La revista más leída por las familias católicas de España

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Raniero Cantalamessa: “Tenemos que ayudar a cambiar las costumbres de un Estado secularizado”

¿Cómo ha conseguido este teólogo predicar para tres Papas, en medio de las vicisitudes más variadas, y mantener su inquebrantable sonrisa?

Por Isabel Molina Estrada

Hace 40 años san Juan Pablo II lo nombró predicador de la Casa Pontificia, y en noviembre del año pasado el Papa Francisco le nombró cardenal a sus 86 años. ¿Cómo ha conseguido este teólogo de la Orden de los Frailes Menores Capuchinos predicar para tres Papas, en medio de las vicisitudes más variadas en el mundo y en la Iglesia, y mantener su inquebrantable sonrisa? La respuesta está en esta entrevista concedida a Misión, a raíz del “Premio Ángel Herrera a la difusión de la cultura católica”, que le ha otorgado la Universidad San Pablo CEU.

Muchas personas quieren entender qué nos está diciendo el Señor en estos tiempos de prueba. ¿Cómo interpretar el momento que estamos viviendo?

El Señor, dice san Gregorio Magno, a veces nos habla con palabras, a veces nos habla con hechos. En un año marcado por el hecho grande y terrible de la pandemia, me parece que el Señor nos está recordando algunas verdades eternas que hemos olvidado. Primero, que somos mortales y no tenemos aquí morada estable; segundo, que la vida para el creyente no acaba con la muerte porque nos espera una vida eterna; y tercero, que no estamos solos y abandonados en el pequeño barco de nuestro planeta porque “el Verbo se ha hecho carne y habitó entre nosotros”.

Más allá de la pandemia, algunos cristianos comparten la sensación de que la Iglesia parece desnortada. ¿Qué les diría?

En el retiro que prediqué en enero de 2019 a los obispos de los EE.UU. (en medio de los escándalos de pedofilia), muchos de ellos se quedaron atónitos cuando les dije que, con respecto al pasado –excepto tal vez los dos o tres primeros siglos del cristianismo–, la Iglesia vive hoy una época de oro en lo que se refiere a su clero, obispos y Papas. ¡Cuatro Papas santos en un siglo! ¿Cuándo se ha tenido una dicha parecida en la Historia?

Confieso que las periódicas profecías del inminente fin del cristianismo y de la Iglesia en la sociedad tecnológica me hacen sonreír. Tenemos una profecía mucho más digna de fe en la que confiar: “Los cielos y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24, 35). A las generaciones venideras me gusta decirles, con la Carta a los Hebreos, “Jesucristo es el mismo ayer, hoy, y siempre. No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas”.

Ahora que habla de los primeros siglos: antes de ser predicador de la Casa Pontifica, fue profesor de Historia del origen del cristianismo. ¿Qué podemos aprender hoy de los primeros cristianos?

Fui profesor en la Universidad Católica de Milán tras doctorarme en Teología y Literatura. Allí enseñaba el Nuevo Testamento y a los Padres la Iglesia. ¿Que qué puede el cristiano de hoy aprender de aquellos cristianos? ¡Lo esencial! Hoy estamos más cerca de ellos que de los creyentes de otros siglos. Ellos tenían que anunciar el Evangelio a un mundo precristiano. Nosotros tenemos que anunciarlo a un mundo poscristiano. Hay mucha semejanza. Los primeros cristianos cambiaron el mundo sobre todo con dos cosas: el anuncio de Cristo muerto y resucitado (el kerygma); y con el testimonio de su vida (el martirio). Sus costumbres llegaron, poco a poco, a cambiar las leyes del Estado. Nosotros no podemos hacer menos. Tenemos que ayudar a cambiar las costumbres en una cultura marcada por las leyes de un Estado secularizado.

Es la primera vez que un predicador de la Casa Pontificia permanece tanto tiempo en el cargo. ¿Ha sentido alguna vez que “no era digno” de esta labor?

Solo me ocurrió al predicar frente a Juan Pablo II por primera vez, en la Cuaresma de 1980. Desde entonces, nunca más. Me ayuda la convicción de que no anuncio mi pensamiento ni mi teología, sino el mensaje de Jesucristo, y estoy convencido de que Él merece ser escuchado por todos. Hay más mérito en escuchar la Palabra de Dios que en predicarla. Los papeles están invertidos porque quien predica no es tanto el predicador, sino quien escucha: el Papa mismo. El hecho de que el Papa, con todas sus ocupaciones, encuentre tiempo para ir a escuchar la Palabra de boca de un simple sacerdote me da a mí –y a toda la Iglesia– ejemplo de la importancia de la Palabra.

¿Cómo prepara su predicación?

El Señor me ha hecho un gran don: hace 12 años que, con el permiso de mis superiores, vivo en la ermita de unas monjas clarisas capuchinas, lejos de Roma. Es un lugar solitario que ayuda mucho al recogimiento. Aquí preparo mis charlas en la mitad del tiempo que solía hacerlo antes. No tengo un sistema fijo. Es el resultado de una combinación siempre nueva entre oración, reflexión, lectura e inspiración del Espíritu. También al predicador el Espíritu le sopla cuando quiere y como quiere.

Nació en 1934, poco antes de estallar la II Guerra Mundial. ¿Qué recuerdos tiene de su infancia?

Los primeros recuerdos que conservo de mi infancia son de la Guerra: la llegada de los aliados a Italia, la liberación del fascismo… A causa de la Guerra perdí un año de colegio, así que la pandemia me ha hecho recordar muchísimo aquellos tiempos.

Recibió la llamada vocacional con solo 12 años. Esto hoy podría parecerle a muchos un escándalo.

La primera gracia de mi vida, después de la gracia misma de nacer, fue hacerlo en una familia creyente, de fe sencilla, pero vivida. A los 12 años entré un noviciado capuchino, y tres meses después, en un retiro, percibí con gran claridad que el Señor me quería para Él. Esa llamada estuvo acompañada por un gozo y una paz tan grande en el corazón que nunca he dudado de su verdad.

¿Se puede tener la certeza de la llamada de Dios a tan corta edad?

Aquel fue el inicio de un proceso de discernimiento que duró años, antes de ser admitido, primero a la profesión religiosa y, luego, a la ordenación sacerdotal. Esa llamada no significa que la Iglesia y la Orden hubiesen decidido mi vida a aquella edad tan prematura. Pero mi experiencia me ha mostrado que el Señor Jesús, precisamente porque es el Señor, te puede llamar a cualquier edad.

¿Puede contarnos alguna anécdota de san Juan Pablo II?

Recuerdo la primera vez que prediqué en San Pedro un Viernes Santo. Cuando comencé a predicar, descubrí que tenía que hablar muy despacio por el eco en la Basílica, y eso prolongó 10 minutos mi intervención. El Prefecto de la Casa Pontificia estaba nervioso y miraba constantemente el reloj. Al día siguiente, le contó a unas monjas lo sucedido. Juan Pablo II lo llamó y, sonriendo, le dijo: “¡Cuando un hombre de Dios nos habla no debemos mirar el reloj!”.

¿Tuvo alguna vez la sensación de predicar para un santo?  

Nunca lo pensé en el sentido del santo canonizado que tenemos hoy, pero tampoco dudé de la santidad de su vida. Lo vi por última vez diez días antes de su muerte, en su habitación, desde donde había escuchado mi última charla de la Cuaresma de 2005, y en mi memoria ha quedado viva su imagen como el Siervo sufriente del que nos habla Isaías.

¿Y algo de Benedicto XVI?

Antes de que el cardenal Ratzinger se convirtiera en Benedicto XVI, asistía habitualmente a las predicaciones. A veces, cuando hablo a sacerdotes, bromeo diciendo: “Imaginaos estar predicando y tener delante al prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe tomando notas… ¿Qué pensaríais?”. Lo cierto es que Benedicto XVI es un hombre con una humildad tan grande como su inteligencia. Tras haber escuchado tantas meditaciones sobre el himno Veni Creator, aceptó escribir la presentación de mi libro Ven, Espíritu Creador (Editorial Monte Carmelo, 2008).

¿Cuáles son los libros de espiritualidad imprescindibles para el católico de hoy?

Recomiendo leer diez veces un libro que ha sido importante para tu vida antes que leer diez libros diferentes de poca importancia. Mis lecturas repetidas, junto a la Sagrada Escritura, son las obras de san Agustín, la Imitación de Cristo, de Kempis, y místicos como Teresa de Ávila, Juan de la Cruz y Ángela de Foligno. Animo a leer a los místicos reconocidos por la Iglesia. Ellos han experimentado el don de Dios y nos ayudan a conocerlo.

¿En qué le ha afectado su creación como cardenal para desempeñar mejor su labor de predicar?

No creo que el nombramiento como cardenal suponga ningún cambio tras 40 años como predicador. Se me ha permitido seguir llevando mi hábito franciscano, en vez de la púrpura cardenalicia “como una concesión especial en honor a Francisco de Asís”, según explicó Francisco. El único cambio visible es que ahora, durante la predicación, llevo el Crucifijo sobre mi pecho y el solideo en mi cabeza.

Promueve el diálogo ecuménico. ¿Cuál podría ser la contribución irrenunciable de los católicos a la unidad de los cristianos?

Primero, orar. Después, seguir las indicaciones del Papa quien siempre nos anima al diálogo, y hay una primera unidad sin la cual todo es abstracto: la unidad entre nosotros los católicos. Esta unidad consiste en la comunión de los fieles con el obispo, la comunión de los obispos entre ellos, y la comunión de todos ellos con el Sucesor de Pedro. Esta unidad no va en contra de otras unidades, sino que está a su servicio. Y es a veces la más difícil.

¿Qué mensaje final lanza a las familias católicas españolas?

Quiero decirle a los matrimonios que los sacerdotes sabemos lo difícil que es vivir el matrimonio cristiano en una sociedad donde todo parece estar aliado para desacreditar a la familia, la fidelidad conyugal y la alegría de tener hijos. No solo lo sabemos, sino que admiramos a quienes luchan por este ideal cristiano y lo transmiten a sus hijos. Vivimos un año dedicado a san José. Él es el protector de la Iglesia universal, pero es también protector y modelo de esposos y padres. Oremos para que él proteja a cada familia humana como protegió a su familia terrenal y protege a la gran familia que es la Iglesia.

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