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Leviatán

Contra la religión oficial del Estado Leviatán, instrumentos como la “objeción de conciencia” tienen los días contados

Por Juan Manuel de Prada / Ilustración Rikki Vélez @rikkivelez

Con frecuencia, los ingenieros sociales suelen expresarse con una taimada ambigüedad. Nadie podrá lanzar, sin embargo, esta acusación contra el actual gobierno, que siempre ha mostrado sin ambages sus cartas. Cuando la ministra de Educación afirmó que los hijos no pertenecen a los padres estaba formulando, desde luego, una perogrullada; pues ningún padre en su sano juicio piensa que sus hijos le “pertenezcan”, ni en el sentido vulgar de la palabra ni en el propiamente jurídico. Sin embargo, los padres tienen unas obligaciones naturales hacia sus hijos, como depositarios que son de un don valiosísimo: obligaciones naturales de las que no pueden dimitir; obligaciones que no pueden delegar en otros. Cuando lo hacen se convierten en padres desnaturalizados. Pero el Estado Leviatán concibe a nuestros hijos como huérfanos que, en última instancia, le pertenecen, más allá de que pueda delegar graciosamente algunas facultades inherentes al “derecho de posesión”. De ahí que se alce para impedir el ejercicio de la “patria potestad”. Toda esta maniobra gubernativa delata que la justicia ha dejado de ser el fundamento del Derecho; y que el Estado Leviatán se convierte en creador de leyes que ya no son expresión de la racionalidad jurídica, sino actos de pura voluntad. La destrucción del concepto de la “patria potestad” exonera a los padres de sus obligaciones naturales, de tal modo que ya no puedan elegir la enseñanza que desean para sus hijos.

“No se trata de salvar egoístamente a ‘nuestros’ hijos, sino de salvar comunitariamente a la infancia secuestrada”

A partir de ahora será el Estado Leviatán –como “poseedor” de esos hijos– quien determine la educación que recibirán; una educación que, por supuesto, tendrá como finalidad última convertir a esos hijos en jenízaros de la ideología gubernativa, convertida ya en religión oficial de obligado cumplimiento. Por supuesto, detrás de toda esta maniobra de nihilismo jurídico y antropológico subyace el odio a la institución familiar (que, en última instancia, es odio teológico). Hay quienes frente a estas maniobras totalitarias tratan de alzar una agonizante “objeción de conciencia” que se expresa a través de instrumentos antipolíticos como el “pin” parental. Pero, contra la religión oficial del Estado Leviatán, instrumentos como la “objeción de conciencia” tienen los días contados; y, además, no se trata de salvar egoístamente a “nuestros” hijos, sino de salvar comunitariamente a la infancia secuestrada. Para lo cual debe lucharse por un cambio político que conculque las leyes injustas y restablezca las obligaciones naturales de los padres. Obligaciones que, desde luego, empiezan en el hogar; pero que tienen una naturaleza esencialmente comunitaria (es decir, política).

Cuando se pierde el horizonte comunitario, todas las estrategias resultan tarde o temprano perdedoras, porque se conforman con crear “microclimas” cada vez más reducidos y hostilizados: se empieza por aceptar el regalo envenenado de los “conciertos económicos”, para acabar invocando pírricamente el reducto último de la conciencia personal, hasta que el Estado Leviatán finalmente impone su designio, considerando a nuestros hijos una “posesión” propia. Revertir los efectos de tantos años de estrategias perdedoras no resultará sencillo; pues, entretanto, una sociedad cada vez más sojuzgada y envilecida ha ido dimitiendo de sus obligaciones naturales. Pero todavía hay muchas personas que no desean que sus hijos sean corrompidos; hay que amalgamar –con generosidad y denuedo– a todas esas personas y embarcarlas en el combate contra el Leviatán. Tarea que, salvo directa intervención sobrenatural, no será sencilla; pero la victoria solo pueden lograrla quienes libran la batalla.

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