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Educación en la era del Covid-19

¿Qué es urgente cambiar en la enseñanza escolar? Y, más importante, ¿a qué cuestiones esenciales no se debería renunciar?

Por Isis Barajas

Lo que en un principio parecían dos semanas de paréntesis en el curso, se convirtieron, la primavera pasada, en un trimestre completo en el que docentes y equipos directivos tuvieron que adaptarse para seguir avanzando en el currículo y dar clase en la distancia. “Hasta ahora se creía que era imposible cambiar, pero la pandemia ha demostrado que esa creencia es falsa y que, ante la necesidad, éramos capaces de modificar nuestras rutinas escolares”, explica Carmen Pellicer, teóloga, pedagoga y presidenta de la Fundación Trilema.

Sin duda, el confinamiento ha forzado la introducción de modos nuevos de enseñar y, entre otras cuestiones, ha supuesto la discutida incorporación masiva de la tecnología en el proceso de aprendizaje. Pero la urgencia con la que se han tenido que hacer las cosas requiere ahora de una reflexión para que ese cambio de paradigma tan reclamado responda realmente a los objetivos de la educación y suponga una mejora real en el aprendizaje de los alumnos.

“Lo más urgente es reordenar nuestras prioridades para que nuestro foco sea la educación integral”

Cambio de paradigma

El cambio más urgente, señala Pellicer, “es reordenar nuestras prioridades para que nuestro foco sea la educación integral”. “La finalidad de la educación obligatoria es ayudar a que cada niño se convierta en ‘persona de bien’: con capacidad crítica y creativa, pero también solidaria, justa, comprometida y, además, que sea feliz, equilibrada y saludable”, resalta.

Nada de esto se tiene en cuenta, por ejemplo, en el informe PISA, esa prueba que la OCDE realiza cada tres años para medir las competencias de los alumnos de 15 años en ciencias, matemáticas y comprensión lectora, y en la que nuestro país cosecha, edición tras edición, tan malos resultados. El informe, que en la práctica solo sirve para llenar titulares de prensa y no para abordar un cambio significativo en el sistema escolar, no tiene en cuenta, por ejemplo, la educación ética, espiritual y emocional de los alumnos, sino que, en opinión de Pellicer, marca cuáles son los aprendizajes instrumentales en función de las necesidades de mercado.

Antonio Sastre, coordinador de formación integral de los colegios Regnum Christi en España, coincide con este análisis: “Si la educación no va bien, no es porque los profesores no sepan hacer su trabajo o porque no hayamos renovado nuestra metodología didáctica o no tengamos suficientes recursos; no sabemos educar porque educar es ayudar a ser personas, a vivir como seres humanos, y hoy no sabemos qué es ser persona”. Por esta razón, recalca Sastre, “el reto de la educación no tiene que ver con los medios, sino con los fines”.

“Ninguna plataforma digital puede cambiar la vida del estudiante, solo los buenos profesores pueden hacerlo”

Vínculo profesor-alumno

En la educación integral cobra una relevancia capital el papel del profesor. En pleno confinamiento, un vídeo del prestigioso escritor y profesor universitario italiano Nuccio Ordine se hizo viral. En él daba la voz de alarma ante aquellos que él mismo denomina “cantores de lo virtual y de la enseñanza telemática”. “El contacto con los alumnos en el aula es lo único que puede dar verdadero sentido a la enseñanza”, advertía, porque “ninguna plataforma digital puede cambiar la vida del estudiante, solo los buenos profesores pueden hacerlo”.

La crisis educativa durante la pandemia ha demostrado que la figura del profesor es insustituible. De hecho, durante el confinamiento la gran dificultad para el docente era hacer posible un verdadero vínculo con su alumno en la distancia. “El método es el formador”, asegura Sastre, “las herramientas tecnológicas o incluso las metodologías didácticas son aspectos secundarios, porque lo que educa es la relación”. El aprendizaje se produce siempre como fruto de una relación, donde el alumno es el protagonista y el maestro es el guía que le acompaña hacia un destino concreto. Álex Visús, coach educativo y asesor de innovación pedagógica en colegios, recalca que “lo más importante es la conexión emocional que se produce entre el profesor y su alumno. A partir de esa conexión se producirá el aprendizaje de los contenidos y las competencias”.

“Debería preocuparnos especialmente el impacto que tiene el medio digital sobre la atención sostenida para el aprendizaje”

El papel de la tecnología

Una de las cuestiones más debatidas es la introducción masiva de la tecnología en el contexto escolar. Expertos como la pedagoga sueca Inger Enkvist o la doctora en Educación y Psicología Catherine L’Ecuyer llaman a la prudencia y destacan que actualmente no hay evidencia científica que demuestre que la introducción de las pantallas mejora el aprendizaje. “Debería preocuparnos especialmente el impacto que tiene el medio digital sobre la atención sostenida para el aprendizaje”, recalca L’Ecuyer. “Si no hay estudios que indiquen que estas herramientas contribuyen a una mejora del rendimiento académico, no es justificado llamar a esos dispositivos ‘método educativo’”, explica. En lo que coinciden muchos educadores y pedagogos es que la incorporación de la tecnología no va a solucionar los problemas educativos. “Por sí misma y de forma aislada, la digitalización no es suficiente para educar a las personas, sobre todo a edades más tempranas”, explica Pellicer.

De hecho, el uso que se puede hacer de ella es distinto en función del “grado de autonomía del aprendiz” y de las distintas etapas de infantil, primaria y secundaria. En opinión de Sastre, “la cuestión primordial es que el uso que demos a la tecnología debe estar integrado en nuestro modo de educar, para lo cual debemos volver a pensar qué es educar, cómo estamos educando y a partir de ahí qué uso queremos dar a la tecnología”, advierte. “Usar mucha más tecnología no equivale a un cambio de paradigma educativo; de hecho, el mayor riesgo es que demos entrada a la tecnología para seguir haciendo lo mismo que antes”. La tecnología puede ser una herramienta interesante en determinadas etapas para enriquecer el contexto educativo que el docente cree para sus estudiantes.

Así lo entiende Sastre: “Lo que queremos es que nuestros alumnos vivan experiencias educativas verdaderamente formativas y transformadoras y ahí la tecnología puede ser una poderosa aliada, porque puede convertir el aprendizaje en un proceso activo de investigación y de descubrimiento de la realidad, y no como la mera recepción de contenidos”. “La tecnología es una herramienta, es la tiza, y debe utilizarse en momentos concretos y para acciones puntuales dentro de un contexto educativo más rico”, recomienda Visús. Y advierte de que hoy en día se corre el peligro de que “el sector educativo se convierta en un negocio para las empresas tecnológicas y empiecen a aparecer aplicaciones ‘mágicas’ y todo tipo de estudios para favorecer la digitalización de la enseñanza”. “La línea entre educar y entretener es muy delgada, y la finalidad aquí es educar”, subraya.

“La relación familia-escuela está distorsionada. La prueba es que en el confinamiento los padres han ejercido un papel subsidiario de la escuela”

La escuela es subsidiaria

Uno de los efectos positivos que ha traído la pandemia es la mayor implicación de las familias en la educación de sus hijos. Muchos padres han podido conocer mejor el trabajo de los profesores, y se han dado cuenta de las dificultades que tienen sus hijos en determinadas materias o en su mayor o menor capacidad de autonomía y de resolver dificultades. Sin embargo, Sastre sostiene que a los padres no les toca enseñar a sus hijos Lengua, Matemáticas o Naturales, y no podemos “hacer de ellos profesores de ‘segunda’”.

En su opinión, la implicación que hay que buscar por su parte es otra: “La escuela debe ser esencialmente subsidiaria de la familia, es decir, estar a su servicio; la prueba de hasta qué punto se ha distorsionado esta relación es que los padres han tenido que ejercer durante el confinamiento un papel subsidiario de la escuela”. Sastre señala que “lo que debería hacer la institución escolar no es mendigar la colaboración de los padres, sino despertarlos y hacerlos conscientes de que la responsabilidad educativa es de ellos y para esto, eso sí, cuentan con el acompañamiento de la escuela”.

Que la educación necesita un cambio es algo que pocos discuten. Buscar el bien integral del alumno será la clave para que esos cambios no se queden en meros fuegos artificiales o simples medidas superficiales.

METODOLOGÍAS ACTIVAS

El protagonista de la educación es el alumno, pero esto no quiere decir que
adquiera los conocimientos solo. El maestro es el guía insustituible que
le acompaña creando los contextos educativos adecuados y ricos para
favorecer un aprendizaje que perdure en el tiempo. Para esto, muchos
expertos hablan de que la clase magistral no es suficiente y debe ser
acompañada de otros recursos y metodologías activas.

Álex Visús explica que para que el alumno aprenda es necesario recorrer
los seis niveles de la Taxonomía de Bloom: conocer, comprender, aplicar,
analizar, evaluar y crear. De este modo, comprender el contenido y
memorizarlo son escalones necesarios, pero no suficientes. Por eso
los maestros deben trabajar para que los alumnos alcancen los niveles
superiores de aprendizaje, es decir, analizar, evaluar y crear.
Una herramienta óptima, por ejemplo, es el trabajo por proyectos, una forma de trabajar que además fomenta las inteligencias múltiples de cada niño.

“Aquello que el alumno construye y crea favorece mucho más el aprendizaje que aquello que solo memoriza”, recalca Visús. Se trata de que cada niño utilice el contenido que ha memorizado y comprendido para crear un producto final: una canción, un cuento, una maqueta, un experimento…

CAMBIOS NECESARIOS

Horarios adecuados: Visús recalca que en el colegio se debe dar tiempo a desarrollar proyectos más globalizados. “Cambiar de actividad cada hora no funciona con los niños y, en el caso de los adolescentes, sabemos que su cerebro empieza a funcionar a las 9 o 9:30 de la mañana. No podemos ponerles las clases principales a las 8 de la mañana, porque si a esa hora ‘no molestan’ no es porque estén atendiendo, sino porque todavía están dormidos”.

Modelos de evaluación: “Hay que ir más allá de la evaluación numérica o de poner cámaras de seguridad para que los alumnos no copien, porque estos modelos no acompañan la mejora de la persona”, señala Pellicer. Visús añade que la evaluación debe tener un momento inicial para saber dónde está el alumno, uno final para ver adónde hemos llegado y uno intermedio con carácter formativo que debe favorecer el aprendizaje: “La evaluación debe ser un GPS que permita ir recalculando la ruta para ayudar al alumno a llegar a la meta. En vez de penalizar, el error debe servir para aprender”.

Modificar los currículos: Carmen Pellicer destaca que estos “son largos, obsoletos y repetitivos”. Se tratan muchos contenidos en un solo curso, sin tiempo suficiente para profundizar en ellos: “El alumno necesita comprender en profundidad, ordenar su cabeza para comprender, analizar, criticar, sintetizar, aplicar y crear”. “Nuestro currículo es una espiral”, añade Álex Visús, “se repiten los mismos contenidos en distintos cursos y lo más dramático es que tampoco lo aprenden. El alumno pierde el interés y deja de prestar atención”.

La figura del profesor: Además de la formación en competencias digitales que hoy están tan en boga, Pellicer señala que “hay otras muchas tanto o más importantes”. Entre ellas, competencias en metodologías activas, en modos distintos de evaluación o en habilidades éticas para tener un compromiso moral con el bienestar de cada niño. “Los maestros tenemos la obligación de estar siempre formados, buscando mejores maneras de ayudar a los alumnos”, recalcó durante su intervención en el Learning Leaders Summit organizado por la fundación Trilema.


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