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Bill Donaghy: “La belleza tiene el poder de perforar nuestro corazón”

Bill Donaghy es especialista en mostrar cómo la belleza arroja luz a nuestra fe y a nuestra vida. Su trabajo como profesor titular del Instituto de Teología del Cuerpo en Filadelfia, EE. EE, lo lleva por el mundo para dar cursos y conferencias. Recientemente, estuvo en el Valle de los Caídos para impartir The Way of Beauty (El Camino de la Belleza). Un curso donde va tejiendo el asombro ante la belleza con su historia personal.

Por Isabel Molina. Fotografía: Dani García

Artículo publicado en la edición número 65 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

Hace un año Bill Donaghy visitó por primera vez el  Valle de los Caídos durante un viaje a Madrid. Se quedó admirado (sin prejuicios) ante la belleza del lugar. Luego fue conociendo su historia, y entendió que la gran cruz que preside la montaña es signo de contradicción y pone a todos los que la visitan frente a la gran cruz de sus vidas. Sin pensarlo dos veces eligió este lugar para impartir The Way of Beauty, uno de los cursos del Instituto de Teología del Cuerpo de Filadelfia (TOB Institute), del cual Christopher West espresidente y cofundador.  “El Señor se vale de la cruz para excavar nuestra alma y sacar a la superficie lo que estaba escondido”, asegura Donaghy.  Y eso es precisamente lo que él como educador, artista y uno de los mayores expertos actuales en Teología del Cuerpo, consigue con sus alumnos: emprender un recorrido en el que la belleza se experimenta a flor de piel (aunque nunca ajena al dolor y al sufrimiento).

¿Qué es la belleza?

Esta es una pregunta enorme (ríe). Le respuesta más corta la he encontrado en san Juan Pablo II, en un retiro espiritual que predicó para artistas en 1962:  “Dios es la Belleza” (con mayúscula, porque la belleza que encontramos en el mundo está fragmentada. La fuente de toda belleza es Él).

¿Cómo fue su propio encuentro con la belleza?

Desde muy temprana edad se despertó en mí el deseo de degustar el mundo más allá de mi realidad. La belleza tiene ese poder de perforar nuestro corazón y elevarnos por encima de nosotros mismos hacia algo grande. Me ayudaron las buenas películas, la música, las aventuras; libros como El Señor de los Anillos… Este curso es el compendio de 35 años en los cuales el Señor ha estado arrebatando mi corazón para crear belleza a través de la poesía, el arte, el cine, la música… Lo que hago es invitar a las personas a conocer  “mi cofre del tesoro”, lo que a mí me ha removido por dentro: el sonido del agua que corre, una obra de Bach, el olor del pan recién horneado… Me pregunto: ¿por qué esto me conmueve?  Y descubro que otros también logran hallar su tesoro.

“La belleza nos eleva por encima de nosotros mismos hacia algo grande”

Tuvo también un encuentro con Juan Pablo II que definió su vocación como padre y esposo. ¿En qué consistió?

Fue en los años 90, cuando aún era muy joven. Estaba intentando discernir si tenía vocación al sacerdocio. Era un apasionado de comunicar mi fe, pero no entendía lo que Dios me pedía… Entonces decidí dar clase a niños a la vez que trabajaba con las Obras Misionales Pontificias. Fui con ellos de misión a varios países. En el Jubileo del año 2000 se celebró en Roma la Jornada Mundial de las Misiones, y me eligieron para representar a EE. UU. junto a otros 11 jóvenes educadores de distintos países del mundo: Irlanda, Cuba, Nigeria, Haití… Los 12 éramos un símbolo de “los nuevos apóstoles”. Nos invitaron a una misa con el Papa. Nos arrodillamos para que él nos diera su bendición; nos entregó a cada uno una cruz misionera y nos pidió: “Regresad a vuestro país para llevar a Jesucristo”. En ese instante, cuando me di media vuelta, tenía frente a mí a las 80.000 personas reunidas en la plaza de San Pedro. De fondo sonaba el famoso tema de Ennio Morricone en la película La Misión:  “tara ra ra ra” … En ese instante me derrumbé. Vi clarísimo que tenía que traer el Evangelio a mi propio país como padre de familia y esposo. Hoy disfruto enormemente de mi trabajo, que implica muchos viajes, pero el fuego de mi hogar es la llama que arde en todo lo que hago.  

En sus primeros años de matrimonio su mujer y usted sufrieron mucho por no poder tener hijos. A esa experiencia se sumó que usted conocía ya la Teología del Cuerpo. ¿Cómo lograron transformar este dolor en la bella historia familiar que viven hoy en día? 

Gracias a los métodos de reconocimiento natural de la fertilidad, pronto descubrimos nuestra infertilidad. Fue una cruz hecha a nuestra medida porque conocíamos las enseñanzas de la Iglesia, estábamos enamorados de la Teología del Cuerpo, y queríamos vivirla en nuestra familia. A la vez, cargar este peso por cinco años nos ayudó a madurar muy rápido como matrimonio. Anhelábamos dar vida, y lo que descubrimos es que había otra forma de ser fecundos. A diferencia de lo que se creía en el Antiguo Testamento de que las personas estaban maldecidas si no tenían hijos, Jesús en el Nuevo Testamento nos enseñó una nueva forma de dar fruto. 

“El Nuevo Testamento nos enseña que hay muchas formas de dar fruto en nuestro matrimonio”

¿En qué consiste?

Yo era profesor de Secundaria en un colegio de chicos y experimenté la paternidad con mis alumnos mucho antes de poder tener hijos. Un día entendí: ¡ya soy padre!, tengo un amor paternal auténtico por esos chicos. Algunos de ellos no tenían padre, otros tenían un padre distante, y se sentían huérfanos. Pude quererlos como un padre. A Rebecca (su esposa) le pasó algo similar porque acompañaba a mujeres que estaban en crisis con su embarazo y era para ellas como una madre. Vivir así la paternidad nos dio mucha paz. Luego se abrió la puerta de la adopción. A partir de entonces, cada dos años, ¡un milagro!: recibíamos una llamada telefónica para decirnos que una madre quería dar a su hijo en adopción. Y así llegaron nuestros cuatro preciosos hijos. Y una más que tenemos en el Cielo.

Su hija Grace, a quien pudieron concebir tras cinco años de espera. ¿Por qué Grace (gracia)?

Grace nació y murió, pero como mi mujer la estaba amamantando cuando nos entregaron a nuestro primer hijo adoptado, pudo amamantarlo a él también. Y así, uno tras otro, con nuestros cuatro hijos adoptivos. Todos recibieron el pecho gracias a Grace. Fue muy bonito. Nosotros aprendimos en la Teología del Cuerpo el poder de otorgar un nombre. A Grace le dimos su nombre en el vientre materno antes de saber que la íbamos a perder. Los nombres encarnan la misión de la persona. ¡Nuestra vida ha sido pura gracia! 

Hoy nos cuesta sentirnos vulnerables y conmovernos, y usted lograr transmitir la belleza hasta tal punto que los participantes se emocionan, a veces hasta las lágrimas. 

En nuestra tradición católica se habla del regalo de las lágrimas. Yo lloro en cada encuentro con la belleza; y, como educador, intento compartir el don de las lágrimas. Necesitamos volver a llorar así como “Jesús lloró”.

“La crucifixión es lo más horripilante que ha ocurrido jamás y, sin embargo, es lo más bello”

Hay tanto feísmo a nuestro alrededor que ya no lo vemos ni lo feo… ni lo bello. ¿Cómo redescubrir la belleza? 

La belleza está aún presente. Hay un ritmo natural en el mundo que constantemente muere y resucita. Es bellísimo. En esta clase explico que la crucifixión es lo más horripilante que ha ocurrido en el universo –no hay nada más horrendo que haber crucificado al mismo Dios–, pero Él le dio la vuelta y lo convirtió en lo más bello para que podamos presentarle nuestras heridas, cicatrices y pecados… y que Él las transforme. Cuando una persona quiere estar en sintonía con la belleza, puede comenzar por leer el primer libro del Génesis, sobre la creación, y observar cómo las semillas caen, mueren, y con el tiempo crecen y florecen. Esta es una parábola de lo que está sucediendo continuamente dentro de nosotros. El arte auténtico está conectado al misterio pascual. De ahí que el arte cursi y edulcorado no atrae. 

¿Qué es la evangelización a través de los sentidos? 

Vivimos en una época extraña: se ensalzan las sensaciones y sentimientos y, a la vez, se rechaza el cuerpo: “Este no es mi verdadero yo”. La evangelización a través de los sentidos busca que levantemos la mirada y que volvamos a estar presentes de forma intencional: que captemos el olor, la temperatura, a las personas… ¡Todo! Hay una frase en el Evangelio de san Lucas que dice: “Erguíos y levantad la cabeza, porque vuestra redención está cerca”  (Lucas 21, 28). Necesitamos recuperar la presencia en el momento que vivimos. 

“Si supiéramos apreciar la belleza de la liturgia no dejaríamos de ir a misa ni un solo día”

Ayer asistimos a una bella misa aquí, en la Basílica del Valle de los Caídos. ¿Cómo puede la liturgia acercarnos más a Dios? 

Hay un hermoso libro del Benedicto XVI, El espíritu de la liturgia, en el que intenta revitalizar el poder de la liturgia, y dice que en la misa nuestros sentidos no pueden ser desechados, sino expandidos a su máxima capacidad. La misa nos permite oler incienso, escuchar el sonido de las campanas, ver la llama de las velas, escuchar una voz predicando la Palabra y saborear a Dios en el pan y el vino que se transforman en el cuerpo y la sangre de Cristo. ¡Ahí es donde nuestros sentidos podrían estallar! Si supiéramos apreciar la liturgia no dejaríamos de ir misa ni un solo día. Tenemos que revitalizar la belleza de la liturgia. Y tenemos que rendirnos a la belleza. Esta es clave, porque Dios es belleza. Ya lo dijo Dostoievski:  “Al final la belleza salvará al mundo”. ¡Qué final!  

El camino de la belleza

El camino de la belleza, en palabras de Bill Donaghy, “es un retorno a lo que significa ser humanos, un regreso a casa” porque, tal y como explica, “estamos viviendo momentos de barbarie; de confusión. Deambulamos por el mundo como personas sin techo, sin hogar, y estamos perdidos en la relación con nuestro propio cuerpo”. Gracias a este camino es posible descubrir cómo la belleza puede sacarnos de nuestro propio yo, descentrarnos, y embarcarnos en la aventura de conocernos a nosotros mismos, degustar el mundo y conocer a Dios”. En síntesis, se trata de “ser capaces de vivir en permanente estado de asombro ante la realidad”, concluye.  

Artículo publicado en la edición número 65 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

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