La revista más leída por las familias católicas de España

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Catherine L’Ecuyer: “Nos han robado la educación clásica”

“Recibo de continuo e-mails de padres que me piden ayuda para elegir el colegio de sus hijos”. Como resulta imposible ayudarlos a todos, la autora de Educar en el asombro y Educar en la realidad (Plataforma, 2012 y 2015) decidió escribir Conversaciones con mi maestra (Espasa, 2022), donde da las claves sobre los métodos pedagógicos hoy en boga (buenos y malos) para que los padres acierten en la educación de sus hijos.

Por Isabel Molina Estrada / Fotografía: Dani García

Artículo publicado en la edición número 64 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

Viene a Madrid a dar una charla sobre por qué leer a los clásicos. Así que… ¿por qué leerlos?

Porque en ellos descubrimos el placer de leer. Las lecturas contemporáneas a veces se plantean desde el punto de vista de la utilidad o de la diversión, que no es lo mismo que el placer. La diversión es pasarlo bien. En cambio el placer, como decía Aristóteles, es “trabajo natural sin trabas”. Es aquello que está en sintonía con nuestra genialidad. Además, la lectura capta nuestra atención si tiene sentido, y eso se da cuando el hilo narrativo es coherente, como ocurre en los clásicos.

¿Cómo lograr que los niños se aficionen a los clásicos? 

En Conversaciones con mi maestra recojo un texto del Patito feo de los Cuentos de Andersen, y explico la diferencia entre el cuento original y el mismo segmento en una versión adaptada. Ahí vemos que hoy intentamos acercar los libros a los niños, simplificándolos demasiado. Al reducir la calidad literaria, los privamos de la riqueza de las cosas más sofisticadas, que son las que se disfrutan más. 

¿Alguna recomendación de títulos?

En mi blog, tengo una lista de películas y libros por edad. Es una propuesta, porque obviamente esto no se agota nunca. He dejado fuera títulos que no se adaptan a los ritmos y a las etapas del niño, o donde hay vulgaridad o un tono humano bajo.

Educar en el asombro y Educar en la realidad forman un todo argumental. ¿En Conversaciones con mi maestra ha querido contextualizar su propuesta en un marco general de la educación? 

Exactamente. Educar en el asombro es una crítica feroz al conductismo y al mecanicismo: no es verdad que el niño sea una caja cerrada que solo funciona si lo sobreestimulamos desde fuera. El niño tiene ese deseo interno que se llama asombro, y tiene interés por las cosas cuando se le presenta un contexto y un propósito inteligente. Educar en la realidad deja claro que no soy constructivista: pienso que uno se asombra, pero ante la belleza, no ante la nada. Es un libro sobre las nuevas tecnologías, donde hablo de la importancia de la realidad. En Conversaciones con mi maestra desarrollo a fondo mi pedagogía, la realista clásica, en
contraposición a las otras dos co­­rrientes: la mecanicista y la romántico­idealista o constructivista.  

¿Qué tendríamos que hacer para que la educación pública fuera la mejor para todos y no la que decida el gobierno de turno?

Soy una defensora de la escuela pública, pero de la escuela pública plural. Como extranjera me llama la atención no escuchar ese discurso en España. Durante la pandemia, mis hijos se fueron a un colegio público en Alberta, Canadá. Un director de allí me llamó para preguntarme si quería que recibieran educación católica, protestante o laica, francófona o anglófona, y si no estaba disponible en su área, les ponían un autobús hasta el colegio que queríamos. No digo que todo esto sea factible en España, pero sí me sorprende que el debate sobre la libertad educativa esté reservado a la escuela concertada y privada. Esto es un error. 

“Me sorprende que el debate sobre la libertad educativa esté reservado a la escuela concertada”

En el libro habla del flow, ese equilibrio entre los retos que el niño necesita y sus capacidades…

El flow explica que el niño disfruta cuando encuentra retos que se adaptan a sus capacidades. En la educación mecanicista damos al niño retos por encima de sus capacidades porque creemos que no los buscará por propia iniciativa; y en la constructivista, hoy en boga, es al revés: le rodeamos de pantallas y le damos todo masticado. Con el mecanicismo, el niño cae en la ansiedad; con el constructivismo, en el aburrimiento. Tenemos que encontrar el equilibro, que no es una mezcla de dos errores, sino una tercera vía: la educación clásica. En la etapa infantil esto se hace de forma casi perfecta en el método Montessori, donde el niño está en un ambiente que se ajusta a sus ritmos y encuentra actividades adecuadas a sus capacidades.

¿Qué banderas educativas pretende dejar en alto con este libro?

La primera, que los padres somos los primeros educadores; que no es lo mismo un colegio público que uno estatal (aquel que está al servicio de un proyecto político); y, además, que no es verdad que haya un dilema entre la educación tradicional y la nueva; yo traigo esa tercera vía, la educación clásica, que rompe con ese falso debate.

¿Dónde encontrar esa educación?

Hoy por hoy no existe. Nos la han robado y nos han dejado con la educación conductista o mecanicista y, por otro lado, con el activismo pedagógico, que busca sin cesar la innovación, que nunca acaba de consolidarse porque cada año cambia. Los padres, los profesores y los niños tienen que estar constantemente adaptándose a cosas nuevas. Mi sueño es abrir un colegio de educación clásica, en el que se dé mucha importancia a las artes, al teatro, a la música, al estudio de las humanidades de toda la vida y de todo aquello que hoy se considera inútil, pero que es esencial para la formación integral de la persona. 

¿Cómo reconoce un buen colegio?

Cuando analizo un colegio pido las lecturas que dan a sus alumnos por edad. Esto me da mucha información sobre la calidad de los contenidos. Otro
criterio es ver si el colegio tiene un ideario claro. No me refiero solo a los métodos que utiliza, sino a si tiene clara su razón de ser.  Y, luego, miro si hay coherencia entre el ideario y los métodos. Es decir, entre lo que pretenden hacer, lo que dicen que hacen, y lo que hacen. 

¿Y a un buen director de colegio? 

Es una persona que tiene conocimiento profundo de las corrientes pedagógicas, tiene clara la corriente que él ha escogido, da importancia a la unidad entre el proyecto de los padres y el del colegio, y es capaz de identificar los medios y los métodos para alcanzar esos fines pedagógicos.

¿Y cómo pueden los padres detectar todo esto?

¡Esa es la razón por la que he escrito este libro! Cada semana recibo e-mails de padres que me piden ayuda para escoger colegio. No puedo ayudarlos a todos. Además, cada familia es un mundo y no hay un colegio que pueda albergarlas a todas.

“Mi sueño es abrir un colegio de educación clásica que dé importancia a las humanidades de toda la vida”

¿Es posible vivir el aislamiento tecnológico que usted reclama? 

Discrepo de la pregunta. No reclamo un aislamiento tecnológico, sino resistir al aislamiento que resulta de un uso abusivo de la tecnología. Está más que probado que es la propia tecnología la que está causando aislamiento. Lo que planteo es que no les demos móvil a chicos de 12 o 14 años, que esperemos todo lo que se pueda. Así les permitimos estrenar el mundo real. También distingo entre darle un teléfono de tecla, a partir de los 14 años, si realmente hace falta, o darle un smartphone. Hay una falsa idea de que estoy en contra de la tecnología, quizás porque fui una de las primeras voces en alertar sobre los peligros del smartphone con el libro Educar en la realidad, pero lo que defiendo es que la mejor preparación para el mundo online se hace en el mundo offline.

Los propios padres y profesores vivimos a un ritmo trepidante. ¿Algún consejo para aminorar la marcha y priorizar la lectura?

Menos Netflix, menos tecnología y menos consumismo, porque trabajamos mucho para poder pagar lo que consumimos. Por lo tanto, volver a lo esencial. No es necesario hacer planes estrambóticos. Las cosas que más gustan a los niños son las más sencillas porque les permiten disfrutar tiempo de calidad con sus padres. 

Se dice que la atención será el gran activo de los trabajadores del mañana. ¿Cómo ayudar a los niños a mantener la atención?

Es importante distinguir entre atención sostenida y fascinación pasiva. La atención profunda es la apertura a la realidad, en cambio la fascinación pasiva es estar al remolque de los estímulos intermitentes frecuentes, una postura que casa con la educación nueva cuya premisa es que solo motiva lo novedoso. Para ayudar a los niños a mantener la atención tenemos que bajar el nivel de estímulos y dar sentido a los aprendizajes. Ayudarles a readaptarse a los ritmos lentos de la vida –la lectura pausada, las conversaciones en casa, los hobbies lentos (como la pesca, la cocina, las excursiones…)– y a desarrollar la sensibilidad para captar estímulos menos intensos.

Según está la sociedad, a veces tenemos la tentación de irnos a una aldea, lejos de tanto “ruido”…

No es la solución que propongo. En una gran ciudad también puedes retrasar el uso de las tecnologías. Es difícil, pero no utópico. Recuerdo un niño que le preguntó a mi hija:  “¿No tienes móvil ni tableta? ¿Y entonces cómo vives?”. Ella le contestó: “¿Cómo vives tú? ¡Yo hago mil cosas!”. 

¿Hay algo más que no haya comentado que le gustaría decir?

Quizás incidiría en que educar es buscar la perfección de la que es capaz la naturaleza, y muchas veces lo que hacemos, estresándonos por una educación conductista o mecanicista, es buscar perfecciones de las que nuestros hijos no son capaces… O caer en el otro extremo, la educación románticoidealista, en la que nos contentamos con mínimos. ¡Hemos de volver a la búsqueda de esa perfección de la que sí es capaz nuestra naturaleza! La de los retos adecuados a las capacidades del niño. 

Artículo publicado en la edición número 64 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

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