Por Belén Huertas y José Antonio Méndez
Artículo publicado en la edición número 64 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.
1 Evita juzgar (y condenar) a los demás. A través del juego “ponerse las gafas del otro” se puede practicar la compasión y la empatía. Aunque juzgar las situaciones sea necesario, también lo es ser benévolos al hablar de terceros delante de los hijos.
2 Combate la avaricia y la envidia. La amabilidad se da la mano con el agradecimiento. Una práctica sencilla es, cada noche, dar gracias a Dios por tres cosas buenas que han ocurrido en el día, y agradecer alguna cualidad concreta de los demás.
3 Controla la ira. Nada menos amable que las explosiones de ira. Para incrementar el autocontrol en los momentos de enfado conviene saber retirarse, dejar espacio a los demás y a uno mismo, y reconocer y prevenir las situaciones que generan enfado y frustración… Además de recurrir a la ayuda divina, con la oración: “Jesús, manso y humilde de corazón, dame un corazón como el tuyo”.
4 Lleva con paciencia las ofensas. Demuestra con el ejemplo que perdonar es algo estupendo. Lo primero es no criticar a quien nos ha ofendido. El amor que todo lo perdona es la mayor “vitamina” para el alma. Y para recuperar la paz, piensa en ¡cuánto nos ha perdonado Dios a cada uno!
5 Piensa con amabilidad. “Descubre el poder transformador de tus pensamientos amables”, dice Lovasik, porque “tienen el poder de influir positivamente en los demás” (especialmente en los hijos), nos hacen capaces “de actuar con justicia”, e “incrementan nuestras obras de caridad”. “Los ojos amables distinguen los defectos, pero no se fijan en ellos”, concluye.
Artículo publicado en la edición número 64 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.
