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Frente al abuso de pantallas, alternativas excelentes

Las pantallas han cobrado protagonismo con la pandemia, como ventanas para asomarnos al exterior, y poco a poco han empezado a llenar el tiempo

Por Isis Barajas

Un informe elaborado por la plataforma Empantallados señala que el 48 por ciento de las familias adquirió nuevos dispositivos durante el confinamiento de la primavera pasada y que el ocio digital de los hijos se multiplicó considerablemente. De lunes a viernes, los niños pequeños consumían casi 4 horas de pantalla para el ocio (un 76 por ciento más que antes del confinamiento) y los hijos mayores alcanzaban las 5 horas diarias dedicadas al entretenimiento digital (un 68 por ciento más que antes). A esto, por supuesto, había que añadir el tiempo dedicado a seguir las clases online o a realizar tareas escolares a través de aplicaciones digitales.

Un oportuno “retorno”

La inercia creada durante esos meses preocupa a muchos padres que ven que ahora no es tan sencillo desprender a sus hijos de los hábitos de consumo abusivo de pantallas que han adquirido. Por ello, la doctora en Educación y Psicología, Catherine L’Ecuyer, nos explica que lo último que hay que hacer es tirar la toalla o conformarse “con lo que hay”: “En educación, no hay puntos de no retorno, pero hay líneas rojas que al cruzarse crean inercias o vicios que son difíciles de romper”.

Para retomar las riendas, L’Ecuyer recalca que es necesaria “una decisión conjunta de los padres, un plan de acción decidido y constancia a la hora de llevarlo a cabo”. Si nuevos rebrotes del virus acaban encerrándonos de nuevo en casa, L’Ecuyer insiste en la necesidad de que los padres tengan un plan preestablecido. “La improvisación pasa factura: acabas dejándote llevar por las modas, por lo que hace el vecino o lo que manda el colegio. Nosotros somos los primeros educadores y cuando actuamos por inercia lo que hacemos es abdicar de esa responsabilidad”, recalca.

“Para los niños el riesgo de la adicción siempre existe, porque ellos multitarean cuando tienen acceso a estos dispositivos y aún no tienen la madurez suficiente para gestionar esas herramientas de forma responsable”

Esta autora de libros de éxito como Educar en el asombro y Educar en la realidad (Plataforma Editorial) sostiene que el riesgo de adicción a las pantallas es mayor en los niños que en los adultos. “Para un adulto, el locus de control es interno cuando usa la tecnología como una herramienta de trabajo; sin embargo, cuando está navegando sin rumbo, el locus de control es externo y entonces está a remolque de los estímulos externos”, explica.

En cambio, “para los niños el riesgo de la adicción siempre existe, porque ellos multitarean cuando tienen acceso a estos dispositivos y aún no tienen la madurez suficiente para gestionar esas herramientas de forma responsable”. Por esta razón, insiste en que “la educación para el uso de los dispositivos no es consecuencia de usarlos, sino que ocurre en el mundo real: solo es posible cuando hay templanza, fortaleza, capacidad de inhibir estímulos, comprensión de la diferencia entre lo público y lo privado, etc. La mejor preparación para el mundo online es el mundo offline”.

LA LITERATURA COMO ALIDA

“Restringir la tecnología sin más no es un buen recurso”, explica Catherine L’Ecuyer. “Es necesario dar alternativas excelentes: hacer pan, volar una cometa por un balcón, coser mascarillas de tela, aprender a poner una bajera, limpiarse bien los dientes, hacer un sofrito, leer libros, cuidar de una planta, escuchar música, ver películas clásicas, coser un botón, limpiarse los zapatos…”.

La baronesa Susan Greenfield, neurocientífica, señalaba que “el reto para padres y profesores es configurar el entorno para que sea más atractivo para un niño ver la vida en tres dimensiones que sentarse delante de un ordenador”. Y si hay una actividad que L’Ecuyer recomienda sin paliativos es la lectura: “La literatura enseña a escribir y a hablar con propiedad. Ayuda a entender los matices y la complejidad de la psicología humana. Sin embargo, muchísimos niños hoy en día no se han leído los clásicos. El confinamiento era una ocasión ideal para hacerlo, pero hemos preferido enchufarles a una tableta que prescribir la lectura de 10 obras maestras. Es incomprensible”.

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