La revista más leída por las familias católicas de España

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“Que cuando me muera, no se rompa la familia”

El reparto de la herencia es uno de los momentos más conflictivos en las familias. ¿Cómo evitar que sea fuente de discusiones?

Por Jose Antonio Méndez

El dolor por la pérdida del ser querido se ve agravado, en ocasiones, por repartos confusos e intromisiones de la familia política. Los abogados José Antonio Fernández y José Carlos Bermúdez, expertos en derecho de familia y sucesiones, explican para Misión cómo afrontarlo para que “la mejor herencia sea mantener la familia unida”.

Las herencias, incluso bien llevadas, suelen ser fuente de suspicacias. La mayoría de los problemas surgen cuando la herencia no está bien especificada o cuando los herederos discuten por el reparto; otras veces, son los cónyuges, es decir, la familia política, quienes intervienen por detrás y plantean conflictos. No es raro que en las notarías tengamos que poner dos salas separadas: una para los herederos y otra para la familia política. Hay discusiones que llegan hasta un proceso judicial…

¿Y cómo surgen esos problemas?

No siempre surgen porque haya mucho dinero en la herencia, sino, sobre todo, cuando el reparto no está claro, o cuando algún heredero busca su propio beneficio por encima del resto. Es usual que los padres leguen todo a los hijos a partes iguales y confíen en que, cuando fallezcan, ellos se pondrán de acuerdo. Los padres suelen hacerlo de buena fe o para evitar enfrentarse en vida los problemas de la familia. Sin embargo, tras la muerte, el acuerdo entre hermanos muchas veces no llega, ni siquiera en familias bien avenidas.

¿Qué es lo más importante para hacer las cosas bien?

La preocupación de muchos padres es pensar: “Que cuando yo me muera, no se rompa la familia”. Para eso, lo más importante es dejar un testamento bien hecho, ante notario, en el que se especifique claramente el destino de cada uno de los bienes que se legan.

¿Y cuáles son los errores más frecuentes?

La falta de claridad y de concreción. Un problema muy común es cuando se deja, por ejemplo, un piso (o varios) a varios hermanos, pero no se especifica qué hacer con ello: ¿se vende? ¿se lo queda un heredero, compensando al resto? Ahí pueden surgir disputas. También hay problemas con las fincas rústicas, que tienen peor salida en el mercado: solo lo utilizan uno o dos, que son los que suelen ir al pueblo, pero el resto pagan la contribución, los impuestos… En esos casos, es preferible legar algo a uno de los hijos y compensar al resto, y ser lo más exhaustivo posible en el testamento. Otro error frecuente es no especificar en el testamento bienes como joyas, colecciones valiosas o cuadros, porque esas cosas “vuelan”, a veces incluso con el fallecido de cuerpo presente.

Es decir, que joyas, ajuares, etc. ¿también hay que explicitarlos?

Conviene ponerlo si son piezas identificables y específicas. En el testamento se pueden adjuntar fotografías de alguna pieza: un reloj, una joya, unos cuadros, una colección valiosa, un abrigo de piel… y decir a quién se lo dejas. En ocasiones, estos bienes tienen bastante valor, material o sentimental, y suscitan discusiones muy fuertes. Es la típica situación de “la abuela me dijo que este anillo era para mí” o “el reloj de papá me hace ilusión”… Hay clientes que discuten porque, en el entierro de la abuela, las hijas han visto las joyas de la difunta en manos de una hija política; o hermanos que no se hablan porque uno se ha quedado con una colección de antigüedades antes de hacer el reparto de las cosas.

Entonces, ¿es mejor hablar de la herencia en vida?

Sí, evidentemente. Así los hijos conocen las inquietudes de los padres, y tienen margen para que estos problemas se solucionen en familia. Tratar de mantener la familia unida tras la muerte es la mejor herencia.

¿Se puede repartir la herencia como se quiera?

No exactamente. Una herencia consta de tres tercios: el tercio de legítima, que se tiene que dividir entre todos los herederos por igual; el tercio de mejora, que se puede dedicar a mejorar a alguno de los herederos legales (o a todos); y el tercio de libre disposición, que se puede dedicar a cualquier otra persona o entidad: una institución, un tercero que no tiene derecho a herencia, dárselo a un solo heredero o a todos por igual.

¿Y cuando alguien no tiene herederos directos?

En la mayoría de los casos, se deja a asociaciones, a la Iglesia o a una ONG. En esos casos, es importante hacer el testamento y nombrar un albacea que dará cumplimiento a las disposiciones testamentarias. Si no hay testamento, hay que regirse por lo que dictan las normas de sucesión del Código Civil: los descendientes en primer lugar, los ascendientes en segundo lugar; el cónyuge si lo tuviera en tercer lugar; los hermanos e hijos de hermanos; y después, los colaterales, primos, etc. Si no, al final, se lo queda el Estado.

¿Qué hay que tener en cuenta en torno al Derecho de Sucesiones?

Lo primero, la Comunidad Autónoma en la que van a tributar los bienes, porque hay grandes diferencias. La diferencia está en que puedas aceptar la herencia o tengas que renunciar a ella porque no puedas hacer líquido el pago del impuesto. En todas las Comunidades, antes de percibir la herencia, hay que pagar un impuesto autonómico y una plusvalía municipal, es decir, un impuesto al ayuntamiento, para que puedas registrar las propiedades a tu nombre. Si el fallecido tenía un piso en Getafe y otro en Salamanca, hay que pagar un impuesto a cada ayuntamiento. Lo que ocurre es que, en algunas, como Madrid, ese impuesto está subvencionado casi al cien por cien, y en otras, como Andalucía, no lo está. Eso supone que tú, antes de recibir la herencia, tienes que pagar por un porcentaje de esa herencia y, si no tienes ese dinero, te toca renunciar a ella.

¿Un último consejo?

Para quien tiene que hacer la herencia, que haga un testamento ante notario y trate de ser lo más preciso posible, e incluso lo hable en vida con sus herederos. Es casi imposible hacer una herencia perfecta, pero precisamente por eso conviene ser muy claro. Y, para los herederos, si surgen los conflictos, que piensen en lo que harían los difuntos, especialmente si son los padres. Si piensas cómo arreglarían tus padres el problema, y no cómo lo arreglarías tú o tu cónyuge, se evitarían muchas fracturas de familia.

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