación de la identidad de la persona masculina o femenina, como el caso del transexual Castro. Una diana clave para acabar con la familia natural, ya que es precisamente la identidad sexuada la que permite al varón y a la mujer crear la comunión conyugal, fundamento y base de la familia. En la edad adulta, una sexualidad separada de la fecundación y tan hedonista como ajena a crear vínculos estables, y la eutanasia contra ancianos y enfermos, completan el ciclo.

Cualquier unión de sujetos podría llegar a ser considerada una familia

En todas las etapas

Albert Cortina, experto en transhumanismo, explica a Misión que la punta de lanza de las bioideologías es “el rediseño total de la naturaleza humana, hasta llegar a la libertad morfológica total”. Una de sus consecuencias es que cualquier agregación de sujetos voluntariamente unidos puede ser considerada igual que una familia, aunque sus miembros sean de género fluido, ciborgs o transespecie.

Las relaciones sexuales múltiples con cualquier género y sexo, las relaciones “abiertas” (con amantes por ambas partes), el poliamor o la poligamia son algunas de las formas que se contemplan para canalizar las relaciones afectivas en estos sucedáneos de familia. Incluso el incesto y la zoofilia son abiertamente contemplados por los ideólogos más eminentes del animalismo, el transespecismo, la trans­edad y otras corrientes que Cortina llama “ideologías disolventes”.

María Lacalle, directora del Instituto Razón Abierta, organizador del congreso Transhumanismo: ¿sapiens o cyborg?”, celebrado en la UFV, asegura para Misión que las bioideologías, al intentar “liberarse de la naturaleza humana, conducen a la disolución de la persona y destruyen a la familia”.

La célula de resistencia

En el fondo de estas ideologías late un deseo hedonista e individualista de superar las limitaciones naturales, hasta mejorar la especie humana o crear una “mejor” que la creada por Dios. Por el camino, eso sí, dejan un reguero de cadáveres, vidas rotas y familias destruidas, y una visión impositiva y totalitaria de su supuesto progreso. Sin embargo, ya decía Chesterton, “las familias son la célula de resistencia contra la opresión”, porque, como concluye María Lacalle, “la familia natural nunca es perfecta, pero es el lugar privilegiado para el respeto y el amor”.

Si nos cargamos el cuerpo sexuado, nos cargamos los vínculos familiares

6 claves del ataque de las bioideologías
Albert Cortina y María Lacalle sintetizan los flancos desde los que quieren despojar a la familia de su esencia.

1. Anular el cuerpo sexuado. El primer paso consiste en manipular el cuerpo hasta borrar su sexo, para crear seres de “género fluido”, explica Cortina. Sin embargo, “el cuerpo no es una carcasa que podemos manipular, porque no tenemos un cuerpo, sino que somos un cuerpo”, apunta Lacalle. “Si nos cargamos el cuerpo sexuado, nos cargamos todas las relaciones familiares, comenzando por la relación conyugal, esa íntima unión entre los esposos que es fuente de fecundidad y de procreación; y nos cargamos la paternidad y la maternidad, porque el hombre tiene un cuerpo apto para engendrar en la mujer, y la mujer un cuerpo apto para concebir y dar a luz. Esta diferencia supone que la relación de cada uno con la nueva vida que engendren también va a ser distinta”, añade Lacalle.

2. Destruir el vínculo matrimonial. Si el amor conyugal no es exclusivo, abierto a la fecundidad, complementario y con vocación de permanencia, se destruye el matrimonio y como consecuencia a la sociedad, pues como decía san Juan Pablo II en la Carta a las Familias: “el pacto conyugal entre el hombre y la mujer no es solo una relación de amor, sino el primero de los vínculos jurídicos”, recuerda Lacalle.

3. Eliminar la procreación sexual. La reproducción sin sexo, por ejemplo en un laboratorio, busca “eliminar la ‘barbarie’ del embarazo y del parto [los hijos se producen por medios artificiales], y la ‘pesada carga’ del cuidado de los niños, que pasan a estar bajo la vigilancia del Estado (o de la tribu)”, argumenta Lacalle. Y da ejemplos: “En la Ley de Transexualidad que se está tramitando, un juez puede suplir la falta de autorización de los padres para cambiar el sexo a un menor”.

4. Reducir la población. Aunque investigaciones paleontológicas como las de Atapuerca demuestran que el homo sapiens, desde hace miles de años, protege a los más débiles de su clan familiar, las bioideologías proponen eliminar a los ancianos, enfermos e imperfectos, a través de la eutanasia, esgrimiendo motivos “humanitarios”. Además, estas corrientes proponen reducir la población mundial mediante la esterilización obligatoria, el aborto masivo y la eutanasia, y señalan la bondad de dejar de tener hijos para ser la última generación humana sobre la tierra, que permita a la naturaleza “empezar de cero” tras extinguirnos como especie. Curiosamente, los impulsores de estas ideas consideran que “sobran” los demás, no ellos mismos.

5. Los hijos, un bien de consumo. Estas ideologías, explica Lacalle, “dejan de concebir al hijo como un don que se acoge de forma incondicional, para verlo como un derecho o un producto” que se genera según los deseos de quien paga los tratamientos. Y como los deseos subjetivos son para estas corrientes fuente de ley pero también reversibles, se permite y alienta la necesidad de eliminar con el aborto a los no deseados, y a los no perfectos, mediante eugenesia. El vínculo paterno-filial salta por los aires, porque “a los hijos no los queremos por sanos, listos o guapos, sino por ser nuestros hijos, y los acompañamos toda la vida aunque tengan deficiencias”.

6. Alterar el devenir natural de las generaciones. Cortina explica que las bioideologías “hablan de la superlongevidad e incluso de erradicar la muerte” mediante la criogenización o revirtiendo el envejecimiento celular. Pero esto impide la generación de nuevas vidas, porque “la familia es un transcurso continuo de generaciones, que coinciden en algunos momentos y después, los mayores ceden su sitio a los jóvenes”, señala Lacalle. Alargar indefinidamente la vida supone un egoísta abuso del poder de una generación que cierra la puerta a las demás.

Artículo publicado en la edición número 61 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

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