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Mi vida pero sin mí

La preocupación es una lepra. Y también un síntoma de un corazón despistado, pendiente de sí mismo

Por Jesús Montiel / Ilustración Silvia Álvarez

He venido al despacho a trabajar, pero a la vez que trabajo me distraigo con muchas preocupaciones. Por qué me preocupo, me digo entonces. A qué esta manía de lanzar el corazón a lo improbable, quién me susurra el futuro y por qué razón le hago caso, doy crédito, me acobardo. La preocupación es una lepra. Y también un síntoma de un corazón despistado, pendiente de sí mismo. Me preocupo cuando pienso en la vida como una pertenencia, algo que me va a ser arrebatado. Por eso el miedo y la ansiedad, esta mano invisible que me estrangula mientras corrijo exámenes.

No obstante, al mismo tiempo que me preocupo veo a mi lado a ese hombre que estoy llamado a ser: un hombre que confía, que vive sin temor porque sabe que no es dueño de su historia. Junto a mi vida real, esta en la que vivo a oscuras, todos los días veo la vida a la que estoy convocado, sin esos futuros en los que pierdo mi tiempo. Esta misma mañana, por ejemplo, veo una mañana en la que escribo este mismo artículo pero sin pensar una vez tras otra en la comunión de un hijo, los invitados, el dinero que supondrán las nuevas gafas del otro hijo, los exámenes o la dichosa acreditación. Sin el obstáculo de lo que no será como preveo.

Todos los días, a la vez que me preocupo, veo motivos para no preocuparme. Miro mi vida y solo puedo avergonzarme por tontear con la amargura.

A veces sí consigo ser ese hombre que confía, el que estoy llamado a ser. Cuando paseo por el campo con mis hijos, durante la lectura de un libro de poemas, al abrazar a mi mujer o siendo perdonado. Esas veces me digo: qué descanso, la vida es un tesoro sin cofre, a la vista de todo el mundo, tan humilde que no llama la atención. Y qué privilegio el mío: conocer la esperanza en un mundo desesperado.

Todos los días, a la vez que me preocupo, veo motivos para no preocuparme. Miro mi vida y solo puedo avergonzarme por tontear con la amargura. Mis preocupaciones se revelan entonces como una falta de respeto. Algo injusto. Porque toda mi vida ha sido buena, no me ha faltado nada nunca, y cuando algo me ha faltado he nacido después a una alegría más sólida. No sé cómo acabará este día que comienzo preocupado, pero estoy seguro de que algo vendrá a librarme de mí, que hasta la noche recibiré muchas ayudas y que será mía la decisión de lanzarme a otro comienzo.

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