Por Isabel Molina Estrada
Artículo publicado en la edición número 68 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.
Aquello de que nadie va solo al Cielo se cumple a rajatabla en el seno de familias que han buscado a Cristo ¡y en medio de sus crisis y sus luchas, lo han alcanzado juntos!, tal y como señala la conocida historia novelada sobre la familia de san Bernardo de Claraval (1090-1153), La familia que alcanzó a Cristo (Herder, 2020), del trapense M. Raymond, O.C.S.O. que relata el camino a la santidad de nueve personas de una misma familia: la beata Alicia, el venerable Tescelín, y sus siete hijos, los cuales todos, sin excepción, son beatos o santos. ¡Menuda familia!
Pero no son los únicos. Es fascinante también la historia de la -familia de santa Emmelia de Cesarea y san Basilio el Viejo (s. IV). De sus 9 hijos (algunas fuentes hablan de 10) cinco fueron santos: santa Macrina, la mayor, ejerció una gran influencia en la formación religiosa de sus hermanos san Basilio Magno, san Naucracio, san Gregorio de Nisa y san Pedro de Sebaste. Y aunque lo habitual no es encontrar familias con tantos santos, hay muchos hermanos santos a lo largo de la historia. Desde los comienzos del cristianismo encontramos a los apóstoles Pedro y Andrés, Santiago y Juan, y Santiago y Judas Tadeo. Luego vienen hermanos mártires como los célebres patronos de los médicos san Cosme y san Damián, entre muchos otros. Y si bien es cierto que en los primeros siglos la Iglesia sólo consideraba santo a quien había muerto por Cristo, con el tiempo se reconoció la santidad de quienes daban prueba de virtud en grado heroico. Así descubrimos a hermanos santos como los anglosajones san Willibaldo, san Winibaldo y santa Walburga (s. VIII) o a las santas de Asís santa Clara y santa Inés (s. XIII)… Hasta llegar a nuestros días con los pastorcitos de Fátima Jacinta y Francisco Marto, los niños no mártires de más tierna edad elevados a los altares. ¡Un hecho inédito hasta 2017 en la historia de la Iglesia! No podríamos agotar la lista, así que reseñamos sólo a algunos hermanos santos.

Santos Justo y Pastor, los “Niños mártires” (s. IV)
Justo tenía 7 años y Pastor 9 cuando fueron llevados al martirio por órdenes del sanguinario prefecto romano Publio Daciano, quien había llegado a España con el mandato del emperador Diocleciano de arrasar con los seguidores de Cristo. San Ildefonso de Toledo escribió de los santos niños de Alcalá de Henares que “mientras eran conducidos al lugar del suplicio mutuamente se estimulaban”. Y aunque Justo era el más pequeño, temeroso de que su hermano desfalleciera, le animaba: “No tengas miedo, hermanito, recibe tranquilo el golpe de la espada”. Desde pequeños sus padres los habían educado en el amor de Dios y en la virtud de la fortaleza, así que, cuando enfrentaron el martirio, murieron sonrientes por Cristo, según recoge la tradición, por el año 304.

San Benito y santa Escolástica, los mellizos benedictinos (s. VI)
San Benito, patrono de Europa, y su hermana santa Escolástica estuvieron unidos desde antes de nacer. Se cree que fueron mellizos, y hay una memorable anécdota que explica hasta qué punto estaban unidos en Dios. San Benito había fundado el primer convento de monjas benedictinas en Subiaco (provincia de Roma, Italia), en el que vivía su hermana Escolástica. Y aunque los monasterios de estos dos hermanos se encontraban relativamente cerca, los dos se habían impuesto verse sólo una vez al año en una casita ubicada en las cercanías de ambos conventos. Cuenta san Gregorio que en el año 543 Escolástica intuía ya que aquel sería el último encuentro con su hermano. Pasaron el día hablando de temas espirituales y, al atardecer, cuando Benito se levantó y se despidió para marcharse, “adiós, hermana. Hasta el año que viene”, ella le suplicó: “Hermano mío, no te marches”. “¿Qué dices, Escolástica? No puedo pasar la noche fuera de la clausura”, replicó él. Escolástica agachó la cabeza y rogó fervorosamente al Señor que retuviese a su hermano y rápidamente se desató una copiosa lluvia como no se había visto en aquellas tierras. “¿Qué has hecho, hermana mía?”, preguntó Benito. “Te lo pedí con insistencia y no me escuchaste. Se lo pedí a Dios y me ha escuchado enseguida. Hermano mío, Dios ha preferido el amor a la Regla”. En aquellas circunstancias Benito no pudo marcharse. Tres días después Benito vio una paloma que se elevó al cielo desde el monasterio de su hermana. Era el alma de Escolástica.

San Isidoro de Sevilla, San Leandro, san Fulgencio y santa Florentina, los cuatro santos de Cartagena (s. VII)
La santidad fue sin duda un sello de la casa en esta familia noble, de la que nacieron cinco hijos, de los cuales cuatro son santos: Isidoro de Sevilla, el más pequeño, y sus hermanos san Leandro, san Fulgencio y santa Florentina. Leandro, el mayor, era obispo de Sevilla, y fue el tutor y maestro de Isidoro, quien quedó huérfano siendo aún muy niño. San Leandro consiguió inculcar a su hermano el hábito del estudio y la oración. Al morir Leandro, Isidoro ocupó el cargo de obispo de Sevilla por 38 años, y se convirtió en el obispo más sabio de su tiempo en España. Muchos historiadores y teólogos lo consideran un puente entre la Edad Antigua y la Edad Media. Santa Florentina, la tercera de los tres, fue una gran abadesa que dedicó su vida a fundar monasterios. Y san Fulgencio fue obispo de Astigi en dos ocasiones y de la diócesis de Cartagena, su ciudad natal.

San Bernardo de Claraval, el santo que llevó a sus seis hermanos a los altares (s. XII)
San Bernardo de Claraval fue el tercer hijo de Alicia y Tescelín el Moreno. Este santo matrimonio –él venerable y ella beata– dio a sus siete hijos una sólida formación religiosa. Bernardo fue el primero en recibir la llamada al convento, y luego Dios se sirvió del magnetismo y la elocuencia de este gran reformador de la vida religiosa y cristiana de la Edad Media para que ejerciera un gran liderazgo espiritual en su propia familia. Con su aguda inteligencia y su simpatía arrolladora fue llevando a muchos al claustro, comenzando por sus propios hermanos: : Guido, Gerardo, Bernardo, Humbelina (la única chica), Andrés, Bartolomé y Nivardo. A Bernardo se lo conoce también por su altísima erudición, la cual utilizó para acercar a reyes, príncipes, e incluso a Papas, al buen camino, y por su sublime amor a la Virgen, a quien compuso oraciones tan bonitas como el Acordaos.

San Francisco y santa Jacinta Marto (s. XX), los pastorcitos santos
Francisco y Jacinta nacieron en Ajustrel, Portugal, en 1908 y en 1910, respectivamente. Compartían confidencias, juegos y oraciones mientras cuidaban del rebaño con su prima Lucía. Desde que comenzaron las apariciones de la Virgen, los calumniaron, los persiguieron y hasta los encarcelaron injustamente. Pero a pesar de su corta edad soportaron todo con fortaleza heroica. Cuando los amenazaron de muerte, Francisco infundió valor a Jacinta y a Lucía, y los tres niños se mantuvieron firmes: “Si nos matan, no importa; nos vamos al Cielo”, les dijo. De Jacinta contaba Lucía que fue “a quien la Santísima Virgen comunicó mayor abundancia de gracia, conocimiento de Dios y de la virtud […]. Es admirable cómo captó el espíritu de oración y sacrificio que la Virgen nos recomendó”. La Virgen les había advertido a los dos hermanos que sus vidas serían breves. En diciembre de 1918, enfermaron gravemente a causa de la epidemia que tantas víctimas causó en toda Europa. Jacinta murió con 10 años y Francisco con 11.
Artículo publicado en la edición número 68 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.