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Talentos de la paternidad para tu currículum

Trabajo y paternidad se nutren mutuamente. Una afirmación que no siempre se tiene en cuenta, en detrimento de familias y empresas

Por Marta Peñalver

El trabajo es necesario para el sostenimiento de la familia y, asimismo, la existencia de la familia es necesaria para que haya personas que realicen el trabajo. Pero la relación no es lineal, es más bien circular, porque el trabajo nace de la familia y se dirige a ella.

Tal y como explica  Blanca Castilla de Cortázar, filósofa y teóloga, cuando los padres, que son quienes se encargan del sostenimiento de la familia, trabajan, “están contribuyendo conjuntamente en la construcción familiar y cultural del mundo”. Padre y madre, porque  “ambos están llamados a ser protagonistas del progreso equilibrado y justo que promueva la armonía y la felicidad”. Entender esta corresponsabilidad ha sido –apunta Castilla de Cortázar– uno de los mayores descubrimientos antropológicos del siglo xx. Algo que ya se decía desde el libro del Génesis, cuando, tras ser bendecidos por Dios, el varón y la mujer reciben una doble y complementaria misión: “Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla”. Pero, más allá del capital humano, ¿hay algo del yo paternal que otorgue un valor añadido al yo profesional de cada uno?

Una nueva realidad

Cuando llegan los hijos, nuestro yo entero se transforma. La persona se descentra. Desde ese momento, la mirada de los padres cambia y comienzan a vivir por y para una persona que depende de ellos. En este proceso intervienen distintos factores, fisiológicos y psíquicos, que transforman por completo la existencia.

Un estudio reciente del Servicio de Medicina Experimental del Hospital Gregorio Marañón de Madrid y del CIBER de Salud Mental (CIBERSAM), confirma que durante el embarazo el cerebro de la madre se modifica para que, tras el nacimiento, el bebé sea el estímulo más placentero. Por eso las madres se desviven naturalmente hacia los recién nacidos. Pero el hombre no se queda atrás: un estudio de la Universidad de Emory, en EE. UU., confirma que los padres experimentan cambios hormonales que pueden facilitar el aumento de la empatía y la motivación para cuidar a sus hijos. Además, tras la paternidad, el varón tiende a hacerse más compresivo y corresponsable, pues aprende lo que supone para una mujer trabajar y a la vez custodiar a su familia.

En términos generales, está demostrado que la maternidad y la paternidad contribuyen a hacer a la persona más sacrificada, le ayudan a madurar más rápido, le enseñan a optimizar el tiempo y los recursos, y la impulsan a comprometerse y empatizar con los demás.

Cuestión de aprendizaje

Jaime Serrada, psicólogo y profesor de Psicología de la UFV, explica a Misión que, aun así,  “no por el hecho de convertirnos en padres desarrollamos aptitudes automáticamente. Es una cuestión de aprendizaje y, aunque la familia es un escenario perfecto para aprender lecciones, ese aprendizaje debemos hacerlo conscientemente”. Así, cuando la persona se da cuenta de los cambios personales que implica la paternidad y se toma en serio su dimensión familiar, es capaz de desarrollar de forma más plena un gran número de aptitudes y actitudes que enriquecen su trabajo, y que le ayudan a desarrollar resortes para, por ejemplo, gestionar los problemas profesionales de forma más resolutiva y eficaz, jerarquizar prioridades ante situaciones de estrés, y aprovechar mejor el tiempo y los recursos que tiene a su alcance.

Serrada destaca seis claves de valor profesional muy apreciadas en el entorno profesional, que tienen en la paternidad su mejor máster:

1. Aceptar la diferencia: 

“Ser conscientes de que el otro (cónyuge o hijo) es distinto y debemos aceptarlo tal cual es ayuda a tener esa misma actitud con los compañeros de trabajo”, afirma Serrada. Algo que, además de crear buen ambiente, permite descubrir y aprovechar mejor los talentos de los miembros de un equipo de trabajo y propicia tomar en cuenta a cada uno, aun con sus diferencias.

2. Admitir errores: 

“Ser capaz de aceptar los errores propios y ajenos, y reconocer ante el otro que no hemos hecho algo bien, puede ser muy valioso en el mundo laboral”, explica Serrada. No solo permite suprimir o reconducir estrategias equivocadas, también  “nos capacita para trabajar con los demás y buscar la ayuda de quienes están más preparados cuando no sabemos hacer algo”.

3. Reconocer emociones:

“Si somos capaces de reconocer las emociones de nuestros hijos, tendremos mayor facilidad para reconocer y tratar las emociones propias y las de las personas de nuestro entorno laboral. Esto nos hará más empáticos y mejorará la relación con nuestros compañeros”, además de hacer posible un entorno laboral más equilibrado y por tanto menos estresante.

4. Navegar la incertidumbre: 

“Como padre nunca sabes qué te deparará el día de hoy: un niño se despierta enfermo, por ejemplo… Esto no debe llevarnos al miedo sino a la confianza de que es Dios quien está en cada acontecimiento. Y nos entrena para afrontar imprevistos en el trabajo de manera más sosegada y resolutiva”, afirma el psicólogo.

5. Buscar ayuda:

“En la familia muchas veces tenemos que pedir ayuda al cónyuge, a los hijos, a padres, a hermanos… Esto te capacita para solicitar ayuda en el trabajo, incluso a tus subordinados, y a entender que nadie es infalible ni superior”, señala. Una aptitud básica para obtener mejores resultados.

6. Relativizar situaciones: 

“Cuando enfrentamos situaciones que nos preocupan o angustian, como un niño que se corta con un cuchillo o una habitación desordenada –expone Jaime Serrada–, los padres debemos ser conscientes del alcance real de esa situación y relativizarla, sin atribuirle más importancia de la que tiene, conscientes de que hay cosas que requieren mayor implicación”. Un aprendizaje que facilita ponderar el ritmo de la actividad, no confundir lo urgente con lo importante, y a proyectar con realismo y determinación la respuesta a los grandes retos que presenta el futuro.

El trabajo al servicio de la familia

San Juan Pablo II escribió mucho sobre la familia, pero quizá no son tan conocidos sus escritos sobre el trabajo. En su encíclica Laborem Exercens, escrita en 1981, explica las relaciones entre trabajo, familia y sociedad. En ella describe lo que el trabajo aporta a la familia: “Es la condición, el fundamento y el medio necesario para sostenerla económicamente y para educar a las personas que la componen”. La familia, por su parte, “es escuela interior de trabajo para todo hombre y proporciona profesionales competentes y rectamente motivados para el mundo laboral”.

Por lo tanto, puede afirmarse que entre trabajo y familia no hay una relación conflictiva, sino de complementariedad y recíproca dependencia. Eso sí, el Papa polaco afirma también que en caso de conflicto entre nuestra esfera familiar y laboral debemos buscar la razón en que alguno de los dos campos no ha sido tratado como es debido y, por tanto, habría que solucionar el conflicto priorizando la familia sobre el trabajo.

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