La revista más leída por las familias católicas de España

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Tío-Vania

Los sobrinos del Tío Vania

Antón Chéjov es el tapado de la literatura rusa. Dostoievski y Tolstói son los incontestables; Pushkin, el exquisito; Mandelstam, el hondo; y Vodolazkin, el autor revelación. Chéjov es una cumbre que puede taparnos su propia sencillez y bonhomía, como si necesitásemos rayos (Tolstoi) y truenos (Dostoievski) para asombrarnos de la altura de un pico. Nabokov, otro grande, no tenía dudas: “Quien pusiese por delante de Chéjov a cualquier otro autor no entendería nunca la literatura rusa ni, probablemente, la universal”.

Por Enrique García-Máiquez / Ilustración: Javier Ugarte

Artículo publicado en la edición número 67 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

El siempre añorado crítico Pedro de Miguel advertía: “No es costumbre contemporánea leer teatro, pero muchos dramaturgos resisten bien una lectura atenta y brindan un ejercicio reconfortante”. No había que entretenerse en prolijas descripciones de ambientes, como en las novelas. En el teatro se va a lo esencial: la trama, las relaciones humanas y la profundidad del alma humana.

Chéjov es paradigmático, por lo bien que se le lee y por cómo va a lo hondo. Gracias a una paradoja que ha señalado Nabokov:  “Ningún autor ha creado con menos énfasis tan patéticos caracteres”. En parte gracias a un estilo sencillo secretamente cuidado, como demuestran los estupendos avisos literarios que reunió en un libro muy recomendable para todo joven con vocación literaria: Consejos a un escritor. Y en parte porque su obra transparenta el vuelo de un alma herida, quizá por la pobreza inicial, por la enfermedad, por la falta de tiempo, por el mismo talento y por su vocación doble: a la literatura y a la medicina. 

De esta última confesaba que era su legítima esposa, y la literatura, la ilegítima. Tan médico era que puso de nombre a sus perros Bromuro y Quinina. Decía que ambas vocaciones se molestan una a la otra, pero no lo suficiente para excluirse mutuamente  y que  “el proverbio de las dos liebres nunca quitó el sueño a nadie como a mí”. Ese proverbio es la versión rusa de nuestro “Quien mucho abarca, poco aprieta”.

Tío Vania, siempre actual

Sus cuentos no son apretados: son dulcísimos. En Tío Vania, en cambio, toca el meollo del corazón humano. Su tema es que el sacrificio sin sentido se convierte en una locura, y el sentido sin sacrificio es una traición. Si no se cuida con esmero ese núcleo de la existencia que es la vocación, todo se desmorona, hasta el amor más desinteresado.

Andrés Trapiello se preguntaba en el prólogo de su traducción de Tío Vania dónde reside la extraña modernidad de esta obra que no deja de editarse y de la que se han hecho espléndidas adaptaciones cinematográficas. (Recomiendo vivamente la de Ian Rickson y Ross MacGibbon, de 2020.) La obra es valiosa e inquietante: la belleza que desata pasiones a su paso, la desidia, un egoísmo puesto en escena, la bondad, la religiosidad sencilla… Pero la modernidad de Tío Vania estriba en que una época como la nuestra, que tiene un malestar difuso y contagioso, encuentra que Chéjov le diagnostica la enfermedad y le receta la medicina: vivir con seriedad y sentido vocacional. 

Intelectuales, cuidado

Chéjov apela a la vocación de cada cual (médico, agricultor, ama de casa) y advierte: “Si cada hombre hiciese todo lo que puede en su pequeño trocito de tierra, qué maravilloso sería el mundo”. Pero en Tío Vania concentra sus críticas en el falso, fatuo intelectual, que ha estado viviendo a la sopa boba, sin exigirse seriamente. De él dice el tío Vania: “Yo estoy loco, pero en cambio los estafadores como el profesor, que se han pasado la vida dando el pego bajo su máscara de sabios, sin el mejor talento y de una estupidez probada… Veinticinco años plagiando aquí y allá las ideas de todo el mundo […] ¡Y qué humos! ¡Y qué pretensiones!”. Por este profesor, cuñado suyo y padre de la deliciosa Sonya, ambos se han privado de todo para mandarle toda la renta. Pero él se ha dedicado a labrarse una fama hueca y a defraudar a los que se sacrificaban por él. Ese fraude desencadena otros fracasos y frustraciones. No es una obra alegre, ciertamente, pero sí un aviso de hasta qué punto la felicidad de muchos depende de nuestra autenticidad profesional y personal.

Artículo publicado en la edición número 67 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

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