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Emily Stimpson: “Las comidas familiares son un anticipo de la comunión con Dios”

La comida que tomamos a diario es mucho más que calorías, grasas, vitaminas y minerales. Emily Stimpson demuestra que el alimento diario nos dice mucho sobre Dios y su gracia.

Por Isabel Molina Estrada / Fotografía Caitlin Renn

Emily Stimpson cuenta en su libro ‘The Catholic Table’ (en traducción literal: ‘La mesa del católico’) que Dios ha querido que dependamos del alimento para sobrevivir, aunque podría haber decidido que viviéramos del agua, el sol y el aire, como las plantas… Él se esconde en nuestras viandas y manjares. Incluso Él mismo se ha hecho alimento para nosotros.

¿Qué es exactamente la “teología de la comida”?

En las Escrituras, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la comida simboliza la bondad de Dios, su sustento y su amor. Lo vemos en el desierto, cuando Dios envía pan del cielo a los israelitas. O en las bodas de Caná, cuando Jesús transforma agua sucia en el mejor vino. Dios se sirve del alimento para hacer patente que Él es Amor. Y nuestra necesidad de satisfacer el hambre también nos recuerda que no somos autosuficientes, que dependemos del alimento y, más aún, de Dios y de su gracia.

“En las enseñanzas de la Iglesia hallé la cura para mis trastornos alimenticios”

De esto trata su libro The Catholic Table. ¿Qué la motivó a escribirlo?

Durante muchos años me peleé con la comida. Luché contra la anorexia, los atracones y las dietas. Veía la comida (y mi cuerpo) como problemas por controlar. Esa lucha afectó a toda mi vida: mi salud, mis relaciones… Sin embargo, cuando comprendí el significado de la Eucaristía, de la teología del cuerpo y de lo que la Iglesia llama la “cosmovisión sacramental”, cambió mi forma de entender la nutrición y recobré la salud. Sé que muchas personas se enfrentan a trastornos alimenticios, y me gustaría ayudarlas a descubrir esta cura sanadora que yo hallé en las enseñanzas de la Iglesia.

Entendió que la comida es un don gracias a una experiencia con la Eucaristía. ¿Qué fue lo que ocurrió?

Aunque he sido católica desde niña, no conocía mi fe. Al llegar a la universidad, me distancié de la Iglesia. Años después, empecé a hablar de estos temas con un colega del trabajo y me di cuenta de que no conocía el mensaje cristiano. Empecé a devorar libros de teología y a leer a los santos. Conforme iba leyendo, iba cambiando mi manera de entender las enseñanzas de la Iglesia y mi comprensión de la vida. Empecé a ver la mano de Dios en todo y en todos, y volví a los sacramentos. Un día, después de comulgar, me di cuenta de que la mayor intimidad con Dios ocurría cuando lo comía. En la Eucaristía, me alimentaba con su Cuerpo y con su Sangre. Él se me daba a Sí mismo como alimento.

Y ahí cambió por completo su forma de relacionarse con la comida…

Sí. Comprendí que toda realidad ordinaria sobre la comida nos dirige hacia una verdad extraordinaria sobre la Eucaristía. La comida nos da fuerzas, la Eucaristía nos llena de gracia santificante, que es la misma vida de Dios. La comida, exquisita y deliciosa, nos da alegría; la Eucaristía nos lleva a la alegría sin fin que es Cristo. Cuando nos sentamos juntos a la mesa se afianzan nuestros vínculos; la Eucaristía hace de nosotros una comunidad en el Cuerpo de Cristo. Por último: preparar una comida requiere sacrificio (tiempo, dinero y energía); y la Eucaristía es el mayor sacrificio que jamás ha tenido lugar: la muerte de Cristo en la cruz. En definitiva, la comida hace visible en el mundo el trabajo invisible que la Eucaristía realiza en el alma. Es un símbolo para entender la más grande de las verdades sobrenaturales. Todo esto me llevó a darme cuenta de que no podía abusar de la comida ni tenerle miedo. Debía recibirla como el don de Dios que es.

“La cena familiar imprime al día un ritmo y una alegría especial, y en ella los niños aprenden qué es lo importante”

¿Por qué Jesús le da tanta importancia a la comida en el trato con sus discípulos y al hacer milagros?

Comer con quienes amamos es un acto profundamente humano. Es una forma de comunión. Y Jesús era profunda y completamente humano, y lo reflejaba en la forma en que vivía. En esos gestos Él nos mostró la manera de hacer apostolado y de servir a los demás a través de la hospitalidad y la convivencia. Cuando multiplicó los panes y los peces, estaba haciendo visible una realidad que a menudo no captamos: que Él siempre nos cuida y se ocupa de nuestras necesidades.

Muchas personas comen solas y deprisa. ¿Por qué comer en familia?

La cena imprime al día un ritmo y una alegría especial. En ella los niños aprenden qué es lo importante. No hace falta que sean cenas elaboradas, lo fundamental es hacer de ese encuentro algo irrenunciable. Un tiempo para estar juntos, sin nada que nos distraiga. Recuerdo que cuando era niña, a la hora de cenar todo se paraba. Apagábamos la televisión, decíamos una oración y charlábamos sobre nuestro día. Mis hermanas y yo no siempre nos portábamos bien. A veces nos quejábamos de lo que mi madre preparaba. Pero nos reuníamos alrededor de la mesa, y nadie se levantaba hasta que mis padres lo autorizaban. En mi familia hacemos lo mismo: cenas sin móvil y conversando.

¿Cuál es el significado sacramental de la mesa familiar?

Lo que la Iglesia llama “cosmovisión sacramental” es darse cuenta de que toda la creación es un regalo y una ocasión para acercarnos a Dios. El demonio quiere que pasemos por alto estas enseñanzas escondidas en lo que nos rodea; que veamos el mundo desfigurado y encontremos en la comida un problema: algo para controlar, temer o excedernos. Todos los aspectos de la comida que he mencionado –fortalecer, alimentar, reconfortar, curar, construir comunidad, darnos alegría– requieren sacrificio. Por eso, cuando damos a la comida la importancia que tiene, niños y adultos comprenden lo que hace la Eucaristía en el alma. Las comidas familiares alegres son anticipo de la comunión a la que Dios nos invita en la Iglesia. Nos preparan para ella y nos ayudan a decirle “sí”.

Trucos para practicar la hospitalidad

Emily Stimpson recomienda abrir nuestras casas para cenar con familiares y amigos, es más, asegura que “Dios nos lo pide”: “La Biblia nos cuenta que la hospitalidad es esencial en la caridad cristiana”. Sin embargo, invitar a los amigos a casa a veces cuesta porque creemos que exige preparar cenas muy elaboradas. Stimpson advierte que “la Biblia no se refiere a la preparación de un banquete que nos recuerde a fotos de revista, sino a acoger a las personas en nuestra vida, cuidándolas con atención y cariño. De esta forma, crecen las comunidades y se construye la amistad”. Además, abrir las puertas de nuestra familia es ejercitarse en la capacidad de ofrecer compañía: “¡Hay mucha gente sola, desesperadamente sola! –advierte–. Darles un lugar al que pertenecer, les reafirma en su valor y en su dignidad. También nos llena de bendiciones, pues cada persona es un don, y cuando les invitamos, estamos invitando a esos dones a entrar en nuestro hogar”.

Emily Stimpson y su marido abren las puertas de su casa para disfrutar de una cena compartida con amigos.

Stimpson ofrece unos sencillos trucos para no complicarnos a la hora de ser anfitriones.

1. Cocina platos que conozcas y que no requieran mucha preparación para poder centrar la atención en tus invitados.

2. Reparte tareas. Prefiero que mi marido cuide a nuestro hijo mientras yo cocino.

3. Intenta no tener invitados durante la semana; mejor en fines de semana”.

4. Arregla la casa, pero no la limpies de arriba abajo. La gente viene a verte a ti y a tu familia, no a mirar el suelo. Y cierra las puertas de las habitaciones en las que no quieras que entre nadie.

5. Ocúpate más por querer a las personas que por impresionarlas para que puedas desentenderte de lo que no es esencial.

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