La revista más leída por las familias católicas de España

La revista más leída por las familias católicas de España

¿Quieres casarte conmigo?

¿Cómo saber si ha llegado el momento de casarnos? ¿Cómo vencer los miedos para darnos el “sí, quiero”?

Por Isis Barajas y Jaime Serrada

Una noche más, él la acompaña a la puerta de casa, se despiden y camina hasta coger el bus búho y volver a su casa. No sabe ya cuántas veces se habrá despedido así de ella y cuántas habrá cogido el mismo búho. Al principio todo era ilusionante, incluso esas despedidas a pie de calle; ahora, sin embargo, el tiempo que pasan juntos ya no es suficiente. El anhelo por una vida grande, en entrega total y para siempre con el otro, empieza a ser cada vez más fuerte.

El noviazgo no es eterno, es una etapa transitoria que comienza con una amistad y que solo tiene dos finales posibles: la ruptura o el matrimonio. Durante este tiempo, los novios deben hacer un camino para verificar su amor y prepararse para responder a la vocación al matrimonio. Pero dar el paso definitivo a prometerse no es nada sencillo. Muchas veces el miedo al fracaso o simplemente la duda de si esta vocación es para nosotros atenaza a los novios y no deja avanzar.

Tener miedo es normal, e incluso necesario. Sentimos miedo porque somos conscientes de la gravedad que conlleva la decisión que deseamos tomar. Entregar en totalidad la propia vida a otra persona y además hacerlo para siempre no es peccata minuta. Ahora bien, el miedo se puede superar y es necesario hacerlo. Veamos cómo.

Vencer el miedo

En primer lugar, el discernimiento de la vocación al matrimonio no se hace en etéreo ni en un momento puntual, sino que es un camino de verificación dentro de una relación de amor con otra persona.

“Para saber si es el momento de casarse no hay que mirar tanto al futuro como a la historia que hemos construido juntos”

Generalmente, lo que más miedo da en esta decisión es proyectarse en un futuro hipotético e incierto: ¿Seré capaz de amarte para siempre? ¿Y si me enamoro de otra persona? ¿Qué pasará cuando tengamos hijos? ¿Y si nos quedamos sin trabajo?… Sin embargo, para saber si es el momento de casarse no hay que mirar tanto al futuro como a la historia que hemos construido juntos. Mirar hacia atrás, recordar quiénes éramos antes de ser novios y quiénes somos ahora, así como la acción de Dios durante esta etapa de noviazgo nos da un criterio crucial para abrirnos a la promesa de un amor pleno.

Discernir la vocación

 A la hora de examinar nuestra historia de noviazgo, hay criterios que pueden ayudar a discernir la vocación. Quizá no se cumplan totalmente aún, pero mirar en profundidad el camino recorrido arroja mucha luz sobre esa vocación a la que quizá Dios nos llama.

1.   Ayuda adecuada. 

¿Hemos crecido personalmente desde que estamos juntos? El matrimonio es un camino conjunto de santidad, donde el otro es una ayuda adecuada para mí. Por eso es bueno plantearse si mi novio o mi novia me acercan más a Cristo, o si por el contrario me alejan de Él.

2.   Conocerse sin caretas. 

Para pasar del “me gustas” al “me entrego a ti” debe haber un paso intermedio y es el “te conozco”. El tiempo de noviazgo debe servirnos para conocernos, para mostrarnos tal como somos, sin buscar la constante aprobación del otro. Por eso es necesario conocer qué te hace sufrir, cuáles son tus debilidades, tus talentos o tus ilusiones.

3.   Superar la visión romántica del otro. 

Este paso es crucial para madurar en el amor, por eso es importante que hayamos discutido y hayamos tenido nuestros enfrentamientos, pero, sobre todo, que nos hayamos perdonado. Aprender a reconocer nuestros errores frente al otro y a acoger su perdón es una escuela para el matrimonio.

4.   Un amor abierto a los demás.

Conviene preguntarse si nuestra relación tiene una dimensión pública o es un amor privativo. El matrimonio está llamado a ser fecundo y esta fecundidad no se refiere exclusivamente a tener hijos, sino a una dimensión externa que abre nuestra unión al bien de la sociedad y de la Iglesia. En el noviazgo debemos aprender a participar de esta dimensión pública, superar el egoísmo de nuestra propia burbuja, para abrirse a las familias, a los amigos, a la comunidad cristiana…

5.   Qué dicen los demás de nuestro amor.

No lo que dice cualquiera, sino las personas cercanas que de verdad nos quieren: nuestros padres, amigos cercanos, director espiritual o comunidad cristiana. Aunque la respuesta a la vocación es personal y de la pareja de novios, es necesario verificar nuestro amor con aquello que otros ven en nosotros. Esa visión externa puede arrojar luz sobre el momento que vivimos y alertarnos incluso de ciertos peligros que nosotros no logramos ver.

6.   Dejarse acompañar.

La Iglesia es una madre que nos acompaña en nuestro discernimiento, por eso ayuda enormemente participar en un grupo de novios o en una comunidad de fe, asistir juntos a los sacramentos, rezar por nuestra vocación, e incluso recibir consejo de un director espiritual que nos conozca y pueda ayudarnos a madurar nuestro compromiso. Dios se sirve de mediaciones humanas y sacramentales para hablar en nuestra vida.

7.   Una decisión libre y personal. 

El día de la boda se nos preguntará si venimos a casarnos libremente. Y la respuesta no es obvia. Ver que todos nuestros amigos se casan, que ya vamos teniendo “una edad” o vivir en un entorno que, implícita o explícitamente, nos incita a casarnos puede hacernos acelerar un proceso que aún no ha madurado lo suficiente. Del mismo modo, un contexto familiar o social donde no hay enlaces matrimoniales puede desanimarnos a la hora de dar el paso definitivo. Por otra parte, la decisión de casarse no es conjunta, sino personal. Uno no puede acceder al matrimonio confiado en que el otro lo ve muy claro. Ambos deben sentir la llamada. Si no es así, conviene esperar o, quizá, replantearse la dirección que debe tomar la relación. Esta mirada a nuestra historia juntos es clave, pero no suficiente. Para dar el paso al matrimonio hace falta algo más: vencer el miedo con la esperanza. Esa esperanza brota cuando entendemos que no estamos solos ante el gran desafío de nuestra vida y que a través del sacramento del matrimonio vamos a recibir la gracia desbordante que haga fecundo nuestro amor.

“El día de la boda no se nos pregunta si somos capaces de entregarlo todo, sino si estamos dispuestos a hacerlo”

¿Qué es casarse?

Casarse no es irse a vivir juntos. Es el mayor acto de libertad: supone entregar la propia vida a otra persona, así como acoger a la persona amada sin reservas. Pero, ojo, el día de la boda no se nos pregunta si somos capaces de entregarlo todo, sino si estamos dispuestos a hacerlo. Solo Dios nos hace capaces de amar en esta dimensión radical. Nuestra vocación es acoger esta gracia desbordante para que actúe en nosotros y haga de nuestro amor humano un amor que refleje el amor de Dios. Como dijo Juan Pablo II en la fiesta de la Sagrada Familia de 1998, “el mundo no contiene ninguna imagen de Dios mejor y más perfecta que la unión del hombre y la mujer, y la vida que fluye de ella”.

¿Te ha gustado este artículo?

Para que disfrutes de más historias como esta

ARTÍCULOS RELACIONADOS

ARTICULOS DE INTERÉS

ARTICULOS DE INTERÉS

ÚLTIMA EDICIÓN

MARZO, ABRIL, MAYO 2024

MARZO, ABRIL, MAYO 2024