¿Por qué nos gustan los niños? Porque en ellos todo es nuevo, original, imprevisible. Nada de lo que hacen o dicen se conforma a lo establecido; simplemente, ignoran qué es lo establecido, y por ello mismo su lenguaje, como sus actitudes, parecen recién creados. Someten la realidad a un constante proceso de reinvención; son creativos en el sentido más hondo de la palabra, como lo es el Dios del Génesis: crean el cielo y la tierra a cada instante, crean el día y la noche, y no se cansan de crearlos, porque para ellos cada cielo y cada tierra son distintos, cada día y cada noche albergan acontecimientos que nunca antes existieron, que nunca volverán a existir. Su actitud ante la vida es inaugural, frente a la de los adultos, que es reiterativa: crecer es conformarse con una realidad que se repite; y amoldarse a esa realidad repetida, convirtiéndonos nosotros mismos en criaturas en serie, con actitudes previsibles, con palabras gastadas, con sentimientos y pasiones estereotipados, con preocupaciones triviales, de tan archisabidas.