La revista más leída por las familias católicas de España

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Por qué y cómo querer a tu familia política

La ausencia de límites claros, una excesiva injerencia o la dificultad para perdonar generan conflictos que, sin embargo, tienen solución

Por José Antonio Méndez / Fotografía Daniel García

¿Cómo se dice suegra en griego?” “Storvas”. “¿Y cuñado en ja­po­nés?”.“Tujeta Tadura”. “¿Y el verano, bien, o en familia?”… Chistes y chascarrillos incluidos, pocos estereotipos están tan asentados en la sociedad como aquellos que retratan las no siempre fáciles relaciones que mantenemos con nuestra familia política.

Valga como ejemplo el fenómeno de masas en que se convirtió la reciente discusión entre la reina Leticia y la reina Sofía. Al poco de hacerse públicas las imágenes, las redes sociales y medios de comunicación bullían entre bromas, tomas de postura a favor o en contra de una u otra, y analogías entre la Casa Real y cualquier otra familia.

Semejante oleada de empatía no era extraña, pues, según los expertos, los problemas con cuñados, yernos, nueras, suegros y demás familia extensa son una de las más frecuentes y dolorosas fuentes de conflicto en las familias.

Un proceso complicado

“Aunque los problemas con la familia política tienen algo de mito y hay muchas ideas preconcebidas, la realidad es que estas relaciones no siempre son fáciles, pues suponen un proceso de aprendizaje, conocimiento y respeto que no siempre se da en las condiciones en que debería darse”, explica para Misión la doctora Teresa Barrera, psicóloga familiar del gabinete del Doctor Chiclana.

Las dos familias de origen son igual de importantes y no hay que pensar: “La mía es mejor y la tuya es un desastre”

Según Barrera, “muchas veces pensamos que llegamos al matrimonio y está todo hecho, y que será fácil construir una nueva familia dejando atrás nuestra familia de origen. Sin embargo, este cambio implica un proceso de ‘duelo de la salida’ para todos, que no siempre es fácil. Y más si no caemos en la cuenta de que las dos familias de origen son igual de importantes, pues forman parte de nuestra historia, son la raíz de la persona que más queremos y serán relevantes para nuestros hijos”.

Un catálogo para todos

La psicóloga familiar María José Marcilla, del Centro de Orientación Familiar de Dos Hermanas, en Sevilla, explica que entre las causas más comunes de los conflictos con la familia política están: las excesivas injerencias de la familia de origen –incluso cuando son bienintencionadas–, la ausencia de límites claros, unas dependencias materiales o emocionales mal canalizadas, la frialdad en el trato, los desplantes mal cicatrizados, el hartazgo acumulado y la falta de comunicación. Mención aparte merecen los problemas que surgen cuando las familias de origen son muy dispares: “La integración entre los miembros de ambas familias de origen hay que cuidarla con mucho mimo y cariño, sin pensar que la mía es la mejor y la tuya un desastre (o viceversa), y sin criticar a las familias por sus costumbres”, apunta Marcilla.

Merece la pena

Ahora bien, “estos problemas que todo el mundo tiene se pueden vivir de manera muy distinta si tienes fe y quieres vivirla con coherencia”. Quien esto afirma es Vicent, un angloitaliano afincado en Madrid que, tras 25 años casado con Matere, reconoce sin ambages que “entre otras crisis, nosotros también pasamos hace unos años por la crisis de la suegra (igual que otros tienen la crisis de los cuñados o de la nuera), y hemos aprendido que merece la pena hablar mucho, ser humildes, tener paciencia, poner límites sin romper la relación, y proponernos llevarnos bien con la familia política, porque eso te hace más feliz en tu hogar”.

El cariño hace los roces

La suegra “de la crisis de la suegra” es María Teresa, que habla para Misión sentada junto a su hija, su yerno y sus nietos, e incluso posa divertida para la sesión de fotos que ilustran estas páginas. “No es que nos hiciésemos cosas a mala idea –se apresuran a aclarar entre todos–, sino que con los años se acumulan pequeñas cosas que terminan por minar la relación y afectar a la familia”.

Es decir, cuando no es el roce el que hace el cariño, sino el cariño el que provoca roces…“Aunque los padres nos sabemos la teoría –señala María Teresa–, en el día a día a veces no respetamos los límites necesarios y, sin darnos cuenta, nos metemos más de lo que deberíamos en la familia de nuestros hijos, como si tuviésemos que llevar su casa porque no saben hacerlo bien. Y es un error, porque a lo mejor lo hacen bien, pero no a mi modo, sino al suyo”.

No todo es por la suegra

Y aunque las suegras se lleven la (mala) fama, no cardan toda la lana: “También los hijos propiciamos esa situación cuando pedimos demasiada ayuda a los padres y, sobre todo, cuando no nos damos cuenta de que el matrimonio es un núcleo sagrado en el que no debe entrar nadie; que nosotros somos los que debemos correr el riesgo de acertar o equivocarnos, y que lo que piensa tu marido o tu mujer sobre cómo educas a los niños, cómo vives la fe, o qué cortinas pones en el baño importa más que la opinión de tu madre o tu suegra”, indica Matere, que junto a Vicent se forma en los grupos de espiritualidad familiar Mater Dei.

“Ser humildes, tener paciencia, poner límites sin romper la relación y llevarnos bien con ellos, te hace más feliz”

Con un matiz: “Los problemas con la familia política a veces esconden problemas previos del matrimonio: falta de comunicación o sinceridad, poco tiempo juntos, poner al cónyuge al mismo nivel que tu madre…”.

Amar con los defectos

Por desgracia, no todos los problemas con la familia extensa (tanto la de origen, como la política) son por pequeñas cosas, sino también por ofensas graves, malas acciones o fuertes discusiones en las que todos creen llevar razón. “Estas situaciones –explica la doctora Barrera– son duras y difíciles, pero es posible superarlas gracias al perdón”. Y recuerda que aunque el otro no pida perdón, o no quiera retomar la relación, “yo puedo perdonar igualmente y tener una actitud de aceptación del otro” porque “si sabemos qué queremos vivir como familia, y cuáles son nuestros valores y prioridades, no perderemos el norte”.

No obstante, Barrera aconseja que si hay conflictos con la familia política, “lo mejor es que intervenga cada uno con su familia de origen, porque solemos tener más confianza con ellos”. “A no ser –matiza–, que el conflicto sea entre padres e hijos, pues en ese caso el cónyuge tal vez pueda expresarse con más neutralidad”.

“No he elegido a mi familia política pero, por mi mujer, puedo elegir amarlos”

Según Vicent, la clave para mantener o restaurar una buena relación con la familia extensa está en “no faltarse nunca al respeto, poner límites y distancia, pero sin llegar a cortar la relación, saber perdonar y pedir perdón si tienes que hacerlo, y reconocer que tú tampoco eres perfecto”.

Y concluye: “Para vivir plenamente mi vocación al matrimonio tengo que amar incluso los defectos de mi mujer, y amar a mi familia política incluso con sus defectos. Porque yo no he elegido a mi familia política pero, por mi mujer, sí puedo elegir amarlos”.

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