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Tolkien

J.R.R. Tolkien: La fantasía que crea cristianos

Pocos autores han tenido más influencia en la fe de las generaciones posteriores que J.R.R. Tolkien, y eso que no escribió Teología, sino novelas de fantasía. Un mundo extraordinario desde el cual muchos han logrado ver a Dios. Este 2 de septiembre se han cumplido 50 años de su muerte. En Misión presentamos algunos de sus frutos.

Por Pablo J. Ginés

Artículo publicado en la edición número 69 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

50 años de la muerte del autor de El Señor de los Anillos

En plena Segunda Guerra Mundial, Tolkien escribió a su hijo, que estaba en la Fuerza Aérea, explicándole  “una súbita visión” que había experimentado durante su turno de adoración eucarística. “Percibí o evoqué la Luz de Dios y, suspendida en ella, una pequeña mota (o millones de motas, a una de las cuales tan sólo se dirigía mi minúscula mente) que resplandecía blanca por acción del rayo individual venido de la Luz que a la vez la sostenía y la iluminaba. Y el rayo era el Ángel Guardián de la mota: no una cosa que se interpusiera entre Dios y la criatura, sino la atención misma de Dios personalizada”. Este es  Tolkien, maestro de las palabras y de la luz,  pero también de ver a Dios en lo oculto. 

El Señor de los Anillos y El Hobbit, dos de sus grandes obras,están ambientadas en un mundo de fantasía. “Es nuestro mundo en un pasado imaginario”, explicó en una carta. No aparece en ellas Dios ni la religión de forma explícita. Pero en una carta de 1953 a su amigo jesuita Robert Murray,  le dijo:  “El Señor de los Anillos es, por supuesto, una obra fundamentalmente religiosa y católica; de manera inconsciente al principio, pero luego cobré conciencia de ello en la revisión”.  En julio pasado se subastó en Christie’s una carta inédita en la que respondía en 1969 a un lector inglés que le decía que se había convertido al catolicismo. “Me da gran placer oír que usted se hace católico, aunque subir a bordo de la Barca de Pedro no es en estos días, ¡ay!, un viaje a un refugio de paz. El mar de Galilea está bravo”, escribía en esos años de posconcilio y revolución sexual. “Uno debe encontrar consuelo en la calma en la tormenta (Mateo 8), pero parece claro que la promesa de que los poderes de la oscuridad (las Puertas del Infierno) no prevalecerán se da sólo a esa institución reconocida y ordenada (ecclesia) leal a la Sede de Pedro”. 

La fe que se respira

Muchos de los que leen las cartas de  Tolkien aprecian en ellas consejos para la vida cristiana. El autor inglés vivió el ser converso, el ser católico en entorno hostil y las convulsiones eclesiales de los años 60. En sus cartas hay enseñanzas profundas. Habla de la complementariedad entre hombre y mujer, “compañeros de naufragio”; da ideas para tener un matrimonio feliz y duradero; anima a amar profundamente la eucaristía y la confesión; pide rezar por los sacerdotes, especialmente por los malos; escribe sobre el sentido de la vida (que va ligado al agradecimiento y la alabanza a Dios); expresa su firme devoción mariana; insiste en que la tradición en la Iglesia es un árbol vivo, no algo fosilizado. La espiritualidad de Tolkien se construyó sobre su formación con el padre Francis Morgan, y los oratorianos de Birmingham, discípulos de san John Henry Newman, con una mezcla paradójica –y muy católica– de romanticismo y realismo. Sus textos de fe (y los literarios también) parecen cada vez más aplicables a nuestros días.

“El ateo que de verdad entiende El Señor de los Anillos tiene más de creyente de lo que se piensa”

Fuente de conversiones

Holly Ordway explica en su biografía Dios no va conmigo que era atea militante y se convirtió también por la experiencia de belleza que Tolkien le ayudó a apreciar. Hay más casos así. Otro escritor y experto tolkieniano, Stratford Caldecott (1953-2014), venía de una familia inmersa en la Nueva Era. Exploró la religión bahai, el budismo y el sufismo. A los 27 años se hizo católico. La obra de Tolkien, declaró, “preparó el suelo de mi alma para recibir las semillas de Evangelio”. Le ayudó luego como evangelizador en la cultura y también en el cáncer que le llevó a la muerte. Leer a Tolkien ayudó también al -biógrafo Joseph Pearce cuando era un joven violento, anticatólico y bebedor. En prisión le dieron a leer a Chesterton, Lewis y Tolkien. En ellos apreció su amor por la belleza y la gratitud hacia Dios. Pearce señaló que “Tolkien respetaba la mitología nórdica, la celta o la griega. Las veía como un Antiguo Testamento para gentiles”. Distinguía entre los paganos antiguos y los modernos. Tolkien, Chesterton y Lewis  “apreciaban el paganismo que llevaba hacia Cristo, pero no el moderno, que aleja de Cristo”, decía.

Otro caso es el abogado Fredric Heidemann, colaborador del portal Word on Fire. Ateo, hijo de ateos, pensaba que  “Dios era una fantasía para personas no muy listas”. Los libros de Tolkien le llevaron a hacerse preguntas sobre la belleza, la resistencia al mal, la verdad y el sacrificio. “El ateo que de verdad entiende El Señor de los Anillos tiene más de -creyente de lo que se piensa”, asegura. Así empezó su viaje para abandonar el materialismo.

Un poco distinto es el caso de James M. Spahn, conocido escritor y diseñador de juegos de rol. No le interesaban los temas religiosos y de hecho no apreciaba a Tolkien hasta que revisitó sus libros tras ver las películas. Cautivado, lo leyó todo. “Cuanto más leía, más profunda veía que era su obra. Era algo vivo, real, que respiraba y vibraba. ¿Quién era ese hombre que había tejido ese tapiz asombroso?”, nos explica. Spahn se lanzó a leer a autores católicos fans de Tolkien como Peter Kreeft y Joseph Pearce, y en 2021 se hizo católico.

Una inspiración para sanar

En 2019, el director de cine Dome Karukoski lanzó una película sobre la vida de Tolkien. “Como él yo crecí sin padre, y éramos increíblemente pobres; no teníamos ni agua corriente, así que el tema de la pobreza y la experiencia de Tolkien en una vida dura resonó en mí”. Reconocía así el poder sanador en la obra tolkieniana, que él mismo experimentó. “Sufría bullying. Necesitaba amigos con desesperación. Cuando leí esos libros, fue como si sus personajes se convirtieran en mis amigos”, confiesa. 

En España, Javier Díaz Vega ha publicado un libro sobre el suicidio, Entre el puente y el río. Su madre se suicidó en 2009. “Empecé a leer El Señor de los Anillos después de la muerte de mi madre, y pese a ser una novela de fantasía, cuanto más la leía, más cerca estaba de la realidad”, afirma. “Cuando Frodo y Sam están en Mordor, Sam ve una estrella en medio de la oscuridad. La esperanza renace, la sombra no puede apagar la belleza de la estrella”. Él asoció la estrella con María, su madre celestial. “Mi madre no me dejó sin madre: me dejó a la Virgen y a la Iglesia”, afirma.

Tolkien, un converso

En 1903, con 12 años, Tolkien se hacía católico en el Oratorio de Birmingham. Su madre, también conversa, moriría apenas un año después. Casi toda su familia, hostil al catolicismo, los abandonó y dejó prácticamente en la pobreza. Fue un sacerdote angloespañol, el padre Francis Morgan Osborn, nacido en Andalucía, y de la familia Osborne, quien acogió a Tolkien casi como un padre, pagó sus estudios y le buscó becas. Los chicos eran semiinternos del Oratorio y acolitaban en la misa de la mañana, antes del desayuno. El padre Francis no sabía que estaba preparando a uno de los escritores más influyentes del siglo XX.

Artículo publicado en la edición número 69 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

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