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Gregorio Luri: “La escuela no es un parque de atracciones”

Algo pasa en el mundo educativo cuando un doctor en filosofía, profesor y escritor, elige esa frase para titular su último libro (Ariel, 2020)

Por Belén Huertas / Fotografía Patricia Martín

Fue uno de esos niños que hoy le preocupan: los que no leen. Por algo eligió la profesión de maestro, se licenció en Ciencias de la Educación y se doctoró en Filosofía. Habla con seguridad, pero no es testarudo. Anclado en “lo que las cosas son”, escucha, dialoga y –cuando hace falta– rectifica sus opiniones, sin pizca de orgullo intelectual. Por su lucidez y cierta desfachatez, se ha convertido en un influencer cultural al que entrevistan medios de toda tendencia. Será porque en momentos de incertidumbre buscamos personas con ideas propias. Si además son simpáticas, cuando acaba la conversación, nos dejan la seguridad de que es posible un mundo mejor para las futuras generaciones.

“Cosas como el estado del lavabo te indican el respeto que merecen los niños en un centro escolar”

Estamos en un periodo de cambios; los colegios se plantean formas de innovar. ¿Cuáles son los indicadores de que un colegio funciona?

¡Una pregunta esencial! Suelo aconsejar a los padres que están buscando colegio que observen los espacios comunes. El lavabo, por ejemplo, te indica el respeto que merecen los niños en ese centro. Los rincones del patio también hablan; no tienes más que mirar al suelo. Los pasillos, ¿están decorados con láminas polvorientas y agujereadas con chinchetas? Que todo esté en su sitio, que no haya manchas en la pared ni papeles por el suelo… Eso es parte del mensaje educativo.

¿Y cómo saber si un sistema de innovación educativa es válido?

Todos tenemos muy buenas intenciones, pero nuestras intenciones viven en el comportamiento de los alumnos. Debemos estar alerta si, al hablar de innovación, se olvidan de las permanencias antropológicas.

¿Se refiere a enseñar Literatura clásica, Filosofía…?

Sí, pero no solo a eso. Lo que quiero decir es que todo hombre, de cualquier época, sabe si siente vergüenza al mirar atrás o si tiene motivos para sentirse orgulloso. Todo hombre percibe algo dentro de sí que le invita a llegar a ser lo mejor que puede llegar a ser.

Da la impresión de que a usted le sobra la tecnología…

Soy un entusiasta de la tecnología. ¿Cómo no voy a serlo, si en este tiempo he tenido charlas con amigos y colegas de México, Colombia, Perú…? Eso es maravilloso. Pero las tecnologías –siendo importantísimas– no son más que prótesis antropológicas; amplifican lo que ya somos. Primero, debes tener claro qué eres en tu propia naturaleza, y sobre todo ser fiel a eso que eres.

¿Qué método considera más adecuado para que los colegios sigan funcionando en circunstancias excepcionales, como las vividas este año?

Lo he estado hablando estos días con otros colegas. En mi opinión, la tecnología más útil para las escuelas durante el confinamiento ha sido el teléfono. Estoy convencido de que los mejores sustitutos del ‘cara a cara’ son aquellos que mejor ‘virtualizan’ la presencia del otro. La voz humana tiene un valor esencial y, a través de una llamada, captas que esa persona se está dirigiendo a ti personalmente; que se preocupa por ti. Ha sido la manera de llegar a esos alumnos que estaban desaparecidos del radar de la escuela.

Sé que muchos profesores me dirán que no tienen tiempo… Lo comprendo. Lo que digo es que quienes han hablado por teléfono con sus alumnos los han mantenido conectados con sus estudios mucho mejor que el resto. Claro que no siempre se consigue rescatar a todos; también al teléfono se puede dar una respuesta agria, pero esa conversación se recuerda para siempre.

Los expertos recomiendan la lectura a los niños, incluso con urgencia. ¿Por qué este mensaje no “cala”?

Muy fácil. Porque no nos lo creemos. Cuando aconsejamos una cosa y hacemos otra, perdemos credibilidad delante de nuestros hijos. No hay que insistir en que lean; tienen que vernos leer. Aun así, puede que no se conviertan en buenos lectores. Pero, como mínimo, tendrán un lenguaje rico si en casa se lee.

¿Y qué pasa si en casa no se lee?

La escuela ha de atreverse a compensar las desigualdades culturales de las familias. Para eso, tiene que hacer una labor muy intensiva en Preescolar y en los tres primeros cursos de Primaria. Tercero de Primaria es un curso esencial, porque los niños pasan de aprender a leer a aprender leyendo. A los que tienen un vocabulario rico les resulta más fácil aprender. A partir de tercero, se ve claramente cómo se crean trayectorias distintas en los niños.

Usted solía ver en el homeschooling una práctica poco recomendable. ¿Por qué ha cambiado de opinión?

Sencillamente, la realidad me ha hecho ver cosas que antes no veía. Hoy, después de conocer a varias familias que educan a sus hijos de esta manera, no tengo argumentos verosímiles para criticarlos. Al contrario, creo que lo están haciendo muy bien. Antes creía que el homeschooling impedía la socialización del niño. En realidad, el tiempo escolar de un niño ronda, como mucho, el 15 por ciento de su tiempo anual. Además, las actividades extraescolares aportan un amplísimo campo de socialización.

Por último, resulta que para muchos niños la escuela es un lugar terrible. No estoy hablando únicamente de aquellos que padecen bullying, sino de quienes son, por ejemplo, introvertidos, que no quiere decir tímidos. El homeschooling permite al alumno avanzar sin tener que esperar a toda la clase. El horario está más aprovechado, mientras que en el aula se pierde mucho tiempo restableciendo la disciplina. Obviamente, la educación en casa tiene que estar regulada y supervisada por la inspección.

¿Por qué dice que la atención es el nuevo cociente intelectual?

Las personas que dominan su atención van como mínimo dos pasos por delante de las demás. La atención está al alcance de todos, pero hay que “estirarse” para llegar a ella. Precisamente ese ejercicio es lo que te hace atento. Un niño no va a atender porque le digamos: “¡Atiende, no te distraigas!”. Las herramientas para educar en la atención son pocas. Primero, la lectura lenta. Quien lee bien capta los detalles, se detiene en las descripciones, se admira con las palabras de un personaje… Después, la conversación pausada y bien razonada. Otra ayuda es escuchar música de calidad, poniendo atención. No nacemos con una predisposición a disfrutar de los cuartetos de cuerda de Beethoven, pero vale la pena llegar a valorarlos. La oración también es un ejercicio de educación de la atención.

¿Hay alguna solución para la falta de disciplina? Los profesores señalan como responsables a las familias…

Tenemos que creernos que la disciplina es un valor. La formación está bien orientada cuando fomenta la autodisciplina. Un lugar donde se atemoriza a los alumnos para que trabajen no es un lugar disciplinado; es un pequeño campo de concentración. Lo que importa es que el alumno tenga un pensamiento estratégico: que sepa organizar su tiempo, marcar sus prioridades, reprimirse hoy para tener un resultado satisfactorio mañana. No creo que haya que disminuir contenidos; lo que hay que hacer es aprovechar el tiempo.

Los sucesivos Gobiernos tienen un gran interés por la educación, que demuestran con los cambios de leyes educativas. ¿Por qué los resultados escolares no mejoran?

Porque nuestras leyes educativas son más ideológicas que pragmáticas. Se demuestra en que los debates no tienen ninguna relación con la labor de maestros y profesores en el aula. Antes de legislar, lo lógico sería hacer un análisis serio de los puntos débiles de nuestro sistema y establecer unas normas para compensar esas debilidades. Las repeticiones no se solucionan prohibiéndolas; hay que ver a qué obedecen.

“El Ministerio de Educación debería ser tan drástico con la educación tóxica de algunas escuelas como el Ministerio de Sanidad con la comida tóxica de un restaurante”

¿Por qué Castilla y León tiene resultados educativos excelentes y Extremadura malos, si están bajo las mismas leyes educativas?

Eso mismo me gustaría preguntarle… No me cabe ninguna duda de que los profesores trabajan, y trabajan mucho. Se trata de ver si ese trabajo es eficiente. Nuestro sistema educativo tiene su primer punto débil en Preescolar. A esos profesionales hay que formarlos extraordinariamente bien y pagarles bien, en función de su gran responsabilidad. Por otro lado, si una escuela obtiene durante más de tres años resultados muy inferiores a lo que sería razonable dada su situación, la administración tiene que actuar.

El Ministerio de Educación debería ser tan drástico con la educación tóxica de algunas escuelas como el Ministerio de Sanidad con la comida tóxica de un restaurante. De la misma manera que el ciudadano tiene la garantía de que en cualquier sitio le van a servir una comida sana, las familias deberían tener la seguridad de que sus hijos van a recibir una educación consistente, vayan a la escuela que vayan.

¿Hasta dónde llegan las obligaciones de la familia y las de la escuela, si ambas comparten la misión de educar?

Pienso que la primera obligación de la familia es quererse. La mejor enseñanza para un niño es descubrir que sus padres se quieren, y que le quieren incondicionalmente, porque es su hijo. Una de las grandes lecciones de la pandemia es que cuando las grandes estructuras –los Estados, las autoridades…– han hecho aguas, la familia estaba ahí. La familia puede tener poco o mucho, pero su solidaridad no cambia con las circunstancias.

La escuela, a mi manera de ver, está para otra cosa: para hacer de puente entre la familia y la sociedad, donde no te quieren por lo que eres, sino por lo que sabes hacer. El maestro ve en el alumno lo que puede llegar a ser; su deber es hacerle deseable esa meta. Pero, para que eso se cumpla, los maestros tienen que educar a los alumnos de manera distinta a como se les educa en su familia. Los padres necesitamos imperiosamente a los maestros; ellos son más objetivos analizando su comportamiento. Un lugar al que todos en casa se refieran como ‘nuestra escuela’; esa es la escuela que necesitamos.

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