Por Javier Lozano
Artículo publicado en la edición número 68 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.
EN 1994, no hace ni treinta años, en menos de 100 días más de un millón de personas, entre ellos numerosos niños y mujeres, fueron brutalmente masacrados en Ruanda, en un genocidio que supuso una de las mayores carnicerías de un siglo XX, ya de por sí sangriento. En él, los hutus se lanzaron con machetes y palos contra la minoría tutsi, y realizaron una auténtica “limpieza étnica”. De aquel horrible momento han llegado, sin embargo, algunos testimonios heroicos de fe. Había hutus, tutsis y pigmeos que vivían su fe juntos en comunidad. Todos se sentían hijos de Dios, y por el bautismo, auténticos hermanos. Su fe estuvo por encima, y hubo muchos de estos católicos que pertenecían a estas comunidades que murieron o fueron apaleados por negarse a matar a sus hermanos tutsis, o simplemente por protegerlos y esconderlos. Su fraternidad estaba por encima de su etnia.
Más allá de la sangre
Esta es la fraternidad en la fe, aquella sellada por el bautismo, y en la que los hermanos están incluso dispuestos a dar la vida. No están unidos por el vínculo de sangre, pero sí llegarían a verter la suya por su prójimo.
Joseph Ratzinger, siendo aún muy joven, concretamente en 1958, pronunció enViena unas conferencias que años después se transformarían en el libro La fraternidad de los cristianos (Sígueme, 2004) donde hacía una aportación fundamental sobre el concepto de hermano en el cristianismo: esta fraternidad tiene una relación directa con la fe y con el anuncio de la salvación, que genera hermandad.
Hasta dar la vida
“Cuando se desarrolla de forma correcta el Kerigma (el anuncio del Evangelio), aparece necesariamente la dimensión social de la fe”, explicaba Ratzinger. Cuando la fe se vive en comunidad provoca un vínculo espiritual que está por encima de edades, sexos o condiciones sociales. De hecho, para el futuro Benedicto xvi “la fraternidad cristiana se basa profunda y definitivamente en la fe, que nos asegura ser hijos del Padre del cielo y hermanos unos de otros”. El anuncio de Cristo muerto y resucitado transforma la existencia de la persona que lo escucha, y propicia la aparición de la comunidad cristiana, que es la que muestra al mundo la belleza de Dios.Y lo hace desde esta fraternidad del “mirad cómo se aman” que los perseguidores de las primeras comunidades cristianas pronunciaban admirados observando el amor de los cristianos, que vivían y morían juntos: esclavos y amos, ricos y pobres, sabios y personas sencillas…
Ratzinger añadía que “la fe es la que nos ha hecho un único hombre nuevo en Cristo, la que hace crecer continuamente la exigencia de disolver la peculiaridad de nuestro yo individual, la autoafirmación del egoísmo natural, en la comunidad del hombre nuevo que es Cristo”. Y así es como aparece esa relación fraternal en la que se ríe con los que ríen, se llora con los que lloran y se llega a experimentar una hermandad tal, que se puede ser capaz de entregar la vida por los hermanos.
La fraternidad cristiana
En el siglo II, con un cristianismo naciente y perseguido, Tertuliano, uno de los Padres de la Iglesia primitiva, hablaba así de lo que distinguía a los cristianos: “Esta eficacia del amor entre nosotros es lo que nos atrae el odio de algunos que dicen ‘mirad cómo se aman’, mientras ellos se odian entre sí. ‘Mirad cómo están dispuestos a morir el uno por el otro’, mientras ellos están dispuestos, más bien, a matarse unos a otros. El hecho de que nos llamemos hermanos lo toman como una infamia […] Con cuánta mayor razón se llaman y son verdaderamente hermanos los que reconocen a un único Dios como Padre, los que bebieron un mismo Espíritu de santificación, los que de un mismo seno de ignorancia salieron a una misma luz de verdad, los que compartimos nuestras mentes y nuestras vidas, los que no vacilamos en comunicar todas las cosas”.
Artículo publicado en la edición número 68 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.