La revista más leída por las familias católicas de España

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José María Michavila: un testimonio de esperanza frente a la muerte

El exministro de Justicia nos cuenta cómo cumple con la misión que le encomendó su mujer al marchar: no perder la alegría

El 8 de noviembre de 2013, Irene Vázquez, esposa de José María Michavila y miembro del consejo editorial de esta revista, sufrió un derrame cerebral que desencadenó su muerte. Tenía 40 años y acababa de dar a luz a su quinto hijo. Siete años después, el exministro de Justicia nos abre las puertas de su casa para contarnos cómo ha cumplido el encargo que recibió de ella cuando se marchó: “Hacer una familia alegre”.

A José María Michavila se le conoce por haber sido diputado del Partido Popular y ministro de Justicia del Gobierno de José María Aznar (1996-2004). Sin embargo, su historia tiene muchos matices, y continuos destellos de eternidad que salen en la conversación una y otra vez… Nos recibe en la terraza de su casa, la misma en que vivió con su mujer y sus hijos. El menor, Juan –o Juanito, como lo llama cariñosamente–, nos acompaña por momentos durante la entrevista. Tenía tres semanas cuando murió su madre. Pero ¿cómo es realmente la vida del expolítico?

“Mi verdadera vocación es ser profesor universitario y abogado. Es de lo que me fui y a lo que luego volví”. Entre las clases de Historia Contemporánea en la Universidad Francisco de Vitoria y el despacho de abogados que creó con el también exministro Ángel Acebes, su agenda está repleta de compromisos. Tanto es así, que esta entrevista hemos tenido que posponerla dos veces. Pero, por fin, en la fiesta de Santa Teresa de Jesús, a quien ha dedicado su finca en Ávila (La Santa), aquí estamos.

Dicen sus buenos amigos que su hogar es muy alegre. ¿Cómo ha conseguido cultivar esa alegría?

Tenía la sensación de que es quizás demasiado alegre (ríe)… Cuando Irene se fue al Cielo, sentí que recibía el encargo de hacer una familia alegre. Era como una misión. Eso exige dedicar tiempo, escuchar mucho y poner mucha imaginación y corazón. Lo primero que hicimos fue pedirles a los Reyes Magos seis pijamas iguales y una pantalla de cine que nos ha dado momentos familiares preciosos. A nosotros, y a los amigos de mis hijos. Creamos también la Asociación de Amigos del Polvorón en la que hacemos catas con amigos; jugamos al mus –a mí me enseñó Irene– y al Catán. ¡Son inventos que hay que hacer!

De Irene recordamos su enorme sonrisa… ¿Cómo la recuerda usted?

Lo que más llamaba la atención de Irene era su mirada limpia y profunda que te calaba el alma. Y su sonrisa. Y, como dice mi madre, para ella todo era: “Suegri, no pasa nada”. Ella iba siempre pa’lante, y mis hijos han heredado eso de su madre.

“Mi hija mayor me dijo: ‘Papá, tú siempre has dicho que Dios nos ha mimado. Pase lo que pase, nos va a seguir mimando’”

Ahora sus hijos lo tienen a usted. ¿Qué huella quisiera dejarles?

Cuando a Irene le dio el derrame cerebral el 8 de noviembre de 2013, llegué a casa desde el hospital el día 9 para coger ropa, y mi hija mayor me oyó derrumbarme y ponerme a llorar en mi cuarto. Y me dijo: “Papá, esto es más serio de lo que tú nos decías…”, porque yo ya veía que aquello era complicado, pero no quería asustarlos. Luego me dijo: “Papá, tú siempre has dicho que Dios nos ha mimado mucho y, pase lo que pase, nos va a seguir mimando”. Agradezco a Dios que a todos mis hijos les ha dado esa fe y le pido que se la conserve, porque la fe, como el amor a la familia, tienes que cultivarla. Si ellos son capaces de vivir así, van a ser muy felices.

Juan es el menor de los cinco hijos de José María Michavila. Sus hermanos: Irene (quien se casó hace un año con Ramón Lladó), Beatriz, José y Ana.

¿Y cómo les anima usted a cultivar el regalo de la fe?

Mis hijos van a adoración al Santísimo los jueves; rezamos en casa, vamos a misa juntos. Irene y yo rezábamos el rosario todos los días durante el embarazo de Juan y le pedíamos a Dios que nuestro hijo fuera varón y, si Él así lo quería, sacerdote. Ya no me atrevo a pedir nada; que Juan sea lo que quiera. Luego, como los santos van en racimos, les repito a mis hijos que se rodeen de amigos con los que sean mejores personas. Yo he tenido la suerte de tener muy buenos amigos.

Tengo entendido que también han hecho peregrinaciones que han marcado hitos en la familia…

Irene y yo fuimos a Medjugorje, a ver al Padre Pío, y a Tierra Santa. Irene tenía previsto ir a Tierra Santa en octubre de 2013, un mes antes del derrame. Ella había pagado el viaje, pero no iba a poder ir, así que hice yo la peregrinación. Allí tuve una charla con un cura grandote. Le dije: “Mire, no sé qué me va a pedir Dios. Estuve en política y he salido sin que me insulten (lo cual es casi imposible), tengo una mujer guapísima y estamos esperando nuestro quinto hijo”. Él me dijo: “Para lo que Dios te vaya a pedir, Él te preparará”. Vine de allí espiritualmente muy fuerte. Cuando Irene tuvo el derrame, todos los días tuvimos misa en el hospital. Fueron dos semanas de preparación increíbles para que ella se fuera. Irene estaba muy cerca de Dios. A veces les digo a sus amigas y a su director espiritual: “La preparasteis para que se fuera como un cohete”.

“Nada en política me hizo sentir en contradicción con mi fe ni tener que pedir disculpas o avergonzarme de ser católico”

Usted estuvo más de quince años en política. ¿Se puede vivir con coherencia la fe en el ámbito político, donde hay tantos intereses creados?

No he tenido ningún momento en el que mis convicciones como católico me hicieran sentir incómodo en la camiseta política que he llevado. Ni durante los años que trabajé con Aznar en la oposición ni en los ocho años de Gobierno. La política está para mejorar el mundo. Luego está la vida personal de cada uno.

Yo he procurado vivir cerca de Dios, de la Iglesia, de los sacramentos, y nunca nada en política me hizo sentir en contradicción con mi fe ni tener que pedir disculpas o avergonzarme. Bendigo la mesa y me santiguo y nadie me lo ha reprochado nunca, y tengo amigos de todos los colores. Lo más importante que nos ha enseñado Cristo haciéndose hombre es a ponerse en los zapatos del otro. Nosotros también tenemos que ponernos en los zapatos del que está a nuestro lado. La forma de acercar a la gente a Dios es con sacrificio y cariño. Es vivir la caridad. El amor.

En esos años, ¿quiso haber hecho algo más de lo que pudo hacer?

Creo que los años de Gobierno en los que tuve la suerte de participar mejoraron España y la vida de mucha gente. Siempre se puede hacer más, pero creo que fue un buen Gobierno.

Como ministro de Justicia fue uno de los grandes protagonistas en esos años más eficaces de la lucha contra ETA. ¿Cómo ve en retrospectiva aquellos años?

Se dice que más diabólico que el nazismo fue la indiferencia de los buenos. Lo mismo pasaba en la sociedad española: ETA mataba, y la gente miraba para otro lado. Después del asesinato de Gregorio Ordóñez y el de Miguel Ángel Blanco se decidió ir a por ellos con más ahínco.

Aznar me encomendó el proceso de rebelión ética de la democracia contra el terror, y hacerlo con la ley, solo con la ley, pero con toda la ley. Impulsamos seis iniciativas legales que permitieron dejar de pagar con nuestros impuestos a los etarras. Esas medidas fueron útiles y eficaces. También hicimos una transformación profunda de la Justicia: un acuerdo para que tuviera un modelo de elección estable. Sería ridículo que cada vez que cambia el Gobierno, cambie la forma de elegir diputados, senadores o al presidente del Gobierno, y es lo que quiere hacer ahora el Gobierno con los jueces, lo cual es un disparate.

Aznar llegó al poder con la bandera de la regeneración. Luego se sucedieron grandes escándalos de corrupción del PP. ¿Todo esto cómo le afectó?

En política, la gente con la que yo he trabajado –Aznar, Rajoy, Mayor Oreja…–, son gente honrada, que se han jugado la vida por España. Lo que sí creo es que ha habido errores, pero también se han pagado a un precio muy alto. En este momento, el Partido Popular es un partido limpio, comprometido con la democracia, y se ha abusado mucho de castigarlo. A Rajoy se le echó por una moción de censura basada en una sentencia que hace poco el Supremo ha revocado. Hay quienes creen que la democracia limpia el pecado original del hombre, y no es así. Es una forma de Gobierno que tiene que combatir la corrupción, pero también hay quien utiliza la corrupción de los demás, a veces inventada, para progresar. La izquierda es agresiva y vengativa.

Durante aquellos años le prometió a Irene que el día que se retirara se irían a vivir fuera de España. ¿A qué se debía esa promesa?

Cuando nos casamos, hacía un mes que había sido elegido diputado por Madrid. Irene me acompañó en política, y me acompañó muy bien. Pero como era una enorme renuncia familiar, pactamos que cuando dejáramos el Gobierno, nos iríamos fuera para recuperar el tiempo de familia perdido. En 2004 yo ya tenía la idea de irme, pero perdimos las elecciones de una manera fea: con la bomba de Atocha. Entonces me quedé. Se me encomendó presidir el Congreso en el que salió elegido Mariano Rajoy. Cuando cumplí esa misión, nos fuimos a Londres. Fue una experiencia de familia maravillosa en la que reabrimos nuestra agenda. Aunque llevábamos 14 años casados, todo nos parecía nuevo.

“En esta situación tan dramática que vive España, no hace falta irse a Kenia para hacer acciones solidarias con tus hijos”

Ha emprendido varios proyectos sociales con sus hijos. ¿Por qué lo hace?

Es parte esencial de ser cristiano. Cuando tienes grandes privilegios, tienes también grandes obligaciones. Irene y yo trabajábamos para la Fundación Pablo Horstmann, que ayuda a la infancia en el cono más miserable del mundo: Kenia, Etiopía y Somalia. Al poco tiempo de morir Irene, con mis mayores y un grupo de médicos, enfermeras y voluntarios, 22 en total, montamos un campamento médico en Kenia, en un lugar donde el hospital más cercano estaba a más de un día andando.

Allí mis hijos vivieron en un orfanato con 250 niños y trabajaron en el quirófano durante tres semanas. Eso les ayudó a darse cuenta de que teníamos a mamá en el Cielo, y era una pena enorme no poder abrazarla, pero que había gente que vivía en circunstancias muchísimo más duras que la nuestra. A la gente que me pregunta sobre esta experiencia le digo que no hace falta irse a Kenia. En esta situación tan dramática que vive España puedes hacer acciones solidarias con tus hijos, por ejemplo, yéndote a un comedor a repartir comida.

Esa entrega parece ser un sello de familia. ¿Recuerda cómo comenzó?

Irene y yo empezamos yendo, en 1993, a la casa que tienen las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta, junto a la ermita del Santo de Madrid. Años después, ya viudo, tuve la oportunidad de ir a Calcuta. Allí me designaron a Kalighat, donde la Madre Teresa recogía a moribundos, y donde viví una de las experiencias más impresionantes de mi vida. El día que llegué ya me quería marchar, pero me fui a la capilla y le dije al Señor: “Esto no lo resisto”.

Cuando salí de la capilla, una novicia de 20 años me pidió ayuda mientras hacía una cura a un enfermo que tenía el pulmón lleno de gusanos. Mientras lo curaban, tres monjas rezaban el rosario y yo las veía radiantes de felicidad. Aguanté y fue una experiencia buenísima. Fruto de aquello, mis hijos quisieron ir a Calcuta y eso los ha hecho madurar mucho.

¿Reza usted?

A diario, y procuro ir a misa entre semana. Uno de los argumentos más sólidos del cristiano es que solo a Dios se le ocurre el disparate de hacerse hombre y luego quedarse hecho pan. Cuando comulgo noto muy cerca a Irene. Esto lo hablé con unos amigos que hicieron la película ‘La última Cima’, sobre Pablo Domínguez, a quien conocíamos. En ella, su hermano dice: “La distancia entre el Cielo y la tierra es como el canto de una Sagrada Forma”. De eso me acuerdo mucho. Ahora estamos aquí, un día estaremos Allí, y pienso: “Si Dios se hace pan, ¡cómo no voy a poder yo abrazar a Irene algún día!”. Tengo una foto de Irene con Sara de Jesús y el padre Pablo en el lago de Galilea. Los tres ya se han ido al Cielo.

¿Cómo quisiera terminar esta entrevista?

Quiero decir que tengo cinco hijos que son un regalo. Un regalo que me dejó Irene.

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