Por Enrique García-Máiquez / Ilustración: Belem Gallaga (@graciayvirtud)
Artículo publicado en la edición número 68 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.
Aquello era una caricatura, pero es la tendencia general. Malo, porque la única manera de tirar para arriba es desde el peldaño superior, incitando al lector o al alumno a que dé un paso más, se esfuerce y suba; y, luego, otro paso. Gracias a internet consultar hoy cualquier dato desconocido resulta facilísimo. Sólo hay que querer.
El añorado poeta Aquilino Duque invitaba todos los años a su casa a varios escritores. Las primeras veces que fui, siendo muy joven, no entendía las conversaciones, trufadas de referencias cruzadas y bromas intertextuales. De golpe, se reían. Poco a poco, año tras año, con más lecturas, fui, primero, entendiendo y, al final, hasta participando de aquellas tertulias excitantes. Uno de los últimos años sorprendí la mirada perdida de un joven prometedor que se acaba de unir a la lista de invitados. Muy pronto estaría –le animé– perfectamente -acoplado. Si obligamos o nos obligan a ponernos siempre al nivel más bajo, privamos a todos de la aventura de la ascensión, del descubrimiento de nuevos autores y de la emoción del enriquecimiento personal.
“Hume decía que ‘nadie puede ir un paso por delante de sí mismo’, pero cualquiera puede ir un paso por detrás de otro que anduvo un poco más un poco antes. Así se avanza”
Hume decía que “nadie puede ir un paso por delante de sí mismo”, pero cualquiera puede ir un paso por detrás de otro que anduvo un poco más un poco antes, siguiendo a su vez a otro. Así se avanza. Si obligamos a todos a estar a la altura del último que no pueda ir un paso por delante de sí mismo, nos estancamos. Para entender, primero hay que no entender.
Implica un sacrificio también en el que habla. Como dice el aforista Pérez de los Cobos: “El discurso simple es garantía de éxito porque halaga la vanidad del oyente. Entre reconocer la limitación propia que impide seguir el discurso o halagar la capacidad de comunicación del discursante, la vanidad lo tiene claro: aun a costa de condescender al halago ajeno, prefiere la segunda”. Pero así, entre halagos, nadie gana nada.
Tocqueville se dio cuenta de que las sociedades que mejoraban eran aquellas que emulaban, siempre con esfuerzo, lo superior, mientras que en las sociedades decadentes se copiaba lo bajo: la moda cómoda, la música simple, la cultura de masas, las costumbres elementales, las lecturas sencillitas… La dinámica de nuestra sociedad, aplicando el criterio de Tocqueville, no incita al optimismo. No importa: nosotros resistiremos, citando al vizconde de Tocqueville, y a quien se encarte.
Artículo publicado en la edición número 68 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.