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Paraísos fiscales, por Enrique García-Máiquez

Artículo publicado en la edición número 65 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

Por Enrique García-Máiquez. Ilustración: María Elisa Melis

Escribo este artículo bajo una fuerte impresión… fiscal o, mejor dicho, bajo la impresión de la presión fiscal. No es solo el IRPF, que, suma sumando, se lleva casi medio sueldo mío y medio de mi mujer (¡uno entero!). Es que a eso hay que sumar el mordisco del IVA a lo que nos tenemos que gastar en comer y en alumbrarnos. Y todavía están los impuestos especiales a la gasolina. Y, si ahorrásemos, ya vendría el Impuesto de Sucesiones. Calculo que un 85 % de nuestro trabajo se lo lleva Hacienda. En términos laborales podríamos hablar de un régimen de esclavitud económica o productiva sin incurrir demasiado en lo metafórico. Si a eso sumamos la poca libertad que quisieran dejarnos de pensamiento y de opinión, cuidado que ya rozaríamos la literalidad. A lo que hay que añadir unos sistemas jurídicos cada vez más minuciosos, donde lo que no es obligado está prohibido.

Uno se pregunta entonces por su margen de libertad. Y la respuesta podía ser muy deprimente, pero no lo es. Porque nuestra libertad podrá ser muy estrecha, que lo es, pero es muy alta. Expliquémoslo.

Quiero decir, que nos lo explique Antoine de Rivarol, uno de los grandes aforistas franceses. Fue a visitar a un marqués amigo suyo que había escapado por los pelos de su peluca empolvada de ser decapitado por los jacobinos. Vivía humildemente en una pequeña casita adosada de Londres. Él que hubiese querido agasajar a Rivarol en su suntuoso palacio de antaño, se le lamentó: “Mira qué estrecho este jardín…”. Rivarol miró al cielo (ese día hemos de suponer que azul) y exclamó:  “Pero qué alto”.

Con nuestra libertad puede y debe pasar lo mismo. Por más que nos aprieten la economía, hay todo un cielo encima de nuestras cabezas. Viktor Frankl tiene líneas preclaras explicando que ni en Auschwitz los nazis eran capaces de arrancar el último reducto de señorío de cada ser humano, porque su alma es el patrimonio de los fuertes.

Un patrimonio, ¡aleluya!, que no paga impuesto de patrimonio. No quiero frivolizar, sino aprender. Si Frankl y también Nicolae Steinhardt en su campo de concentración comunista en Rumanía fueron libres, no vayamos nosotros a llorar más de lo justo y necesario por un sistema fiscal expropiatorio y por una presión ideológica abusiva. Seremos capaces de zafarnos.

Sobre todo, porque las mayores riquezas las tenemos en ese paraíso fiscal que es nuestro espíritu. “Para el aroma/ nocturno del jazmín/ no hay alambradas”, dice un haiku de Miguel d’Ors. Ese perfume que no se atiene al registro de la propiedad y disfruta toda persona que pasea por la calle con la sensibilidad a flor de piel, tampoco reconoce declaración de IRPF ni tan siquiera un impuesto al lujo, aunque lo sea. Pasa con la música de Mozart, con una novela inolvidable, etc. El enriquecimiento de la mente y del corazón siempre es lo mejor. Por sí mismo; pero están las cosas de tal modo que, además, les añade mucho encanto recordar que… están libres de impuestos.  

Artículo publicado en la edición número 65 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.

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