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“La autoestima es el antídoto de la vanidad”

Claves para mejorar la autoestima de tus hijos

Por Marta Peñalver

La valía que cada uno otorga a su propia existencia determina, en gran parte, su vida. Pero ayudar a los hijos a valorarse a sí mismos no es tarea fácil. Fernando Alberca, experto en Neuropsicología de la Educación, y autor, entre otros, de Hijo, tú vales mucho (editorial Toro Mítico, 2018) explica a Misión cómo hacerlo.

¿Qué es la autoestima?

Algo muy decisivo y simple: la valía que uno otorga a su propia existencia. Cada ser humano enriquece la humanidad, cada miembro de una familia es un componente ineludible de esa familia, que sería otra de no existir él. La autoestima es ser consciente del valor que cada uno tenemos con nuestras virtudes y pese a nuestras limitaciones, defectos, manías y vicios, contra los que solo se puede luchar y mejorar poco a poco.

¿Cómo se forma?

La estima que cada uno siente de sí mismo está compuesta, en su mayor parte, por lo que creemos que piensan de nosotros nuestros padres. En segundo lugar, por lo que creemos que opinan nuestros hermanos, si los tenemos. Como tercer paso, lo que creemos que consideran de nuestra valía los adultos de nuestro alrededor, proporcional al orden de afecto: nos influye más quien creemos que más nos quiere. Lo que piensa un profesor no afecta a un niño si no le ha demostrado afecto antes.

Y, por último, influye –menos de lo que se cree– la opinión de los compañeros de colegio y de juego, sobre todo en nuestro actuar, vestir, hablar… pero no en lo que opinamos de nosotros mismos, como si con ellos supiéramos que solo estamos socialmente actuando. Cuando tu hijo hace algo para contentar a sus amigos busca pertenecer a un grupo, pero sabe que está falseando su forma de ser.

¿Cómo podemos ayudar a que un hijo forme una buena autoestima?

Los padres somos los que más podemos ayudar. Normalmente, tenemos un concepto más positivo de nuestros hijos del que les transmitimos. Verbalizamos más (y más enérgicamente) la sobreprotección –señal de creer que sin nosotros no podría solucionar sus problemas– o las preocupaciones y conflictos, que lo real y positivo, que debería ser lo más en cantidad y en importancia. Si siempre ha sido un niño obediente, probablemente olvidemos decirle que es obediente y que eso nos gusta, pero sí le reñiremos el día que no obedece.

Esto, ¿cómo se pone en práctica en el día a día?

Lo primero es ser conscientes de las virtudes de nuestros hijos. Siempre invito a los padres a hacer una lista de al menos 35 puntos fuertes que veamos en ellos (profundos o no: es inteligente, sensible, cariñoso, juega bien al baloncesto, dibuja bien, es atento, tiene una sonrisa preciosa…). Cada vez que veamos un gesto donde se perciba uno de estos puntos, antes de que pasen 24 o 48 horas, hemos de decirle el punto fuerte que confirmamos y, lo más importante, el gesto donde lo hemos visto. Después tenemos que hacerle ver que ese punto ya lo tiene y le será muy útil el día de mañana. Y decirle que nos encanta que sea así.  Por último, abandonar la conversación e incluso la presencia para dejar que rumie lo que hemos dicho. Todo, con el menor número posible de palabras y sin preguntas. No es un diálogo, sino una manifestación de nuestro asombrado deleite por cómo es. Sin aspavientos. Con sinceridad y emoción, como si tuviera dos años más.

¿Qué se consigue así?

Nuestro hijo subirá un escalón en su autoestima, porque recordará el gesto y descubrirá lo fácil que le resultó, la naturalidad con que lo hizo, lo naturalmente bueno que es. Y entonces creerá de verdad que tiene un punto fuerte. Y así hasta 35 por lo menos.

Pero habrá que corregir también…

¡Claro! Eso también le hace ver que le exigimos y por tanto que le valoramos y sabemos que puede dar más de sí. Los defectos nos hacen ver que, aun teniendo fallos, hay quien nos quiere como somos. Además, los cristianos sabemos que portarse una vez bien es rotundamente más importante que portarse mal un millón de veces. Esa es la historia de nuestra redención. Lo bueno pesa más que lo malo.

¿Qué pasa si exageramos o le atribuimos virtudes que no posee?

Los cristianos sabemos que somos hijos y criaturas de Dios, y solo por eso tenemos un valor inmenso. Podemos no tener grandes virtudes, pero todos somos muy valiosos. Por eso debemos hablar a nuestros hijos desde la verdad. Decir a un hijo que es generoso baja la autoestima. Decirle que es generoso porque lo hemos visto en un gesto concreto, sube la autoestima. En el primer comentario cree que su madre o padre le dicen cosas buenas porque le quieren. Se sentirá querido, pero no valioso. Valioso solo puede sentirse si añadimos dónde vimos ese gesto, para que él lo perciba.

¿Qué consecuencias puede tener no formar bien la autoestima?

Muchas de las actitudes y cualidades que quisiéramos evitarle a un hijo tienen su causa en la baja autoestima: mal comportamiento, malas influencias, mentiras, abandonos, egoísmo, soberbia, fracaso, desesperanza, tristeza, miedo, rencor, no pedir perdón, no ser agradecido… En definitiva, perderse la grandeza de ser humano y de sentirse querido por muchas personas.

Y al contrario, ¿qué pasa si tiene la autoestima demasiado alta?

La autoestima, como el cariño o la buena educación, nunca es demasiada. Cuando te sientes valioso sabes que la mayoría de tus cualidades te han sido dadas. Cuando no te sientes valioso es cuando has de venderte a ti mismo, mirarte el ombligo y engrandecerte ante los demás, desgastando tus fuerzas en expresar tu supuesta valía y sin luchar en lo que has de mejorar. Si nos sentimos valiosos, podemos luchar por mejorar. Si no, solo podemos aparentar que somos mejores de lo que en realidad somos. Por eso, la autoestima es el antídoto contra la vanidad. 

Señales de que un hijo tiene baja autoestima

  • Se muestra muy susceptible ante una corrección.
  • Echa la culpa a otros de lo que él ha hecho mal.
  • No es capaz de decir cinco puntos fuertes de su forma de ser.
  • Miente a menudo.
  • No estudia y no hace los deberes.
  • No obedece.
  • Grita y se muestra violento con algún gesto (da un portazo).
  • Le cuesta perdonar.
  • Lleva muy mal perder a juegos de mesa.
  • Siente celos.
  • Roba.
  • Siente apatía o desgana.
  • Se muestra rebelde.
  • Dibuja en espacios grandes objetos pequeños.
  • Discute por casi todo lo que se le propone.
  • No es generoso.
  • No lucha ante los obstáculos.

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