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“Nunca dudé de que mi mujer regresaría”

La historia de un un matrimonio reconciliado tras una separación de 7 años: Gaby Gutiérrez y Francisco Santoscoy

Por Isabel Molina / Fotografía cortesía del matrimonio Santoscoy

Artículo publicado en la edición número 59 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

Francisco y Gabriela llevan 33 años casados. Tenían tres niños de 4, 6 y 7 años, cuando Gabriela decidió marcharse de casa. Siete años después, tras una historia de paciente espera y amor inquebrantable de su marido, Gabriela regresó. Actualmente, se dedican a ayudar a matrimonios que atraviesan crisis tan dolorosas y profundas como la que ellos pasaron, a través de Familia Unida, un apostolado del Regnum Christi en México.

Tras dos largos años de separación, Francisco decidió que desde ese día, el plato de Gabriela estaría servido en la mesa familiar para cuando ella quisiera regresar. Así lo hizo en cada desayuno, comida y cena durante cinco años. “El matrimonio –explica– es indisoluble, y yo sabía que Dios iba a sanar el mío. Fue un acto de fe. Les dije a mis hijos: ‘Estamos esperando a que mamá regrese’. Ellos respetaron ese lugar para su madre, a mi derecha”. Gabriela (Gaby) y Francisco cuentan a Misión por dónde hizo aguas su matrimonio, y la intervención magistral del Señor para restaurar su familia.

¿Cómo empezó su relación?

Gaby: Fue amor a primera vista y vivimos un noviazgo de tres años.

Francisco: ¡Nos casamos muy enamorados! Los primeros dos años de matrimonio los pasamos en Ciudad de México, porque yo estaba haciendo mi especialidad en medicina nuclear. No teníamos a la familia cerca, así que solo nos teníamos el uno al otro. Fueron años maravillosos.

¿Y cómo se pasa de aquel idilio a una separación de siete años?

Francisco: Al regresar a Guadalajara comencé a trabajar en una empresa familiar. Había estudiado una especialidad que requería la compra de un equipo costoso, así que dedicaba 12 horas diarias al trabajo. Por eso, cuando ahora damos charlas comienzo diciendo: “Yo le fui infiel a mi mujer por muchos años”. La gente piensa que fui infiel carnalmente, pero después explico que mi infidelidad consistió en poner mi trabajo en primer lugar, por encima de mis hijos, de Gaby y de Jesucristo.

Gaby: Aunque él trabajaba mucho, yo admiraba su dedicación. Lo que nos afectó fue que le parecía indiscreto contarme asuntos de su trabajo por tratarse de un trabajo con su familia. Me sentí rechazada, y comenzamos a perder intimidad, cercanía y diálogo.

¿Le explicó a él cómo se sentía?

Gaby: Le decía que sentía desamor, pero él no entendía lo que me pasaba.

Francisco: Cuando me decía “siento desamor” –después de 8 años de casados–, yo le respondía: “¡Pero si te doy todo: casa, viajes, coche…!”. No noté que algo pasaba. Hoy sé que el demonio me tenía ciego, a través del trabajo, para dividir a mi familia.

Gaby, ¿cuándo y por qué decidió marcharse de casa?

Gaby: Llegó un momento en que me sentía vacía. Eso coincidió con que Francisco comenzó un curso de programación neurolingüística y pasó de ser un hombre generoso y dócil a ser egoísta y soberbio. Entonces me dije: “Yo también quiero sentir que valgo”. Me apunté al mismo curso y, a través de la hipnosis, permití que me lavaran el cerebro. Aquello me enganchó hasta tal punto que me quedé trabajando en la empresa que impartía el curso. Hasta que un día me envalentoné y me fui de mi casa.

¿Qué ocurrió en ese curso?

Francisco: El instructor era un divorciado que ya había destruido otros matrimonios. Él detectó las debilidades de Gaby y le hizo un auténtico lavado cerebral. En dos meses, ella se volvió agresiva y me dijo que me fuera de casa, que no me quería.

Gaby: Como él no quiso irse, comencé por cambiarme de habitación. Así empecé a separarme. Pasamos meses peleando. Fue un momento muy oscuro. Me dolía, pero no cedía.

Y decidió dejar a su marido, a sus tres hijos…

Gaby: No. Me llevé a los niños. Ellos sufrieron horriblemente. Tres meses después, hice un viaje con esa persona, con la que empecé una relación sentimental, y le pedí a mi hermana que se quedara con ellos. Cuando regresé, mi hermana se los había llevado a Francisco. Me sentí traicionada porque los niños no quisieron volver conmigo, así que interpuse la demanda de divorcio. Fue una historia de terror. Después pensé: “¿Qué necesidad tienen mis hijos de padecer mis inseguridades?”. Nunca perdí la conciencia de que estaba en una relación ilícita. Así que iba a verlos cada día, pero era muy feo porque Francisco y yo teníamos muchas rencillas. También esa persona era lista: si me veía flaquear, me llevaba de viaje. Era un secuestro emocional… No sé cómo me dejé dominar así.

Francisco: En una conversación con Gaby, me aseguró que volvería a casa en dos días. Pero cada vez que ese señor veía que quería regresar, la llevaba de viaje y a la vuelta regresaba como una fiera. Era prisionera, pero no se daba cuenta.

¿Cómo logró mantener la serenidad y seguir queriendo a su esposa?

Francisco: Mis hijos iban a un colegio del Regnum Christi, y la directora me dijo que solo podría salvar mi matrimonio con Dios. La escuché porque siempre he estado enamorado de Gaby. Entré al Regnum Christi y encontré los medios para rescatar mi matrimonio: misa diaria, adoración al Santísimo, rosario en familia… Le expliqué a los niños que debíamos rezar por mamá porque tenía escamas en los ojos, como san Pablo.

¿De verdad creía que Gaby volvería?

Francisco: Nunca lo dudé. El padre Vicente Cortina, LC, mi director espiritual, me aconsejó decirle a Gaby que cuando se enfadara con el otro, volviera inmediatamente. Un día se lo dije y ella se echó a llorar. Escuchaba las homilías del padre Ángel Espinosa, LC, quien explica que ante los problemas matrimoniales hay que ir al baúl de los buenos recuerdos. Yo sacaba fotos de Gaby y la veía contenta, abrazándome a mí y a los niños. Ella decía que no había sido feliz y yo pensaba: “¡Está confundida!”.

¿Cuándo empezó el camino de vuelta?

Francisco: Gaby me puso una demanda de divorcio y yo la gané. El juez dictó que el divorcio no procedía.

Gaby: Después de eso decidí que no me iba a divorciar. A partir del tercer año, dejamos de pelearnos. Empecé a ver el cambio de Francisco: estaba siempre sonriente, era amable y feliz. En cambio, yo sentía un gran vacío. Tenía seguridad económica, pero no veía sentido a la vida. No tenía a Dios porque desde que me separé no volví a misa ni a confesarme. Entonces, empecé a tener sed de Dios. Iba a misa sola y, aunque no me confesaba, empecé un diálogo personal con Él.

Ese fue el segundo escalón…

Gaby: En realidad el segundo escalón fue que mi segundo hijo había estado esperando a que yo regresara para hacer su comunión. Como ya tenía 11 años, me pidió que organizáramos su comunión porque no podía esperarme más. El día de su comunión, cuando el sacerdote me puso la Sagrada Forma ante los ojos, le dije que no podía recibirla y empecé a llorar con gran dolor. Fue como si me quitaran un velo de los ojos. Francisco me tomó de la mano y me dijo: “Estoy aquí para ayudarte. Dame la mano; vamos a salir juntos por el centro de la iglesia”. Me sentí la mujer más feliz del mundo.

¿Ese día decidió regresar?

Gaby: No, pasó un año más, pero yo ya no era la misma. Veía todo como realmente era. Había escuchado que Dios me decía en mi corazón: “Yo siempre te voy a amar”, pero también me advertía de que si seguía por ese camino, había consecuencias. El 1 de enero del año siguiente, salí de la casa donde vivía con aquel hombre y me fui con mi madre. El 26 de enero unos amigos nos invitaron a celebrar su aniversario. Al final de la cena, Francisco me preguntó si quería volver. Aquella noche dormí en mi casa… La misericordia de Dios resolvió nuestros problemas.

El día de la boda los esposos prometen amar “en la salud y en la enfermedad”. No solo en las enfermedades físicas, sino también en las del alma. ¿Cómo logró mantenerse fiel a ese voto?

Francisco: Mi familia pensaba que estaba deprimido, y me mandaban viudas para que las conociera… Pero yo entendí pronto que amar es querer cuando el otro menos lo merece. ¿Que no me está siendo fiel? Tengo que ser fiel yo. Sabía que mi mujer estaba pasando una enfermedad del alma, y las enfermedades del alma –alcoholismo, drogadicción, perversiones sexuales…– oscurecen la mirada. Por eso un matrimonio en crisis necesita terapia humana y espiritual.

Gaby: La gente te dice que una infidelidad no se olvida ni se perdona. Francisco ha tenido la gracia del Señor, y jamás me ha reprochado nada.

¿Qué dirían a quienes están viviendo situaciones de crisis matrimonial?

Gaby: Tras regresar a casa me puse a estudiar Ciencias de la Familia. Me ayudó a sanar las heridas de mi infancia, y, a partir de ahí, me he dedicado a atender matrimonios con este tipo de heridas. Cuando vives tu propia infidelidad (esa parte tan oscura e infernal), sabes que el mayor miedo de las personas en esa situación es volver a casa. Por eso yo les diría que busquen ayuda en personas de fe que saben que están tratando con almas, para que les ayuden a llegar a Dios, a sanar las heridas y a confiar en su misericordia. No deben dirigirse a personas que, en lugar de acercarles a Dios, les alejen de Él. Es Dios quien repara los matrimonios. 

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