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Licencia para llorar

Cada persona vive el dolor por la pérdida de un ser querido de un modo distinto, por lo que es imprescindible aprender a acompañar

Si has perdido a una persona con la que tenías una vinculación importante, debes saber que “es natural que en los primeros meses tengas llanto continuo, estés permanentemente pensando en el ser querido y no te apetezca salir ni relacionarte con otras personas. No hay que culparse por ello. También es natural que al principio aparezcan sentimientos de rabia o de culpa. Estos son mecanismos adaptativos de defensa que van desapareciendo con el tiempo, cuando pasa la pena más profunda por la pérdida”.

Así lo explica Marisa Magaña, psicóloga experta en intervención en duelo y directora del Centro de Escucha San Camilo, que, dentro del Centro de Humanización de la Salud de los Religiosos Camilos, presta atención profesional gratuita a personas que han perdido a seres queridos. Ana Cuevas, psicóloga especialista en terapias para el duelo del COF de Valladolid, puntualiza que “a veces el doliente puede tener la sensación de que le están ocurriendo cosas muy raras en su duelo. Pero la pérdida sitúa al que lo vive tan en el extremo, que casi todo lo que pueda ocurrirle es normal”. Y es que si algo caracteriza un proceso de duelo, es su particularidad. Es una vivencia personal ante la cual no se puede generalizar.

No hay dos iguales

En este sentido, Ana Cuevas apunta que no hay un tiempo estándar para afrontar la pérdida. “Suele hablarse de un año como un periodo normal para un duelo, porque en ese periodo tienes que vivir por primera vez una serie de acontecimientos sin la persona que ha fallecido: cumpleaños, navidades, vacaciones, estaciones del año, etc. Pero el duelo se puede alargar más, sin que eso signifique que se haya complicado”.

Cada duelo es único también en cuanto a sus etapas. No tiene por qué ajustarse a unas fases concretas. “En atención al duelo, cuando te ciñes a fases pierdes la riqueza de lo que para cada uno significa el duelo, y hay que entender que algunas personas necesitan otros ritmos”, argumenta Marisa Magaña. A veces ocurre que los duelos a priori parecen más complejos, y resulta que después se sobrellevan mejor o precisan menos tiempo que otros aparentemente más fáciles.

“Sentir que las personas cercanas están ahí es muy reconfortante. Aunque no te quita el dolor, sí es como una especie de amortiguación”

Acompañamiento social

Los apoyos afectivos durante el tiempo de duelo son sin duda una ayuda clave. Una presencia física con la que no han contado las personas que han perdido a seres queridos durante el confinamiento. Ana Cuevas explica que “la dureza de lo que se ha tenido que vivir en este tiempo ha sido terrible, porque los dolientes no han tenido ese acompañamiento social”. Los primeros momentos del duelo suponen un choque fuerte, y “sentir que las personas cercanas están ahí es muy reconfortante. Aunque no te quita el dolor, sí es como una especie de amortiguación”, asegura Cuevas.

También es necesario poder despedirse de los seres queridos. “Este último adiós ayuda a aceptar la realidad de la pérdida, y compartirlo con las personas cercanas hace que ese tiempo sea especial, acorde con la importancia que tiene el hecho”. Además del respaldo de los que nos quieren, la propia personalidad puede ser de mucha ayuda para encajar el fallecimiento de alguien próximo. Por ejemplo, quien tiene “una forma muy sana o racional de ver las cosas tiene menos tendencia a rumiar los pensamientos obsesivos, y le resulta más fácil trascenderlos”, explica Marisa Magaña.

Con o sin fe

La fe también juega un papel importante porque la muerte nos pone en contacto con esta parte más honda de nosotros: nuestra capacidad de trascendencia, y nos enfrenta a replantearnos la pregunta sobre la existencia de Dios. Sin embargo, como es lógico, todas las personas viven esta realidad desde su libertad. Cuevas extrae de su experiencia que, después de un duelo, “hay quienes refuerzan la fe que ya tenían y otros que la ‘pierden’”.

La psicóloga también ha observado que hay quienes no tienen fe y, al ponerse en contacto con el sentido de trascendencia de la vida, experimentan un despertar a la misma, o por el contrario, siguen sin tenerla. “Son procesos muy personales”, explica Cuevas, quien concluye que en cualquier caso siempre ayuda situar en algún “sitio” a la persona que fallece, incluso si ese espacio no es físico. “Para algunas personas puede ser su corazón o su interior”.

Ayuda profesional

Generalmente no es necesaria la ayuda profesional para afrontar un duelo. Basta con el entorno natural, social y los recursos personales. Pero hay casos en que esta ayuda es imprescindible. La pregunta es: ¿cómo saber cuándo es necesaria esta ayuda? “Si pasa el primer año y los síntomas del principio se van prolongando en el tiempo, por ejemplo: sigues llorando con la misma frecuencia e intensidad, no puedes hablar del ser querido porque te vienes abajo, tienes pensamientos obsesivos sobre el fallecido, los sentimientos de culpa te incapacitan o la rabia te lleva al victimismo, entonces conviene buscar ayuda”, aclara Magaña.

“Hay que normalizar la figura del psicólogo, porque la salud mental es como la salud física, y todos necesitamos en un momento dado acudir al médico”

Si esto ocurre no hay por qué alarmarse. Magaña asegura que muchas veces somos reacios a pedir ayuda psicológica por desconocimiento: “Hay que normalizar la figura del psicólogo, porque la salud mental es como la salud física, y todos necesitamos en un momento dado acudir al médico”. Por ello, hay que ver como algo normal que un profesional nos ayude a procesar la pérdida de un ser querido. “Un acompañamiento profesional adecuado nunca viene mal, aunque solo sea para entender qué es estar en duelo y conocer lo que te pasa”, añade Magaña. De hecho, Cuevas recalca que “un acompañante que no sea del círculo propio permite al doliente hablar de ciertas cosas que con personas de su entorno cercano a lo mejor no se atreve”.

Aunque atravesar un duelo es una de las experiencias más duras de la vida, Cuevas asegura que esta vivencia puede ayudarnos a “afrontar la vida de una forma mucho más plena y rica, permitiéndonos diferenciar lo verdaderamente importante de lo que no lo es”.

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