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”Senior, como su nombre indica”, por Enrique García Máiquez

John Senior (1923-1999) fue un simple profesor de literatura en diversas universidades norteamericanas… de una trascendencia capital

Por Enrique García Máiquez / Ilustración Rikki Vélez

Senior cuenta en La muerte de la cultura cristiana (1978) una anécdota que, aunque no lo parezca a simple vista, adquiere una importancia categórica: “Recuerdo muy bien estar en la universidad, de pie, frente a un buen profesor que había hecho mucho por promover los cien grandes libros, diciéndole: ‘¡Pero yo no puedo leer todos esos libros!’. En medio de la lectura de la Crítica de la Razón Pura, me desesperé. ‘Por supuesto que no puede’, me dijo Mark van Doren. “Nadie puede leer cien grandes libros; pero aquí tiene uno: léalo”. Cogió al azar un volumen de su escritorio y me lo dejó; y resultó ser una colección de los Diálogos de Platón que ayudó a cambiar mi vida. Por supuesto, nunca lo terminé; aún leo a Platón, porque todavía no he finalizado mi vida”.

Muchos de sus alumnos vivieron historias de transformación y descubrieron la fe, e incluso una vocación religiosa

La lección literaria de esta historia es evidente; pero Senior va más allá y empleó este método para acercarse al mundo y a la vida. En su Integrated Humanities Program (IHP) en la Universidad de Kansas, se dieron inesperadas historias de transformación de alumnos, muchos de los cuales eran hippies y agnósticos, y descubrieron la fe, e incluso una vocación religiosa. Eso llegó a preocupar a las autoridades académicas, que terminaron por cancelar el programa. Pero ¿qué hacía el profesor Senior allí? Ponerlos en contacto con la realidad. Una clase podía ser salir de noche al campo y tenderse a ver las estrellas. ¿Nada más? ¡Nada menos! Otra, oír disertar a los profesores como caballeros educados sobre Shakespeare. Otra, una fiesta con música y bailes tradicionales.

Pero ese contacto (cualquiera) con la realidad, que guarda las huellas de su Creador, adquiría un inmenso poder transformador para unos alumnos que venían de un mundo cada vez más virtual, más hipotético, más alucinógeno y más ideologizado. “La ideología es el enemigo”, había escrito.

“La restauración de la cultura cristiana empieza por tirar los televisores”

Cuando afirma que la restauración de la cultura cristiana empieza por tirar los televisores está, otra vez, siendo práctico. O por cuidar el culto. Una sola acción, pero capaz de volver, en poco tiempo, todo del revés. Era un gran intelectual con una desconcertante humildad y un punzante sentido común. Tuvo el don de la obviedad transformadora, como cuando en La restauración de la cultura cristiana (1983) advierte: “Debido a que nuestro trabajo es desordenado, no hay tiempo para la oración; y porque no hay tiempo para la oración, nuestro trabajo es cada vez peor”; y uno asiente.

El método educativo definitivo

John Senior aplicó a la enseñanza su sentido común y su amor a lo concreto (John Senior y la restauración del realismo, se titula una biografía sobre él que ha escrito el padre Francis Bethel, OSB, traducida en España por Homo Legens). Más sencillo, imposible: “El primer paso, silencioso pero definitivo, para una verdadera reforma de la educación es que los padres y los profesores lean. Comenzando por ellos mismos, estén donde estén y se sientan lo cansados que se sientan, deben leer. No leer los cien grandes libros, o aquellos que creen que deben leer, sino cualquier buen libro que tengan a mano; y comenzando por él, llegar no solo a apreciarlo, sino a conocerlo y amarlo, y después pasar a otro, y a otro”.

Esa fe en la buena lectura (“La literatura es el buey de la cultura, su bestia de carga. Sin ella no tenemos forma de transportar la cultura”) y en el valor de las acciones contantes y sonantes movió montañas.

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