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Manual Caballería #68

Manuales de caballería

En la Edad Media se escribieron guías del buen caballero (o dama) que, bien leídas, pueden aplicarse ahora con más (y mejor) provecho que una biblioteca de libros de autoayuda.

Por Enrique García-Máiquez

Artículo publicado en la edición número 68 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

Tenemos una visión de la nobleza demasiado dieciochesca: pelucas empolvadas y una dieta a base de pasteles. O un decorado de Downton Abbey. Lo cierto es que en la Edad Media pesaban más las obligaciones que los privilegios, la exigencia que la exuberancia y la conducta ética que las maneras manieristas, tal y como lo demuestran estas tres guías sin mancha.

Alabanza de la nueva caballería, de san Bernardo de Claraval.

En esta obra inaugural, san Bernardo, nada menos, escribe una primera meditación para los recién fundados caballeros del Temple. Les explica su vocación de monjes-soldados. Han pasado nueve siglos y, sin embargo, su apelación a la santidad de la lucha por la justicia y la verdad no ha caducado. Ni su necesidad. Santo Tomás se suma: “Hay que alabar la fortaleza porque sirve a la justicia”.

Libro de la orden de caballería, de Ramón Llull.

El segundo libro es también de un autor principal. Si el primero lo escribió un santo, el segundo un beato, que además fue filósofo, y, antes, un caballero con todas las de la ley. Sabe de lo que habla. Es una lectura ligera y honda, motivadora.

Libro de caballería, de Godofredo de Charny.

Otros cien años, y la caballería como si nada. A Godofredo se le conocía en Francia y en toda Europa como “caballero verdadero y perfecto”. Fundador de la Orden de la Estrella, era el portador de la oriflama y el primer propietario conocido de la Sábana Santa. Este manual es el más técnico de todos, en parte porque lo escribe un caballero en ejercicio, que considera la caballería como una vocación ascética específica de los laicos.

Nobleza del ama

Lo más llamativo es que las tres obras coinciden en una misma idea que las cruza de arriba abajo: lo importante no es la nobleza de sangre, sino la del corazón (que bombea la sangre). La clave está, por tanto, en la nobleza de espíritu. “El que hace más, vale más”, repite como un estribillo o una letanía Godofredo de Charny.

Esta Nobleza del alma sería la categoría, y las sucesivas noblezas históricas (los aristócratas griegos, las familias senatoriales romanas, los jefes godos, los caudillos altomedievales, los cortesanos modernos, las élites contemporáneas, etc.) son concreciones del ideal adaptadas a sus circunstancias históricas. Asombra verlo expuesto con tanta claridad ya en los manuales medievales.

Dice Ramón Llull: “La caballería en ningún lugar está tan a gusto como en la nobleza del corazón […] ese tal caballero [el que no cumple su oficio] es más vil que el sastre o el cornetín que sí siguen su oficio”. San Bernardo había recordado a los caballeros del Temple que lo esencial era el alma. El caballero Godofredo de Charny, ya en el siglo XIV, no considera digno de ser caballero a quien no es un buen profesional, leal y generoso.“En consecuencia, el caballero que no tuviese ojos para ver a los desvalidos ni corazón para preocuparse de sus necesidades, no es caballero verdadero ni está en la orden de caballería”, concluye Llull. La caballería está al servicio de la verdad, de la justicia y de los desfavorecidos. Estas lecciones llegan intactas a don Quijote, aunque él termine hecho polvo por defenderlas.

Tres lecciones para nuestros días

Los tratados medievales de caballería son muy breves, porque importa más la prác- tica que la teoría. Se trata de llevarlos corriendo –galopando– a la vida. Pero leyéndolos aprendemos tres lecciones. Primera: aunque hayan cambiado las circunstancias, el ideal caballeresco sigue estando al alcance de quien aspire a la limpieza de corazón y a la fortaleza de ánimo en la defensa del bien, la belleza, la verdad y el auxilio al desvalido. Es fácil, en segundo lugar, percibir el atractivo que tales ideales siguen ejerciendo. Ya se ve en muchas obras de ficción con toques medievalizantes. Algunas son estupendas, pero resulta aún más refrescante beber el agua cristalina de las fuentes más limpias. Por último, es verdad que, como dijo Albert Camus, nuestro tiempo aún está buscando a sus aristócratas. Una manera de encontrarlos es ver qué pedían a los postulantes los mayores expertos de los grandes siglos del esplendor de la caballería. Coincide con lo que hemos de exigirnos hoy a nosotros mismos.

Artículo publicado en la edición número 68 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

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